Los ojos de John Martinson contemplaban a Tim, llenos de curiosidad, y con una profunda admiración. Sacó dos botellas de cerveza de litro y entre ambos empezaron a dar buena cuenta de ellas. Durante media hora Mary no dijo una sola palabra, mientras los dos hombres conversaban amigablemente bebiendo cerveza. A Tim le había caído bien el maestro e inmediatamente se sintió a gusto, por lo que empezó a hablar locuazmente de la casa de campo y el jardín y de su trabajo con Harry Markham, sin siquiera imaginarse que estaba siendo calibrado por todo un experto.
– ¿Te gustan las películas de vaqueros, Tim? -le preguntó al fin John Martinson.
– ¡Oh, sí! Me encantan.
– Bien; la señorita Horton y yo tenemos que hablar de algunos asuntos y no creo que te divierta el estar aquí escuchándolos. ¿Quieres que te lleve adentro, con mis hijos? En unos cuantos minutos va a empezar en la televisión una película de vaqueros verdaderamente buena.
Tim salió con Martinson y cuando éste regresó al estudio, Mary pudo oír a Tim riéndose en algún sitio en el interior de la casa.
– Todo va a ir bien, señorita Horton. Mi familia ya está acostumbrada a personas como Tim.
– No estoy preocupada en absoluto.
– ¿Y cuál es el asunto, señorita Horton? ¿Puedo llamarla Mary?
– Por favor. Le ruego que lo haga.
– ¡Bien! Y usted llámeme John. A propósito, ahora me doy cuenta de lo que usted quería decir cuando me contó que Tim era espectacular. Creo que jamás he visto a un joven tan bien parecido. Ni siquiera en las películas -soltó la risa y se miró el cuerpo, demasiado delgado-. Junto a Tim me siento flacucho.
– Pensé que iba usted a decir que qué lástima que alguien tan bien parecido sea un retrasado mental.
– ¿Por qué habría de pensar eso? -repuso sorprendido-. Nadie de nosotros nace sin algo hermoso y algo indeseable. Admito que el cuerpo y los rasgos de Tim son algo estupendo, ¿pero no cree usted que gran parte de esa belleza tan absolutamente arrobadora proviene del alma?
– Sí -dijo Mary agradecidamente; John Martinson verdaderamente comprendía; ella había acertado al escogerlo.
– Es un muchacho encantador y puedo decírselo inmediatamente. Uno de los más encantadores… ¿Quiere usted que lo examinen los expertos?
– No, no vine a verle para eso. Vine porque las circunstancias me han colocado en lo que parece ser un gran dilema y realmente no sé qué hacer. La situación es terrible porque, decida yo lo que decida, Tim va a salir perjudicado y tal vez muy duramente.
Los oscuros ojos azules no se desviaban ni un solo instante de los de ella.
– La cosa no suena bien -repuso-. ¿Qué sucedió?
– Bien, todo empezó cuando murió su madre, hace nueve meses. No sé si se lo mencioné a usted, pero ella tenía setenta años de edad. Ron, el padre de Tim, tiene esa edad.
– Ya veo, o, por lo menos, creo que empiezo a ver. ¿Y Tim la extraña mucho?
– No es eso; realmente no la extraña tanto. El que de veras la extraña es el padre de Tim, tanto que no creo que viva por mucho tiempo. Es un anciano muy bueno, pero parece que perdió las ganas de vivir cuando murió su esposa. Frente a mis propios ojos se va extinguiendo poco a poco. Y él lo sabe; el otro día me lo dijo.
– Y cuando muera, Tim se quedará solo.
– Así es.
– ¿Y se da Tim cuenta de todo eso?
– Sí; tuve que decírselo. Lo aceptó con serenidad.
– ¿Tiene alguna clase de seguridad económica?
– Bastante. En la familia pusieron casi todo lo que tenían para asegurarse de que a Tim jamás le faltara dinero por el resto de su vida.
– ¿Y dónde entra usted, Mary?
– Ron, el padre de Tim, me preguntó si quería yo hacerme cargo de su hijo cuando él muera y yo le contesté que sí.
– ¿Se da usted cuenta de lo que le espera?
– ¡Ah, sí! Sin embargo, ya aparecieron algunas complicaciones que no esperábamos -Mary bajó la vista y se contempló las manos-. ¿Cómo puedo aceptarlo, John?
– ¿Se refiere usted a lo que la gente pueda decir?
