Выбрать главу

– Señor Melville -dijo Mary-, realmente no encuentro palabras… ¡Siento tanto esto!… por usted, por Tim y Dawnie…

– Lo comprendo, señorita Horton. No diga más, por favor; entiendo muy bien lo que usted quiere decir. Es un golpe terrible; pero tenemos que soportarlo. Lo único que siento es que es no la haya conocido a usted. Simplemente, parece que nunca tuvimos oportunidad de hacerlo, ¿o no es así?

– Efectivamente, y yo también lo siento mucho. ¿Cómo está el pobre Tim?

– Un poco aturdido, me parece. Aunque no se da mucha cuenta de lo que está sucediendo, excepto de que su madre está muerta. Siento terriblemente haberla metido a usted en esto, pero es que sencillamente no sabía qué otra cosa hacer. No puedo permitir que Tim vaya al funeral y tampoco podemos dejarlo solo mientras todos los demás vamos.

– Estoy completamente de acuerdo. Me alegra mucho que me haya usted llamado, señor Melville; puede estar seguro de que yo cuidaré a Tim. Se me estaba ocurriendo si no sería conveniente que el domingo próximo por la noche me los llevara a Tim y a usted a mi casa de campo para que estuvieran ahí unos días. Yo tendré conmigo a Tim hoy, mañana y el domingo, y el mismo domingo por la tarde puedo regresar por usted y llevarme a ambos al campo. ¿Le parecería bien eso?

El rostro de Ron cambió de expresión y luego se compuso.

– Eso es muy considerado de su parte, señorita Horton, y por el bien de Tim acepto la invitación. El patrón de él y el mío bien pueden darnos una semana libre.

– Entonces ya está todo arreglado. Dawnie estará mejor en compañía de su esposo, ¿no le parece a usted? Para ella será un alivio saber que usted y Tim no están solos, aquí en la casa.

– Así es; eso la aliviará bastante. Lleva ya como unos ocho meses de embarazo.

– ¡Oh, no sabía eso! -Mary se humedeció los labios y trató de no mirar en dirección de la cama matrimonial que estaba contra la pared-. ¿Quiere usted que vayamos ya por Tim?

Era un grupo curioso el que se había congregado en la sala. Mick y Dawnie estaban muy juntos en el sofá y Tim ocupaba su sillón especial, inclinado hacia delante, con los ojos sin ver, fijos en la pantalla del aparato de televisión. Mary se detuvo en la puerta que daba al pasillo, quieta, contemplándolo; tenía en esos momentos una apariencia indefensa y asustada.

– Hola, Tim -dijo ella.

El joven se puso en pie de un salto, mitad lleno de gozo y mitad demasiado apesadumbrado para sentir gozo alguno, y se quedó inmóvil, de pie, con el rostro crispado y las manos extendidas hacia ella. Mary se acercó y se las tomó, sonriéndole tiernamente.

– Vine para llevarte conmigo a la casa durante unos días, Tim -le dijo suavemente.

Tim retiró las manos súbitamente, sonrojándose; por primera vez desde que lo conocía, Mary veía que se sentía incómodo y plenamente consciente de sus actos. Involuntariamente, los ojos de Tim se habían dirigido a Dawnie, y habían captado su enojo y su rechazo, y algo en él había crecido y madurado lo suficiente para sentir que Dawnie pensaba que había hecho algo imperdonable, que condenaba que él le tocara las manos a esa mujer que tanto quería. Sus propias manos descendieron por sus costados, nuevamente solas y vacías, y se quedó mirando a su hermana con ojos suplicantes. La joven apretó los labios y se puso en pie como un gato furioso, con los incendiados ojos pasando de Tim a Mary y viceversa.

Mary se adelantó con la mano extendida.

– Hola, Dawnie -dijo amablemente-; soy Mary Horton.

Dawnie ignoró la mano que le ofrecían.

– ¿Y qué está usted haciendo aquí? -escupió.

Mary fingió no percatarse del tono de voz.

– Vine por Tim -explicó.

