– ¡Bien, pues no es ningún niño! -explotó Dawnie, con las mejillas encendidas-. ¡Es un año mayor que yo, pero es un retrasado mental! ¡Eso es lo que ellos tratan de ocultar!
Hubo un silencio impresionante; la señora Harrington-Smythe tamborileó la mesa con los dedos y Mick miró a Dawnie con genuina sorpresa.
– Nunca me dijiste que Tim era un retrasado -dijo.
– ¡No, no lo hice porque nunca se me ocurrió que fuera algo que te importara! Hemos tenido a Tim con nosotros siempre y forma parte de mi vida, ¡una parte muy importante de mi vida! ¡Yo nunca recuerdo que es retrasado cuando hablo de él; eso es todo!
– No te enojes, Dawn -rogó Mick-. Realmente no es nada importante y tú tienes toda la razón. Simplemente me sorprendí un poco.
– ¡Pues sí estoy enojada! ¡Yo no estoy tratando de ocultar el hecho de que mi único hermano es un retrasado mental; son mi padre y mi madre los que aparentemente se han propuesto hacerlo! ¡Papá! ¿Cómo podéis hacer eso?
Ron pareció cohibido.
– Bien, Dawnie -dijo-. No es que estuviera tratando exactamente de ocultarlo; es que pensamos que serían menos molestias para ti si él no estuviera presente. A Tim no le gusta que haya mucha gente, tú lo sabes. Todo el mundo empieza a mirarlo tanto que él se siente a disgusto.
– ¡Oh, pobrecito! ¿Es tan feo? -preguntó la señora Harrington-Smythe con cierta duda en los ojos cuando éstos se detuvieron en Dawnie. ¿Y si fuese algo hereditario? ¡Y el idiota de Michael, escogiendo una muchacha como ésta, de la clase baja, con todas las maravillosas muchachas de su clase que tenía a su disposición! Por supuesto, decían que era extraordinariamente brillante, pero la brillantez no era substituto del buen linaje y jamás podría compensar la vulgaridad; ¡y toda la maldita familia de ella era vulgar, vulgar, vulgar! La muchacha no tenía absolutamente nada de pulimento, no sabía cómo comportarse con la gente decente.
– Tim es el hombre más guapo que jamás haya yo visto -replicó Dawnie ferozmente-. La gente lo mira con admiración, no con disgusto, ¡pero él no nota la diferencia! Todo lo que él sabe es que le están mirando y no le gusta esa sensación.
– Claro que es muy hermoso -contribuyó Es-. Como un dios griego, según dice la señorita Horton.
– ¿Quién es la señorita Horton? -preguntó Mick, esperando poder cambiar el tema.
– La señorita Horton es la dama a quien Tim le arregla el jardín los fines de semana.
– ¡Oh! ¿De veras? ¿Tim es jardinero, entonces?
– ¡No! ¡No es ningún jardinero! -saltó Dawnie ante el tono de voz-. Trabaja como obrero de la construcción durante la semana y los sábados se gana un poco de dinero extra arreglándole el jardín a esa señora, que es muy rica.
La explicación de Dawnie sólo sirvió para empeorar las cosas; los Harrington-Smythe se revolvían en sus sillones y trataban de no mirarse entre ellos ni a los Melville.
– Tim tiene un coeficiente mental de setenta y cinco -explicó Dawnie, ya más calmada- y, como tal, se supone que nadie puede emplearlo, pero mis padres han sido maravillosos con él, desde el principio. Comprendieron que no podrían estar a su lado toda la vida para mantenerlo y lo criaron de tal modo que él pudiese mantenerse y ser tan independiente como fuera posible, dadas las circunstancias. Desde el día que cumplió quince años Tim se ha ganado la vida como simple obrero, pues ésa es la única clase de trabajo que es capaz de desarrollar. Debo añadir que sigue trabajando con la persona que lo contrató cuando tenía quince años, lo cual puede ayudarles a comprender qué empleado tan valioso y bien apreciado es.
»Papá ha estado pagando una póliza de seguro desde que supo que Tim era un retrasado mental, así que mi hermano nunca tendrá que preocuparse en lo económico; siempre tendrá lo suficiente para vivir. Desde que yo empecé a trabajar he contribuido a aumentar el monto de la prima y también va a dar ahí parte del sueldo de Tim. ¡Él es el miembro más rico de la familia!