– En parte, aunque si eso fuera todo, no tendría miedo en arrostrar las consecuencias. No puedo adoptarlo porque ya es mayor de edad, pero Ron me ha dado poderes legales completos en los asuntos de Tim y, como quiera que sea, yo tengo bastante dinero; no necesito el de Tim.
– ¿Qué es, entonces?
– Tim se ha encariñado mucho conmigo, no sé por qué. Fue algo extraño… desde el mismo principio parecí gustarle, como si viera en mí algo que ni yo misma puedo ver. Hace ya dos años que nos conocimos… en aquellos días la cosa era sencilla. Éramos amigos, muy buenos amigos. Luego, cuando su madre murió, fui a ver a la familia y la hermana de Tim, Dawnie, que es una muchacha inteligente y quiere mucho a Tim, me lanzó unas acusaciones horribles y completamente sin fundamento. Dio a entender que yo era la amante de Tim, que me estaba aprovechando de su debilidad mental para explotarlo y corromperlo.
– Ya veo. Debe haber sido todo un shock, ¿o no?
– Sí. Fue algo horrible porque nada de eso es verdad. Tim estaba presente cuando dijo todo eso, pero afortunadamente no comprendió lo que ella quería decir. Sin embargo, lo echó a perder todo para mí y, en consecuencia, para él. Pasé una vergüenza terrible. El padre de Tim estaba ahí, pero tomó mi partido, ¿no es eso extraño? Se negó a creer una sola palabra de lo que ella había dicho, así es que la cosa no hubiera debido afectar en lo absoluto mi amistad con Tim. Sin embargo, sí la afectó, tal vez de una manera inconsciente, tal vez consciente, no lo sé. Desde entonces se me ha hecho muy difícil portarme con toda la naturalidad con Tim y, además, Ron me dio tanta lástima que todos los fines de semana nos lo llevamos con nosotros a la casa de campo.
»Llevamos así ya casi seis meses -prosiguió Mary después de una corta pausa- y Tim ha cambiado bastante. Se volvió silencioso y retraído y parecía no querer tener comunicación con ninguno de los dos. Estábamos terriblemente preocupados. Luego, una mañana hubo una terrible escena entre Tim y yo y todo quedó al descubierto. Tim estaba celoso de su padre; pensaba que Ron lo había reemplazado en mi afecto. Por eso tuve que decirle que su padre se estaba muriendo.
– ¿Y? -la apremió John Martinson cuando ella se detuvo; él se había inclinado hacia delante y la miraba fijamente.
Extrañamente, el auténtico interés que él mostraba le dio ánimo para proseguir.
– Tim, literalmente, se llenó de gozo cuando comprendió que mis sentimientos para con él no habían cambiado, que me seguía gustando. «Gustar» es la palabra que él usa; podrá decir que le encanta el pastel o las películas de vaqueros en la televisión o la jalea o el budín, pero cuando se refiere a personas a las que les tiene afecto, siempre dice que le gustan, no que las quiere. Es extraño, ¿verdad? Su mente es tan pura y tan directa que hace una interpretación literal de las palabras gustar y amar; oye que la gente dice que le encanta la buena comida o divertirse, pero se fija en que, cuando hablan de otro ser humano, dicen que les gusta. Así es que él dice lo mismo. Tal vez en eso tenga razón.
Las manos empezaron a temblarle y ella las mantuvo quietas cerrando los puños fuertemente en su regazo.
– Aparentemente, durante todo ese tiempo en que él pensaba que Ron me gustaba más que él, estaba tan perturbado que pensó en alguna manera de probarme que el afecto que me tenía era genuino y verdadero. La televisión fue la que le dio la respuesta y él razonó que, cuando a un hombre le gustaba una mujer, se lo probaba besándola. A no dudar, él también notó que en las películas dicha acción por lo común terminaba en un final feliz. -Mary se estremeció ligeramente-. En realidad yo tengo la culpa -agregó-. Si hubiera estado más alerta, hubiera podido evitarlo, pero fui lo bastante ciega para no verlo a tiempo. ¡Qué tonta fui!
»Tuvimos una escena verdaderamente terrible durante la cual me acusó de que Ron me gustaba más que él y cosas así. Tuve que explicarle por qué le daba atención a Ron, diciéndole que éste se estaba muriendo. Como puede usted imaginarse, eso lo trastornó profundamente. Ninguno de los dos estábamos serenos, sino bastante trastornados y tensos. Cuando el shock de saber lo de su padre pasó un poco, comprendió que él me seguía gustando más que Ron. Se levantó de un salto y me tomó tan de sorpresa que no comprendí lo que estaba haciendo hasta que fue demasiado tarde.