– Por exhibicionista.
– Algo así.
– Fue preso igual.
– Detenido un rato, pero quedó libre. Se vio obligado a hacer la denuncia. Así se supo. Mañana su mujer va leer esto y la cagada va a quedar igual.
– ¿No podemos entrevistarlo, entonces?
– No, Escalona, fotografiarlo tampoco. El tipo huyó. Conseguimos esto con la Roxana Aceituno. En exclusiva.
– Estamos mal. Las putas no posan ni hablan. El huevón tampoco. Tengo una idea. ¿Qué edad dijiste que tenía el saco de huevas?
– Veintiséis.
– ¿Dice algo sobre su físico?
– Delgado, de anteojos, pero se los pelaron.
Escalona se acerca a Alfonso y le sonríe.
– Fernández, te voy a hacer famoso.
– ¿Qué estás pensando?
– Podemos tener la mejor portada del día. Arrasar en los quioscos. Podemos golpear al Extra.
– ¿Qué estás pensando?
– Una sutil recreación.
– ¿Cómo? -Sácate la ropa.
– ¿Qué?
– Ya, empelótate. No tenemos todo el día.
Acuchillado por la espalda
– Dame eso, no te lo vas a comer.
– ¿Cómo sabes que no me lo voy a comer? Tengo hambre, me lo voy a comer.
– Te conozco.
– Ni en un millón de años, Nadia. Qué me vas a conocer… Te he dado tantas oportunidades que prefiero ni recordarlo. Algún día, años después, cuando sepas algo de mí, te arrepentirás.
– Quédate con el quesillo, si quieres. Allá tú. Pero cómetelo.
Alfonso parte el trozo de quesillo y se lo echa a la boca.
– Te vas a acordar de mí. Y hablarás pestes. Dirás que te traté mal, que te hice daño, que te humillé.
– Estás loco. No sabes de qué estás hablando.
Alfonso y Nadia están en un rincón del iluminado casino del diario. Nadia está de negro; Alfonso, con camisa celeste. Las inmensas ventanas dan al cerro. El aroma ácido de la salsa de tomates rebota en las paredes y lo impregna todo.
Es la hora de almuerzo y tanto los obreros como los periodistas comen en el mismo recinto. Rolón-Collazo sentenció que un diario masivo y popular no puede hacer distinciones odiosas. Cada uno almuerza cuando quiere o cuando tenga tiempo. No hay turnos. Las mesas son comunes, con capacidad para diez personas. Alfonso y Nadia están solos, tienen toda la mesa para ellos. A un lado del casino están los obreros, con sus cotonas amarillas. Al otro, los reporteros, diseñadores y otros representantes del estamento periodístico.
– No sé por qué le llaman casino al casino -dice Alfonso mientras enrolla sus tallarines-. Son esos errores del idioma. ¿Qué tiene que ver esta cocinería con el Casino de Viña, por ejemplo?
– En ambos lugares manda el azar. Nunca sabes qué te va a tocar de almuerzo, con quién tendrás que sentarte a almorzar, si te saldrá un pelo en la sopa.
– Estás creativa.
– Soy creativa -le responde Nadia con un dejo de coquetería.
En la fila de la comida, esperando a que le sirvan, está Francisco Olea, el jefe de Espectáculos. Nadia está de espaldas y no lo puede divisar. Olea se ve muy joven; presumiblemente lo es. Menos de treinta, sin duda, aunque cultiva una estética como de chico de diecisiete que recién está despertando a la vida. Viste una polera malva con rayas amarillas, una chaqueta de jeans desteñida, pantalones rojos ceñidos y botas de motorista. Está bronceado, tiene el pelo corto y su aro brilla. Francisco Olea tiene el tipo de atractivo masivo pero desechable de un galán de telenovelas.
– Para mí que Olea es medio gay -dice Alfonso.
– Ojalá, así dejaría de meterse con tanta mina. El teléfono no para de sonar. Son minas y minas que se le ofrecen. Especialmente vedettes y futuras cantantes. Son tantas mujeres que el pobre vive con sueño. No duerme nada.