»Hasta hace poco no sabía leer ni escribir ni hacer cuentas; pero mamá y papá le enseñaron las cosas verdaderamente importantes, como por ejemplo, cómo andar por la ciudad para ir de un trabajo a otro y de un lugar a otro, sin necesidad de que alguien esté siempre a su lado. Le enseñaron a contar el dinero, aunque no puede contar ninguna otra cosa, lo cual es extraño; uno diría que él podría asociar lo que hace con el dinero con otra clase de cuentas, pero no es así. Ésa es una de las bromas horribles que la mente les juega a los retrasados. Sin embargo, puede comprar el billete del autobús o del tren y también puede comprarse comida y ropa. Actualmente no es para nosotros ninguna carga y nunca lo ha sido. Yo estoy muy orgullosa de mi hermano y lo quiero muchísimo, pues no existe una persona más buena, más dulce ni más digna de amor. Y oye esto, Mick -añadió, volviéndose a su prometido-, cuando Tim quede solo y necesite un hogar, me lo voy a llevar conmigo. Si no te parece, lo siento mucho. Puedes cancelar todo el asunto ahora mismo.
– Dawn, mi querida Dawn -contestó Mick, imperturbable-. Me casaría contigo aunque tuvieras diez hermanos retrasados mentales y completamente estúpidos.
La respuesta no la satisfizo, pero estaba demasiado excitada para analizar por qué no le había gustado y, posteriormente, se olvidó del asunto.
– Eso no es nada hereditario -explicó Es, un poco patéticamente-. Fueron mis ovarios, según los médicos. Yo tenía más de cuarenta años cuando me casé con Ron y nunca había tenido niños antes. Por lo tanto, Tim nació tonto, ¿saben? Dawnie salió bien porque mis ovarios ya habían aprendido a funcionar. Sólo fue el primero, Tim, el que resultó afectado por ellos. Pero es como dice Dawnie: sencillamente no existe alguien más bueno que Tim.
– Ya veo -dijo el señor Harrington-Smythe, sin saber qué otra cosa decir-. Bien, creo que no le corresponde a nadie sino al señor y a la señora Melville decidir si su hijo debe o no asistir al casamiento.
– Y ya lo hemos decidido -repuso Es con firmeza-. Como no puede soportar la presencia de mucha gente, Tim no asistirá. A la señorita Horton le encantará llevárselo a pasar con ella el fin de semana.
Dawnie soltó el llanto y corrió al tocador, donde su madre se le unió unos minutos después.
– No llores, querida -la consoló, palmeándole la espalda.
– ¡Es que todo está saliendo mal, mamá! A ti y a papá no os gustan los Harrington-Smythe, vosotros tampoco les caéis bien a ellos ¡y yo ya no sé lo que piensa Mick! ¡Oh, todo va a ser horrible!
– ¡Cálmate, Dawnie! Ron y yo pertenecemos a un mundo diferente del de los Harrington-Smythe, eso es todo. Ellos normalmente no se mezclan con gente como nosotros, así es que, ¿cómo quieres que sepan qué hacer cuando se ven obligados a mezclarse con gente como nosotros? Y lo mismo sucede de allá para acá, querida. Los Harrington-Smythe no son la clase de gente con la que yo juego tenis los martes, jueves y sábados ni las que Ron se encuentra en el «Seaside» y en el Club.
»Tú eres ya toda una mujer, Dawnie -prosiguió la madre- y una muchacha de veras inteligente. Debes comprender que jamás podremos ser amigos. ¡Vaya, ni siquiera nos reímos de lo mismo! Pero tampoco somos enemigos, y mucho menos con nuestros hijos casándose la una con el otro. Y nunca nos reuniremos, excepto tal vez cuando haya bautizos y cosas así. Además, así es como debe ser. ¿Por qué tendríamos que ser carne y uña simplemente porque nuestros hijos se casaron? Y creo que eres lo suficientemente inteligente para comprender todo eso, ¿o no?
– Sí -dijo Dawnie limpiándose las lágrimas-, supongo que sí. ¡Pero es que yo deseaba que todo saliera perfecto!
– Claro que sí, mi amor, pero la vida no es así, no lo ha sido nunca. Fuiste tú la que escogió a Mick y él a ti, no nosotros ni los Harrington-Smythe. Si por nosotros hubiera sido, jamás te hubiéramos casado con alguien como Mick, ni los Harrington-Smythe a él contigo. ¡Vaya apellido de dos cañones, si me lo preguntas! Pero lo estamos haciendo lo mejor que podemos, dadas las circunstancias, así que, por lo que más quieras, no hagas una tragedia de lo de Tim. Él no tiene por qué entrar en esto y no es justo que tú lo mezcles a la fuerza. Deja que el pobre muchacho viva su propia vida y no se los impongas por la fuerza a los Harrington-Smythe. Ellos no lo conocen como nosotros, así que, ¿cómo puedes esperar que comprendan?