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»¿Qué tengo yo de malo? -prosiguió tras una pausa-. ¿Por qué ya no te gusto? ¿Por qué cambiaste en cuanto papá empezó a venir con nosotros? ¿Por qué siempre me dejáis fuera? ¡Siento que ya no te gusto! ¡Siento que ahora es papá el que te gusta!

Mary estaba absolutamente inmóvil, anhelando responder a esa desesperada, solitaria demanda de amor, pero al mismo tiempo traspasada de asombro ante lo inesperado de la misma. ¡Tim estaba celoso! ¡Furioso y posesivamente celoso! Consideraba a su propio padre como un rival en el afecto de ella, y los de él no eran solamente los celos de un niño. En todo eso había un hombre: un hombre primitivo, posesivo, sexual. Las palabras tranquilizadoras no acudían a sus labios; sencillamente, Mary no encontraba qué decir.

Seguían de pie, mirándose uno al otro, tensos y dispuestos a continuar la lucha, pero de pronto Mary descubrió que las piernas le temblaban tanto que a duras penas la sostenían. Estiró el brazo hacia un pequeño promontorio que tenía a un lado y se sentó sin apartar los ojos del rostro de él.

– Tim -dijo al fin, tratando de escoger las palabras con la mayor delicadeza-, tú sabes que yo jamás te he mentido. ¡Nunca! No podría mentirte porque me gustas mucho. Lo que voy a decirte ahora no es algo que podría decirle a un niño pequeño, sino algo que sólo le podría decir a un hombre crecido. Tú me has asegurado que ya eres un hombre crecido; por lo tanto ya tienes que empezar a aceptar todas las cosas duras y que causan dolor que son inseparables con el hecho de ser todo un hombre. No podría explicarte adecuadamente por qué dejo que tu padre me abrace y a ti no te lo permito, pero no es porque tú seas para mí como un niño pequeño sino porque él es un anciano. Y tú tomaste las cosas equivocadamente, ¿te das cuenta?

»Tim -prosiguió Mary-, tienes que prepararte a recibir un golpe igual al de la muerte de tu madre y tienes que mostrarte fuerte. Y debes portarte como una persona crecida y mantener lo que voy a decirte en el más absoluto secreto, especialmente tratándose de tu padre. Él nunca debe enterarse de que yo te lo dije.

«¿Recuerdas que hace mucho te expliqué qué le sucedía a la gente cuando moría, por qué moría, y que las personas sencillamente se hacían viejas y se cansaban de seguir adelante, que eran como un reloj al que alguien olvidaba darle cuerda hasta que su corazón dejaba de latir? Bien, hay ocasiones en que suceden cosas que hacen que ese desgaste ocurra más aprisa y eso es precisamente lo que le ha sucedido a tu padre. Desde que mamá murió, él se siente cada día más cansado de vivir sin la compañía de ella.

Tim, de pie ante ella, temblaba mientras escuchaba lo que ella decía, pero Mary no sabía si el temblor se debía a los restos de su furia inicial o a alguna reacción por lo que le estaba diciendo. Así pues, prosiguió pacientemente.

– Sé que extrañas a mamá terriblemente, Tim, pero tú no la extrañas del mismo modo que tu padre, porque tú eres joven y él es viejo. Tu padre desea morir, quiere estar bajo tierra, durmiendo al lado de tu madre, como lo hacía todas las noches cuando ella estaba viva. Él quiere volver a estar junto con ella. Ellos se pertenecen uno al otro, ¿ves?, y él no puede seguir adelante sin ella. Precisamente ahora, cuando me encontraste consolándolo en la terraza, me acababa de decir que él sabía que se iba a morir. Él no quiere seguir caminando ni hablando más porque es viejo y no puede aprender a vivir sin ella. Por eso lo estaba abrazando. Yo estaba muy triste y lloré por él; en realidad, era él el que me estaba confortando, no yo a él. Y tú lo interpretaste completamente al revés.

Un movimiento brusco de Tim hizo que Mary alzara la cabeza para mirarlo y levantara una mano en ademán autoritario.

– No, no llores. ¡Vamos, Tim, tienes que ser fuerte y valiente precisamente ahora! ¡No puedes dejar que tu padre vea que estuviste llorando! Sé que le he dedicado mucho tiempo a tu padre y que ese tiempo tú, con toda razón, pensabas que era tuyo, pero es que a él le queda muy poco, ¡y tú tienes por delante toda tu vida! ¿Hago mal en querer darle un poquito de felicidad a tu padre para aligerar los pocos días que le quedan? ¡Concédele esos días, Tim, no seas egoísta! ¡Está muy solo! Extraña a mamá, el pobrecito, la extraña tanto como yo te extrañaría a ti si murieras. Camina por un mundo a media luz.

