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Dawnie entró con su padre en el gran coche que encabezaba la procesión, la solitaria dama de honor se acomodó en el segundo, y Es metió a Tim en el tercero, junto con ella.

– Siéntate quietecito y pórtate bien -le dijo recostándose en el lujoso asiento con un suspiro.

– Te ves muy bonita, mamá -dijo Tim, más acostumbrado que su madre al interior de un automóvil elegante y tomándolo como la cosa más natural.

– Gracias, querido; ojalá me sintiera igual -replicó Es.

Es había tratado de vestirse lo más discretamente posible, comprendiendo que los futuros parientes políticos de Dawnie no se impresionarían con el atuendo que acostumbraban las madres de las novias del círculo de los Melville. Así pues, con un suspiro de tristeza había hecho a un lado su delicioso sueño de un vestido de encaje de guipur color malva, estola, zapatos y sombrero con un ramo de lilas del mismo color y, en vez de eso, había escogido un vestido de shantung azul pálido sin ramo alguno y con sólo dos modestas rosas blancas.

La iglesia estaba ya llena cuando ella y Tim se sentaron en el primer banco del lado de la novia; durante todo el recorrido por el pasillo, Es había estado consciente de las miradas que le echaban a Tim todos los invitados por parte del novio, abriendo la boca, se dijo ella misma, igual que si fueran unos don nadie de la clase baja. El señor y la señora Harrington-Smythe lo miraban como si no pudieran dar crédito a sus ojos y en las miradas de absolutamente todas las mujeres menores de noventa años había destellos de adoración. Es estaba feliz de que Tim no fuera a la recepción.

Tim se comportó perfectamente durante la ceremonia, que afortunadamente no duró mucho. Después, mientras las cámaras de los fotógrafos relampagueaban y se formaban grupos para las felicitaciones de costumbre, Es y Ron condujeron calladamente a Tim junto a un muro, que estaba a corta distancia, frente a la iglesia, e hicieron que se sentara ahí.

– Ahora vas a esperar aquí a Mary como un buen niño y no te vas a mover de aquí, ¿oíste? -dijo Es con firmeza.

Tim asintió con la cabeza.

– Muy bien, mamá -repuso-. Aquí esperaré. ¿Puedo ir a ver a Dawnie cuando baje por la escalinata?

– Por supuesto que sí. Simplemente no te alejes de aquí y si alguien trata de trabar conversación contigo, contesta educadamente pero nada más. Ahora papá y yo tenemos que regresar a la iglesia porque nos necesitan para tomar algunas fotografías, ¡Dios los ayude! Nos veremos mañana en la noche, cuando la señorita Horton te traiga a casa.

Los novios y todos los invitados hacía ya diez minutos que se habían ido cuando el automóvil de Mary Horton apareció en el extremo de la calle. Estaba furiosa porque se había perdido en el laberinto de pequeñas calles que hay alrededor de Darling Point, pensando que San Marcos era una iglesia diferente más cerca del nuevo camino de South Head.

Tim seguía sentado en el pequeño muro, frente a la iglesia, con el sol de otoño filtrándose por las hojas de los árboles en suaves rayos dorados que danzaban con el polvo. El muchacho parecía perdido, abandonado y solo, mirando la calle con aire de desamparo y, obviamente, preguntándose qué habría sucedido con ella. El traje nuevo le quedaba perfectamente, pero lo hacía aparecer un extraño, muy buen mozo, pero sofisticado. Sólo en la pose era Tim, obediente y quieto, como un niño bien educado. O como un perro, pensó ella; igual que un perro; seguiría sentado ahí hasta morir de hambre antes que moverse para sobrevivir, porque sus seres queridos le habían dicho que se sentara ahí y no se moviera.

Las palabras que Ron le había dicho por teléfono acerca de Tim todavía resonaban en sus oídos; era obvio que Ron creía que tenía la misma edad que ellos, que andaba en los setenta, pero Mary no lo había sacado del error, curiosamente reacia a divulgar su verdadera edad. ¿Y por qué hice eso?, se preguntaba; había sido algo innecesario y tonto.

