– ¿Y la Nadia? Simpática, la mina. Loca como ella sola, pero ella sí que te hace reír.
– Por ahí anda.
– Esa mina no se cambiaría por nada.
– ¿Cómo?
– Que se adora. No quiere más consigo misma.
– Puede ser.
– ¿Tú y ella…?
– Sí y no -le dice en forma seca Alfonso-. Depende.
– ¿Y vas a ir al cine con ella? ¿Se van a encontrar ahí?
– No, voy a ir solo.
– ¿Me estás hueveando?
– No.
– ¿Solo?
– Sí, solo.
– ¿Y no te da miedo? O sea, plancha. Vergüenza.
– No, qué tiene. La película es buena, no tengo nada que hacer y quiero verla.
– Sabes, Fernández, es raro porque, a pesar de que vienes de la Chile y todo, eres como distinto… pero a veces no sé, siento que eres igual a ellos.
– No entiendo.
– Es como si te mimetizaras. Es tal tu deseo de pertenencia, que te estás convirtiendo en uno de ellos. Casi como si pertenecieras a ese mundo.
– Pero si pertenezco.
Lo queda mirando un rato y agrega:
– Cada día más.
Media Naranja
El motel está ubicado casi al final de Vicuña Mackenna, entre La Florida, la comuna del futuro con sus casas pareadas y pequeños jardincitos, y Puente Alto, un pueblo de provincia, dependiente de una sola industria – la Papelera -, que nadie sabe cómo ni cuándo terminó integrándose al Gran Santiago.
– Odio todas estas comunas nuevas. Estas calles recién pavimentadas apestan a arribismo -comenta Faúndez-. Puedo ser anticuado, pero para mí esto no es Santiago. Yo me quedo con el casco viejo.
– Todos quieren venirse para acá, Jefe -le dice Escalona-. Yo mismo estoy postulando a un subsidio. Mejor aire y mejor ambiente. Bueno para los niños.
– A los niños hay que criarlos en el centro. Cerca de las tentaciones. Así no te salen viciados. Cuando lo único que tienes es sol y flores, te desvelas pensando en la alcantarilla.
A través de radio Libertador suena De cara al viento, de Luz Eliana.
– Esta huevona ahora es evangélica, creo -comenta el Camión.
– Puta, si no me cuido, capaz que hasta a mí me agarren. Los evangélicos y los mormones nos van a cagar. En treinta años más van a infiltrar la Democracia Cristiana. Si ahora los curas nos tienen agarrados de las huevas, imagínense vivir bajo el yugo de esos chuchas de su madre.
– Ni Dios lo quiera, Jefe.
La canción termina y el animador da paso a un flash informativo:
«Gracias, Ernesto. Efectivamente, y tal como lo habíamos anunciado anteriormente, Carabineros y personal de la Brigada de Homicidios ya se encuentran aquí en el motel parejero Media Naranja, ubicado en la comuna de La Florida, donde una camarera encontró los cuerpos sin vida de una pareja que ingresó al recinto en horas de la madrugada. La identidad del hombre ha sido confirmada como Álvaro Rojas Pedraza, de 44 años. El nombre de la mujer, que fue baleada dentro de sus órganos genitales luego de haber sido penetrada por el cañón de la pistola, aún no ha sido entregado por los detectives. Trascendió que la mujer no es la cónyuge legal de Rojas Pedraza…»
– Obvio, Chico culeado.
«Al parecer, la tragedia de sangre fue un pacto suicida y contó con el beneplácito de ambas víctimas. Rojas, que llegó al motel Media Naranja en un automóvil Peugeot, se quitó la vida disparándose en la boca. Eso es todo desde el sector policial. Más informaciones en cualquier momento. Informó Roberto Rodolfo Quiroz.»
– Puta la huevada.
– Va a estar bueno. Camión, apúrate. ¿Cuánto tiempo crees que eran amantes, Pendejo?
– No sé. ¿Harto?
– Mucho. ¿Sabes cómo lo sé? La fórmula funciona así: donde hubo violencia, hubo intimidad, Pendejo. Acuérdate de eso. La violencia es proporcional al grado de intimidad que hubo. Mientras más violento un crimen, más intimidad hubo entre los dos.
