– ¡Llame una ambulancia! -jadeó Mary, temerosa de aflojar la presión sobre Tim en caso de que éste volviera a dejarse dominar por el pánico.
Nada de lo que la señora Parker le dijo pudo convencer a Mary de que se incorporara; cuando, no más de cinco minutos después, llegó la ambulancia, ella estaba todavía en el suelo con Tim, con su rostro pegado al de él, y los dos camilleros tuvieron que ayudarla a ponerse de pie.
Emily Parker la acompañó al hospital, tratando de consolarla cuando iban en la parte posterior de la ambulancia, con Tim y uno de los camilleros.
– No se preocupe por él, querida; va a ponerse bien. Se veía mucha sangre, pero he oído decir que medio litro de sangre derramada parecen cuarenta.
El hospital del distrito estaba a poca distancia, al otro lado de las fosas de ladrillo, y la ambulancia llegó ahí tan pronto que Mary todavía no había recuperado el habla cuando se llevaron a Tim en una camilla rumbo a la sala de urgencias. Después de haber resbalado, parecía haber caído en una especie de letargo y no la había reconocido a ella ni sabido dónde se encontraba, y tampoco había abierto los ojos una sola vez, como si temiera contemplar aquella cosa horrible que en un tiempo había sido su brazo.
La señora Parker condujo a Mary a una silla en la elegante sala de espera sin dejar de parlotear un solo momento.
– ¿No es lindo? -preguntó, tratando de alejar los pensamientos de Mary del problema de Tim-. Recuerdo cuando esto era sólo un par de cuartos con aparato de rayos X y los registros médicos. Ahora tienen este lugar nuevo, verdaderamente elegante. Lleno de plantas de sombra y con todo lo que se necesita para que una crea que no está en un hospital. He visto hoteles con vestíbulos menos elegantes, querida, ¡se lo aseguro! Ahora siéntese aquí y quédese tranquila hasta que venga el doctor mientras yo voy a buscar a mi amiga, la hermana Kelly, y veo si puedo conseguirle una taza de té y unos bizcochos.
El que anotaba la entrada de los pacientes se presentó no mucho después que la señora Parker se hubo retirado a hacer su obra de caridad. Mary se las arregló para ponerse en pie, humedeciéndose los labios con la lengua para poder hablar; hasta esos momentos no había pronunciado una sola palabra.
– ¿La señora Melville? Me encontré afuera con uno de los camilleros y él me dijo su nombre.
– ¿Có… co… cómo está Tim? -pudo decir al fin, temblando tan violentamente que tuvo que dejarse caer en la silla de nuevo.
– Tim se va a poner bien, señora Melville. ¡De veras! Lo acaban de llevar a la sala de operaciones para coserle el brazo, pero no hay por qué preocuparse, le doy mi palabra. Probablemente le pongamos un cuarto de litro de sangre en cuanto sepamos cuál es su tipo, pero por otra parte está muy bien; sólo tiene el shock de la pérdida de sangre y eso es todo. La herida del brazo no va a ser nada difícil de atender, yo mismo la he visto. Es un corte recto y profundo. ¿Cómo sucedió?
– Se le debe haber resbalado el cuchillo de cortar carne, no lo sé. Yo no estaba mirándolo cuando sucedió; sólo le oí cuando gritó. -Alzó el rostro y miró al otro desconsoladamente. -¿Está consciente? ¡Por favor, avísele que estoy aquí! Que no me he ido y que no lo dejaré solo. Se trastorna terriblemente cuando piensa que lo he dejado solo, aun ahora mismo.
– Por el momento está bajo una anestesia ligera, señora Melville, pero cuando vuelva en sí, me encargaré de que sepa que está usted aquí. No se preocupe por él; ya es un hombre crecido.
– Ése es precisamente el punto: no lo es. Un hombre crecido, quiero decir. Tim es retrasado mental y yo soy la única persona que tiene en el mundo. ¡Es terriblemente importante que sepa que estoy aquí! Simplemente dígale que Mary está aquí afuera, cerca de él.
– ¿Mary?
– Él siempre me llama Mary -admitió ella infantilmente-. Nunca me llama de otra manera sino Mary.
El empleado del hospital se dispuso a marcharse.