Tim jamás había aprendido a enseñarle a su rostro a que se mantuviera impasible, y las emociones se atropellaban unas a otras en su expresión mientras seguía ahí, mirándola, y era evidente que comprendía bien lo que ella le estaba diciendo. El hacer que Tim comprendiera era principalmente asunto de familiaridad de parte de él con la otra persona, y la amistad de ellos databa ya de largo tiempo y él casi no tenía problemas con las palabras y frases que ella acostumbraba usar. Tal vez las sutilezas quedaran fuera del alcance de su comprensión, pero no así la verdad que hubiera en lo que se le dijera.

Mary suspiró de cansancio.

– Para mí las cosas tampoco han sido nada fáciles estos últimos meses -dijo-, teniendo que ocuparme de vosotros dos en lugar de solamente de ti. Ha habido muchas, muchas ocasiones en las que he deseado que sólo tú estuvieses a mi cuidado, pero cuando me he sorprendido pensando así, me he sentido avergonzada de mí misma, Tim. Tú bien sabes que no siempre podemos tener las cosas tal y como las deseamos. La vida muy rara vez se hace a nuestra medida y sencillamente tenemos que aprender a tomarla como se presenta. Ahora, en lo único en que tenemos que pensar en primer lugar es en tu padre. Sabes bien qué padre tan bueno y tan comprensivo es y, si eres justo con él, tendrás que admitir que jamás te ha tratado como a un niño, ¿o no es así? Él te ha permitido salir a enfrentarte al mundo por tu cuenta, cometiendo tus propios errores, y le gusta compartir su tiempo contigo en el «Seaside»; ha sido para ti el mejor y el más sincero de los compañeros que jamás hayas tenido y ha ocupado el lugar de los amigos de tu misma edad que nunca tuviste oportunidad de tener. Y, no obstante, él también ha vivido su propia vida, pero no porque sea egoísta; él ha pensado en ti y en mamá y en Dawnie, y este pensamiento cálido y reconfortante ha dado sentido a su vida. Eres muy afortunado, Tim, en tener un padre como Ron, ¿no crees entonces que debes tratar de devolverle un poquito de lo que él te ha dado de tan buena voluntad todos estos años?

»De ahora en adelante, Tim -prosiguió Mary-, quiero que seas muy bueno con tu padre y muy bueno conmigo. No debes preocuparlo apartándote como lo has hecho hasta ahora y jamás deberás hacerle saber que yo te dije cómo andaban las cosas. Siempre que tu padre esté cerca, quiero que hables y cantes y te rías como si te sintieras feliz, verdaderamente feliz.

»Sé que te es difícil comprenderlo todo inmediatamente -finalizó Mary-, pero aquí estaré, explicándotelo hasta que no tengas la menor duda.

Como una mezcla de lluvia y viento y sol, el dolor y el gozo se confundían en los ojos de Tim, hasta que éstos se opacaron y hundió la cabeza en el regazo de Mary. Ella no se movió, acariciándole el cabello y le habló en voz baja, siguiendo el contorno de su cuello y de la oreja tiernamente con la punta del dedo, una y otra y otra vez.

Cuando al fin alzó la cabeza para mirarla, trató de sonreír y no lo consiguió. De pronto, la expresión de su rostro cambió, la mirada perdida volvió a aparecer en sus ojos y la mirada extrañada que había en ellos se retiró tras un velo de melancólico retraimiento. Al lado izquierdo de su boca el hoyuelo se hizo todavía más pronunciado y su rostro volvió a ser el del payaso trágico de toda comedia, volvía a ser el amante repudiado, el cuclillo en el nido de la alondra.

– ¡Oh, Tim! -le rogó ella-. ¡Por favor, no me mires así!

– En el trabajo me dicen el lerdo Tim -dijo él-, pero si de veras me esfuerzo, puedo pensar un poco. Desde que mamá se fue, he estado tratando de pensar algo que te muestre cuánto me gustas, porque creía que papá te gustaba más que yo. Mary, yo no sé qué es lo que tú me haces, únicamente lo siento y no puedo decírtelo porque no tengo las palabras. Nunca pude encontrar las palabras… Pero en las películas que veo en la televisión, el hombre abraza a la muchacha y luego la besa y entonces ella sabe cuánto le gusta a él. ¡Mary, tú me gustas mucho! Me seguiste gustando aunque creí que yo ya no te gustaba; ¡me gustas, me gustas!