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– ¿Cómo?

– Sí -Mary se puso de pie y caminó hasta el bar-. ¿Quieres un brandy o algo así?

– ¿Después de una comida china? No, gracias. Tomaré una taza de té, si eres tan amable.

La siguió con la vista cuando se paró tras el mostrador del bar donde había un pequeño fogón.

– ¿Y qué clase de escena? -agregó Archie.

La cabeza de Mary había desaparecido tras el mostrador.

– Es un poco vergonzoso hablar de eso -contestó-. Fue una escena terrible, dejémoslo así. Ella dijo que… ¡en realidad no importa! -finalizó, haciendo sonar las tazas.

– ¿Qué fue lo que dijo? ¡Vamos, Mary, desembucha!

En los ojos que se alzaron a mirarlo había un brillo desafiante de orgullo lastimado.

– Dio a entender que Tim era mi amante -dijo.

– ¡Que me hagan unas salchichas de mierda! -reventó Archie y, echando atrás la cabeza, rompió a reír con grandes carcajadas-. ¡Pero qué bajeza! ¡Así se lo hubiera dicho si ella me lo hubiera preguntado! -impulsándose, se levantó de un tirón del sillón y, llegando al bar, se recostó en éste-. No dejes que eso te inquiete, Mary. ¡Esa muchacha debe ser una mala persona!

– No; no es una mala persona. Se casó con una mala persona, que es diferente. Y su esposo está haciendo todo lo posible por hacerla peor. Honradamente, yo no creo que nada de lo que ella dijo haya sido otra cosa que repetir como un loro lo que su marido le había estado cuchicheando en la oreja. Ella quiere mucho a Tim y es intensamente protectora. -Su cabeza desapareció bajo el mostrador del bar y las palabras siguientes sonaron un poco turbias-. Todos pensaban que yo era mucho más vieja que lo que en realidad soy, así es que, cuando me presenté a recoger a Tim, sufrieron una sacudida.

– ¿Y cómo se habían formado esa idea?

– Tim les dijo que yo tenía el pelo blanco y, por mi pelo blanco, Tim suponía que yo era una vieja, realmente vieja. Así que les dijo que yo era muy vieja.

– ¿Pero acaso nunca los conociste antes de que la madre muriera? ¡Tú no eres de las que se andan escondiendo en callejones, Mary! ¿Por qué no corregiste a tiempo ese mal entendido?

El rostro de ella se encendió dolorosamente.

– Realmente -repuso- no sé por qué nunca se me ocurrió presentarme personalmente a los padres de Tim. Si tuve miedo de que impidieran nuestra amistad si se enteraban de mi verdadera edad, puedo asegurarte que ese miedo era completamente inconsciente. Yo sabía que Tim estaba perfectamente seguro conmigo y me gustaba mucho oír lo que él me decía de su familia. Ahora pienso que lo que yo estaba haciendo era posponer el conocerlos porque pensaba que no serían en absoluto como Tim me los describía.

Archie extendió el brazo por encima del mostrador y le palmeó suavemente un hombro.

– Bien -dijo-, no tienes por qué preocuparte. Prosigue. ¿Me decías que la hermana de Tim lo quiere mucho?

– Sí. Y Tim la quería tanto como ella a él hasta que se casó; a partir de entonces, él se alejó un poco de ella. Parecía sentir como que su hermana lo había abandonado, aunque en varias ocasiones yo traté de razonar con él. Por todo lo que me decía acerca de ella, yo tenía la impresión de que era una muchacha de espíritu sano, sensata y de buen corazón. Y, además, muy brillante. ¿No es eso extraño?

– No lo sé. ¿Tú crees que lo es? ¿Y qué hiciste después de sus exabruptos?

La cabeza de ella volvió a desaparecer detrás del bar.

– Me sentí devastada. Creo que lloré. ¡Imagíname llorando… a mí!

Cuando volvió a alzar la cabeza, había en su rostro un intento de sonrisa.

– Es algo que aturde la imaginación, ¿no crees?

Archie no contestó. Mary dejó escapar un suspiro, con el rostro serio y con una expresión dolorida.