– Por eso jala tanto.
– Jala a veces, no tanto.
– ¿No crees que usa el pantalón muy apretado?
– Un poco. Cuando se le para, se le marca todo.
– ¿Cómo sabes que se le para?
– Lo he visto. Tengo ojos. Unas minas lo llaman por teléfono y le dicen cosas y se le para.
– ¿Te gusta?
– Es mi jefe, Alfonso. No seas estúpido.
– Por eso te pregunto. Para no quedar como estúpido.
Nadia no le contesta; se dedica a comer su ensalada de porotos verdes y tomate. Se demora su tiempo.
– Buena portada la de hoy. Un poco movida la foto pero total. Se ha vendido como pan caliente. ¿Tú escribiste la nota?
– Sí, todo fue reporteo mío.
– ¿Por qué no la firmaste?
– No hay que firmar todo.
– Y justo estaba ahí el tipo. Qué suerte. Y en pelotas. Genial.
– Escalona es capaz de tomar fotos desde un auto moviéndose. Doblamos la esquina y ahí estaba el pobre.
– ¿Y los pacos?
– Detrás de nosotros. Lo agarraron justo después y lo taparon con una frazada.
– No tenía mal cuero, el compadre. Bonito poto.
– No sé, no tuve tiempo de mirar.
Ella lo queda mirando y sonríe como si sospechara algo. Después le pregunta:
– ¿Qué hiciste hoy?
– ¿De verdad te interesa?
– No seas denso, ¿quieres?
– Hay un sicópata dando vueltas. Don Saúl cree es un sádico, algo así. Mataron a otro chico que trabaja en un supermercado. En el Agas de Bilbao.
– Yo he comprado ahí.
– El tipo fue al supermercado, compró varias bolsas y le pidió al chico que se las llevara a su departamento que estaba por ahí. Una vez dentro, se lo echó.
– ¿Usó una bolsa?
– Exactamente igual al otro caso. Este departamento, eso sí, estaba casi vacío, sólo una colchoneta en el suelo. Llevaba varios meses sin ser habitado. El tipo es listo. No hay huellas ni datos, sólo los de la violación.
– Qué horror.
– ¿Y tú?
– Vi el ensayo de una obra de teatro que no entendí. Todos supermaquillados y hablando como si recién hubieran aprendido español. ¿Por qué los actores modulan tanto? Es patético. Lo peor es que estaban desnudos, lo que era un poquito asqueroso porque no tenían figuras muy atléticas que digamos.
– ¿De qué se trataba?
– Un grupo de fetos que se niegan a nacer. Analizan y critican las vidas de sus padres, que son todos últimos, todas las patologías habidas y por haber.
– Va a arrasar con la crítica.
– Y fui a un cóctel al Sheraton. De la Warner. Para anunciar a sus cantantes que vienen a Viña.
– ¿Y cuándo partes?
– Pasado mañana. ¿Me vas a ir a ver?
– Si tengo tiempo.
– No me respondas así.
– ¿Así como?
– Así.
– ¿Terminaste? -le pregunta Alfonso.
– Sí, tomémonos un café en el jardín.
Ambos se levantan, cogen sus bandejas y atraviesan el inmenso casino. El ruido de las cucharas contra el metal de los platos llena el recinto de un peculiar tintineo.
– Esto es una cárcel, Nadia.
Alfonso pasa al lado de Francisco Olea y le lanza una mala mirada. Olea está almorzando junto al gordito fofo de los crucigramas, que también se las da de crítico literario los domingos.
– Me encanta Danilo Reinoso, es tan chiquitito e intelectual.
– Es igual a Yoda. Patético. Vive encerrado inventando puzzles. Con qué moral critica libros si nunca ha vivido una aventura.
– Estás cada día más odioso, Alfonso.
Alfonso y Nadia dejan sus bandejas con los restos de comida en una suerte de ventanilla que da a la cocina. Después salen al caluroso aire libre. Cerca de las rotativas hay una máquina expendedora. Alfonso inserta las monedas, aprieta los botones y saca dos vasos plásticos de café.