– Eso ya lo estamos viendo -repuso Dawnie con una sonrisa malévola-. ¡Vaya frescura! El cuerpo de mi madre todavía está tibio y ya está usted aquí, babeando, con la lengua fuera, por el pobre y estúpido Tim. ¿Qué pretendía usted cuando nos engañó haciéndonos creer que era una vieja? ¡Nos ha hecho usted aparecer como unos idiotas, y enfrente de mi esposo, por si fuera poco!

– ¡Por amor de Dios, Dawnie, cállate la boca! -la interrumpió Ron con desesperación.

Dawnie se volvió hacia su padre furiosamente.

– ¡Me callaré cuando haya dicho lo que tengo que decir, interesado! -explotó-. ¡Vendiendo a tu propio hijo tarado por unos cuantos cochinos dólares cada semana! ¿Qué tal te sabían las cervezas de más que con eso podías tomarte en el «Seaside» todos los días? ¿Te pusiste alguna vez a considerar la vergüenza que nos echabas encima? ¡Mírala, tratando de aparentar que su interés en Tim es puro y espiritual y completamente altruista! ¡Pues bien, señorita Mary Horton -agregó con los dientes apretados, volviéndose para mirar a Mary nuevamente-, ya descubrimos cuál es su juego! ¡Qué bien nos engañó usted a todos, haciéndonos creer que por lo menos tenía noventa años! ¡Ya me imagino cuántos de los que viven en esta calle se están muriendo de risa ahora mismo porque pudieron ver de día a la anfitriona de Tim los fines de semana! ¡Nos ha convertido en el hazmerreír de todo el distrito, usted, vieja frustrada! Si necesitaba tanto un hombre, ¿por qué no se compró un gigoló en lugar de aprovecharse de un retardado mental como mi pobre, estúpido hermano? ¡Es usted una mujer odiosa y repugnante! ¿Por qué no se va con la música a otra parte y nos deja en paz?

Mary estaba inmóvil en el centro de la sala, con las manos flojamente caídas a sus costados y dos brillantes manchas escarlata encendiéndosele más y más en las mejillas. Las lágrimas le corrían por el rostro en muda protesta ante las terribles acusaciones, estaba tan perturbada y devastada por éstas, que no podía hacer nada por defenderse; no tenía ni la energía ni la voluntad de rechazar los ataques.

Ron había empezado a temblar, apretando los puños con tanta fuerza que los nudillos se mostraban blancos. Tim, de vuelta a su sillón, se había desplomado en éste y su asustado rostro iba y venía del acusador a la acusada y viceversa. Estaba confundido, angustiado y extrañamente avergonzado, aunque él no comprendía la razón de tal sentimiento. No podía entenderlo. Dawnie parecía pensar que era algo malo que él fuera amigo de Mary, pero, ¿dónde estaba lo malo?, ¿y porqué era malo? ¿Qué era lo que Mary había hecho? No parecía justo que Dawnie gritara así a Mary, pero él no sabía qué hacer porque no comprendía de qué se trataba. ¿Y por qué sentía deseos de correr a ocultarse en algún rincón oscuro, como lo había hecho la vez que le había robado a mamá el pastel que había hecho para sus compañeras del club?

Ron se sacudió, tratando de controlar su enojo.

– ¡Dawnie -ordenó-, no quiero volver a oírte diciendo cosas como ésas jamás!, ¿me oyes? ¡En nombre de Dios! ¿qué es lo que pasa contigo, muchacha? ¡A una dama tan decente como la señorita Horton! ¡Dios me ampare, que ella tenga que estar ahí, oyendo barbaridades como ésas! ¡Me has ofendido, has ofendido a Tim y has ofendido a tu pobre madre difunta, y en una ocasión como ésta! ¡Dios mío, Dawnie!, ¿qué fue lo que te hizo decir cosas como ésas?

– Las digo porque son ciertas -replicó Dawnie, buscando protección en los brazos de Mick-. ¡Tú has dejado que su cochino dinero te vuelva ciego y sordo!