– He llorado mucho últimamente, Archie -confesó-. He llorado mucho.

– Eso sí que aturde la imaginación, pero te creo. Además, todos debemos llorar de vez en cuando. ¡Hasta yo he llorado! -admitió Archie, como si eso fuera algo casi increíble.

Mary rompió a reír, relajándose un poco.

– Tú, según tu propia manera de hablar, eres un rezno, Archie.

Johnson la miró mientras Mary servía el té, con algo parecido a la lástima en los ojos. Debía haber sido un golpe terrible para su orgullo, pensó, el ver esa cosa tan apreciada, tan atesorada, reducida a un nivel tan bajo. Porque, para ella, el solo pensamiento de algún componente físico en Tim rebajaba a éste; tenía un concepto monástico de la vida… ¿y acaso era algo de qué maravillarse? ¡Con la vida tan extraña, tan apartada que había llevado! «Somos lo que somos, pensó él, y no podemos ser más que lo que las circunstancias han hecho de nosotros.»

– Vamos, querida -dijo él, sorbiendo el té. Ya en la silla, mirando por la ventana, volvió a hablar-. Me gustaría conocer a Tim si eso es posible, Mary -dijo.

Hubo un largo silencio a sus espaldas; luego, la voz de ella se dejó oír, muy bajito.

– Uno de estos días -pareció como si hubiera hablado desde muy lejos.

21

Ya era después de medianoche cuando Mary detuvo el Bentley frente a la casa de campo. Las luces estaban todavía encendidas en la sala y Tim salió brincando para abrir la portezuela del coche. Venía temblando de alegría tan sólo de verla y casi la levantó del suelo en un abrazo sofocante. Era la primera vez que sus emociones al verla habían superado el entrenamiento de muchos años y eso fue algo que le dijo a Mary, más que ninguna otra cosa, cuán triste se debía haber sentido toda la semana y cuánto debía haber extrañado a su madre.

– ¡Oh, Mary! ¡Me alegra tanto verte!

Mary se zafó de sus brazos.

– ¡Por Dios, Tim! -contestó-. ¡No te das cuenta de lo fuerte que eres! Me imaginé que ya dormías en tu cama.

– No antes de que llegaras. Tenía que estar despierto hasta que tú llegaras. ¡Oh, Mary, me alegra tanto verte! ¡Me gustas, me gustas!

– Y tú también me gustas y a mí también me alegra mucho verte. ¿Dónde está tu padre?

– Adentro. No quise dejar que saliera. Quería ser yo el primero en verte. -Aunque iba brincando a su lado, Mary sintió que, en cierto modo, algo de su gozo había menguado, que ella le había fallado en algo. ¡Si siquiera supiera en qué!

– No me gusta estar aquí cuando tú no estás, Mary -prosiguió-. Sólo me gusta cuando tú también estás.

Ya se había calmado un poco cuando entraron a la casa y Mary se dirigió a saludar a Ron con la mano extendida.

– ¿Cómo está usted? -preguntó ella con amabilidad.

– Estoy bien, Mary. Es un placer verla.

– Me hace feliz estar ya de vuelta.

– ¿Ya comió usted?

– Sí, cené algo, pero voy a preparar una taza de té. ¿Le gustaría tomar un poco?

– Sí, gracias.

Mary se volvió a Tim, que estaba de pie, a cierta distancia de ellos. Tenía en los ojos la mirada perdida. «¿En qué le he fallado?», volvió ella a preguntarse. «¿Qué he hecho para que él se vea así, o qué he dejado de hacer?»

– ¿Qué pasa, Tim? -le preguntó, avanzando hacia él.

– Nada -dijo Tim sacudiendo la cabeza.

– ¿Estás seguro?

– Sí; no es nada.

– Temo que ya es hora de que te acuestes, amiguito.

El muchacho asintió desoladamente.

– Lo sé. -Ya en la puerta, se dio vuelta para mirarla con una muda súplica en los ojos-. ¿Vendrás luego a arroparme?

– No me perdería eso por nada del mundo, pero date prisa, ¡rápido! Dentro de cinco minutos estaré contigo.

Cuando Tim se hubo ido, ella se volvió hacia Ron.