Todos callan y escuchan durante un rato la tanda comercial.
– Alfonso, no te comas las uñas.
– Disculpe.
– Lo digo por ti, no por mí.
– ¿Usted cree que nos golpearon, don Saúl? ¿Podremos encontrar un ángulo distinto de lo que ya dijeron?
– No te compares con la radio, Pendejo. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
– Seguro que la Roxana se fue de boca y ya lo sabe todo Chile -reclama Escalona.
– No te metas con la Roxana. Hace su pega. No todos los crímenes pueden ser nuestros.
– Pero sería bueno, Jefe. Además, podríamos pautearlos. Dejar los más fuertes para los días en que no hay noticias.
El Media Naranja se esconde detrás de una larga y alta muralla color caqui. Para ingresar, se atraviesa un portón móvil ubicado en una ínfima calle transversal. El portón, sin embargo, está abierto. Pasan por alto la caseta de la oficina que está pintada, tal como el resto de la estructura, de un intenso color naranja. El motel está compuesto por bloques perpendiculares, cada uno con un garaje del que cuelga una cortina negra, estampada con gajos de naranjas, que llega más abajo de la altura de la patente de un auto.
Santiago es la ciudad con más moteles por habitante en el mundo. Quizás Estados Unidos los inventó, pero están a la orilla del camino y su función es, más que nada, ser un lugar de descanso para luego poder continuar el viaje. En Santiago, en cambio, los moteles están dentro de la ciudad y exudan sexo ilícito y adúltero. La mayor diferencia que tienen con los llamados hoteles galantes, por ejemplo, es que a estos últimos se llega a pie. Los moteles, en cambio, que son más caros, fueron diseñados pensando en los automóviles y, por eso mismo, casi siempre se ubican en lugares suburbanos o, al menos, fuera del paso habitual.
El Media Naranja se inauguró hace tres meses y eso salta a la vista. El sitio es desmadradamente inmenso y los jardines están sobrecuidados, lo mismo que los árboles, que son, claro, naranjos que tapan estratégicamente cada puerta.
El Camión divisa el furgón de Carabineros y varios autos de Investigaciones. Se dirige hacia allá.
– Está bonito este local. Habría que ver cómo es por dentro -comenta Faúndez.
Los cuatro se bajan de la camioneta. Alfonso sigue a los demás de cerca. De un auto sale una pareja con anteojos oscuros; la mujer se tapa con la mano.
El motel está totalmente vacío con excepción del contingente policial y periodístico.
– El Chico la anduvo alumbrando -dice el Camión-. Puta madre, miren. Está todo el ganado.
– Buitres, huevón. Buitres.
En efecto, detrás de la pieza-cabaña en cuestión se ve a buena parte del sector policial al acecho: dos de los canales de televisión; el Chico Quiroz; el móvil de radio Caupolicán con la dupla Galvarino Canales padre y Galvarino Canales hijo, ambos con gruesos anteojos de carey negro; y el Indio Béjar, con una gorra de béisbol que dice Última Hora. Incluso está Waldo Puga, reliquia viviente de El Universo, muy empaquetado en un elegante terno negro con rayas blancas, su bisoñé resistiendo heroicamente el luminoso sol de mediodía.
– Puta madre, además está ese cubano enano del Extra -informa Escalona-. Estamos cagados.
– El Petete vale oro -le aclara Faúndez-. Siempre nos hace favores.
– A ti te va a hacer el favor.
– ¿Perdón? ¿Escuché mal? Más respeto. No te salgas de tu lugar, Escalona. Como ando de buena, porque anoche me lo chuparon bien chupado, voy a dejar pasar ese dardo. ¿De acuerdo? Pero la idea es que no se repita. ¿Estamos de acuerdo?
Después de distintos saludos, algunos protocolares, otros sentidos, Faúndez comienza a husmear.
– ¿Algún otro dato, Chico?
– No todavía. Parece que la mina era muy cuatiquera. Un encargado del motel escuchó feroces quejidos.
– O sea, se mandaron feroz cacha y después se mataron.