¿Podría realmente alguien morir de tristeza? Las mujeres sí se morían de tristeza en las novelas románticas de tiempos pasados; ella siempre se había imaginado que la muerte de la heroína era tanto invención de la imaginación febril del autor como el resto de la extravagante trama. Pero quizás ocurriera tal cosa en la vida real; ¿qué haría ella si Tim se alejaba de su vida para siempre, arrancado de su lado por unos padres iracundos o, Dios no lo quisiera, por la muerte? ¡Qué vida tan gris y triste sería aquella en la que no hubiera un Tim! ¡Qué inútil sería seguir viviendo en un mundo sin Tim! Él se había convertido en el núcleo de su existencia toda, hecho en el que ya varias personas habían reparado.

No hacía mucho, la señora Emily Parker se había invitado ella sola ya que, según había explicado, «Ahora ya no la veo nunca los fines de semana».

Mary había murmurado que se encontraba muy ocupada.

– ¡Ja, ja, ja! -había contestado la señora Parker-. ¡«Ocupada» es la palabra! ¡Qué bien! -le había cerrado un ojo a Mary y le había dado un afectuoso codazo en las costillas-. Debo decir que se ha encariñado usted con el joven Tim, señorita Horton, pero los entrometidos de nuestra calle ya están haciendo funcionar las lenguas con algo escandaloso.

– Me he encariñado bastante con el joven Tim -replicó Mary calmadamente, empezando a recuperar su equilibrio-. ¡Es un muchacho tan bueno, tan ansioso de ayudar, tan solitario! Al principio le hice que me arreglara el jardín porque se me ocurrió que el dinero podría servirle, luego empecé a conocerlo y comenzó a gustarme por ser como es, a pesar de su retraso mental. Es sincero, ingenuo y no tiene la menor malicia. ¡Es algo tan estimulante el encontrar a alguien tan lleno de desinterés!, ¿no cree usted? -y se quedó mirando a la señora Parker con aire ingenuo.

La señora Parker le devolvió la mirada, completamente derrotada por la sutileza de Mary.

– Pues… ejem… creo que sí. Y, estando usted sola, es para usted una buena compañía, ¿o no?

– ¡Claro que lo es! Tim y yo nos distraemos bastante estando juntos. Arreglamos el jardín o escuchamos música, nos vamos a nadar o a pasar el día en el campo; hacemos muchas cosas. Los gustos de él son sencillos y me está enseñando a apreciar la simplicidad. Yo no soy una persona con la que es fácil llevarse, pero, en cierto modo, Tim se amolda a mi manera de ser perfectamente. Él me saca de adentro lo mejor que hay en mí.

A pesar de su entrometimiento, la señora Parker tenía buen corazón y, en términos generales, no era criticona. Sonriendo, golpeó suavemente a Mary en un brazo como para darle ánimos.

– ¡Vaya! -dijo-. Pues me da mucho gusto por usted, querida. Creo que es muy bueno que haya encontrado usted a alguien que le haga compañía, estando tan sola como está. ¡Ya me encargaré yo de decirles un par de cosas a los lengualarga que hay en la vecindad! Yo les dije claramente que usted no era el tipo de las que se compran un amiguito.

»¡Bien! -había proseguido-. ¿Qué tal si nos tomamos una tacita de té, eh? Quisiera saber todo lo del joven Tim y cómo se está portando.

Pero Mary no se movió durante un momento, con el rostro curiosamente vacío de toda expresión. Luego miró a la señora Parker con aire de asombro.

– ¿Es eso lo que ellos piensan? -preguntó con tristeza-. ¿Es realmente eso lo que se imaginan? ¡Qué cosa tan asquerosa y despreciable de parte de ellos! ¡No es por mí por lo que lo digo, sino por Tim! ¡Oh, Dios, qué cosa tan repulsiva!

El jefe de Mary, Archie Johnson, fue otro de los que habían notado el cambio en ella, aunque sin saber específicamente la razón. Estaban comiendo juntos un almuerzo rápido en la cafetería de la compañía un día, cuando Archie abordó el tema.

– ¿Sabes, Mary?, no es que me interese y, si me dices que no es asunto mío, harás bien, pero parece como que últimamente estás ampliando tus horizontes, ¿me equivoco?

Ella lo había mirado fijamente, confusa y sorprendida.

– ¿Cómo dice, señor?