– Enviaré a uno de los residentes para que tome algunos datos que deben figurar en los registros del hospital, señora Melville, pero será algo breve. Éste es un caso simple de accidente y no es necesario anotar muchas cosas, a menos que él tenga algunos otros problemas de salud además de ser un retrasado mental.
– No. Su salud es perfecta.
La señora Parker regresó con la hermana Kelly tras de ella, trayendo una bandeja con té.
– Tómeselo mientras está caliente, señora Melville -dijo la hermana Kelly-. Luego, quiero que vaya al fondo del corredor, al cuarto de baño, que se quite la ropa y se dé un buen baño caliente. La señora Parker se ha ofrecido para ir a su casa y traerle una muda de ropa; mientras tanto, le daremos a usted una bata. Tim está muy bien y usted se sentirá mucho mejor después de darse un buen baño. Le enviaré a una enfermera para que le indique el camino.
Mary se inspeccionó y sólo entonces se dio cuenta de que estaba tan cubierta de la sangre de Tim como él mismo.
– Beba primero su té mientras el doctor Fisher hace algunas anotaciones para nosotros.
Dos horas después Mary estaba de regreso en la sala de espera con la señora Parker, ya con ropa limpia y sintiéndose más dueña de sí misma. El doctor Minster, el cirujano de urgencias, vino a ofrecerle unas palabras de aliento.
– Ya puede irse a casa, querida; él ya está bien. Pasó la operación perfectamente y ahora duerme como un bebé. Lo dejaremos en terapia intensiva unas cuantas horas más y luego lo pasaremos a uno de los pabellones. Dos días bajo observación y luego se lo enviaremos a su casa.
– Tiene que tener lo mejor. ¡Un cuarto para él solo y todo lo que pueda necesitar!
– Entonces, lo trasladaremos a la sección privada -la calmó el doctor Minster expertamente-. No se preocupe por él, señora Melville. A propósito, es un joven muy hermoso, realmente hermoso.
– ¿Puedo verlo antes de irme? -rogó Mary.
– Si así lo quiere, pero no tarde mucho. Está bajo sedantes y preferiríamos que no trate de despertarlo.
Habían puesto a Tim en una enorme cama detrás de un biombo, en el rincón de una sala llena de una inquietante variedad de equipo del que salían ruidos raros, silbidos suaves y destellos de luces que se encendían y apagaban alternativamente. Había otros siete pacientes, que se veían lo bastante mal como para despertar en la mente de Mary un principio de pánico. Una enfermera joven estaba junto a la cama de Tim y en esos momentos le quitaba la banda de presión que habían enrollado en su brazo sano. Tenía los ojos clavados en el rostro del paciente, en vez de prestar atención a lo que estaba haciendo, y Mary se detuvo un momento, contemplando esa obvia admiración. Luego, la enfermera alzó la cabeza, vio a Mary y sonrió.
– ¿Qué tal, señora Melville? -dijo-. Está dormido; eso es todo. Así es que no se preocupe por él. Su presión es excelente y ya salió del shock.
La cerúlea palidez había desaparecido de la cara de Tim y un color rosado la había reemplazado en el rostro dormido; Mary estiró la mano e hizo a un lado de la frente los apelmazados cabellos.
– Precisamente me lo iba a llevar a la sección privada, señora Melville, ¿Quiere venir conmigo y ver cómo lo acostamos, antes de irse a casa?
Le recomendaron que no lo fuera a visitar sino hasta el día siguiente, ya en la noche, porque iba a seguir dormido y su presencia sólo serviría para inquietarlo. Cuando llegó al hospital, se encontró con que no estaba en su cuarto; se lo habían llevado a hacerle ciertas pruebas. Mary tomó asiento y se dispuso a esperarlo pacientemente, rechazando todas las invitaciones que le hicieron de té y bocadillos con una sonrisa cortés, aunque un poco forzada.
– ¿Se da cuenta de dónde está y qué es lo que sucedió? -le preguntó a la hermana que estaba a cargo de esa sección-. ¿No se asustó cuando despertó y descubrió que yo no estaba?
– No; todo va bien, señora Melville. Se tranquilizó inmediatamente y parece estar muy contento. De hecho, es un muchacho tan agradable que ya es nuestro favorito.