– Te apuesto mi vida a que algo de esto se va a saber. Voy a buscar un modo.
¿Supiste?
Faúndez revisa su casillero de correo y encuentra una invitación al estreno de una obra de teatro. La lee, sonríe y la rompe. Mira la pared, pero los mensajes del Chacal no están. El reloj con números romanos marca las 9:05 de la mañana.
Saúl va hacia la máquina del café y se compra uno. Regresa a la sala de redacción y camina hasta el cubículo de Policía. De un cajón saca una botella de pisco y le echa un poco al vaso de plástico. Se lo bebe al seco. En seguida lo rellena con pisco.
Faúndez observa las portadas de los otros diarios. Casi todos titularon con el caso de la madre que degolló a su hija frente a su marido adúltero. En Las Noticias Gráficas, en la sección País, una pequeña nota dice que la jueza Dominica Vidal dio orden de no informar respecto al caso de la muerte accidental del actor Sebastián Rogers.
Suena el teléfono. Faúndez apaga el cigarrillo y contesta.
– Roxana, ¿qué tal?
A medida que escucha lo que ella le dice, sus ojos comienzan a agrandarse.
– ¿Qué?
Escalona entra y se sienta. Hojea El Clamor.
– Te llamo más tarde. Un beso.
Faúndez cuelga y mira a Escalona.
– ¿Estás al tanto?
– Así es.
– Canta, entonces.
– Malas noticias, Jefe. Hay un soplón en casa. O la gente que enviaron a Viña está muy bien dateada.
– ¿Viña? No entiendo. Escalona, son las nueve de la mañana. Estoy durmiendo.
– Lea ¿Supiste? y despertará.
– Léemelo.
– ¿Está seguro?
Escalona agarra el diario con las dos manos. Sus ojos salidos enfocan la página.
– El ambiente festivalero se tiñó de negro con la caída al infierno del guapetón Sebastián R., que mantenía amistad, contactos y hasta amores con mucha de la gente que ya se instaló en el Hotel O'Higgins a empezar la chuchoca festivalera… En la pérgola y en la piscina no se habla de otra cosa…
– Me estás chupando la corneta.
– Esto es sólo el comienzo.
– Espérame un segundo.
Faúndez busca El Clamor y lo abre en la sección Espectáculos. Ubica la página de ¿Supiste?, que ahora tiene el agregado En Viña, además de dibujos de gaviotas y antorchas. Hay dos fotos en la página. Una de Pachuco y su Cubanacán y otra de la vedette Denise de la Rouge tapándose los pezones con plumas de pavo real.
Escalona vuelve a leer en voz alta:
– La subrepticia caída de Sebastián desde un lujoso penthouse de un piso dieciocho en el sector alto de la capital ha desplazado los otros pelambres del balneario.
– ¿Qué pelambres? Esto es secreto, por la puta.
– Según los más cercanos a la víctima, este caso posee elementos que no estarían fuera de lugar en Hollywood. Los rumores se han centrado en las amistades del actor que estaban presentes en el departamento del joven y reventado hijo de una destacada familia ligada a la política, el comercio y la iglesia. Un músico amigo de Sebastián indicó que los jóvenes que estaban en ese departamento podrían ser acusados de asesinato por llenar el cuerpo del actor de alcohol y estimulantes.
– Esto es cosa seria -interrumpe Faúndez con rabia.
– Sebastián, que interpretaba a Ángel en «Lazos profundos», fue encontrado en el suelo del lujoso condominio luciendo una ensangrentada polera del Hard Rock Café, un pelo teñido de rubio, pinchazos de heroína en el brazo y rastros de cocaína en la nariz. Según fuentes muy bien informadas, el carrete de los jovencitos duró más de 24 horas e incluyó más de diez gramos de la nociva sustancia blanca, además de anfetaminas, litros de trago y recreos en dos exclusivas discos…
– Creo que tengo al soplón.
– ¿Gente de Olea? Esto puede dejar la cagada. La jueza lo va a leer.
– Sé quién está detrás de esto. Es más, lo estoy viendo entrar.
Faúndez toma el teléfono y lo lanza al suelo. Alfonso reacciona ante el ruido.
– Buenos días, don Saúl.
Faúndez se da vuelta y con toda su fuerza le lanza una bofetada que golpea a Alfonso contra la pared y lo deja tendido en el suelo. Después agarra la página y se la acerca tan cerca de la cara que el papel se mancha de la sangre que fluye de su nariz.
– Supe que estuviste conversando larga-distancia anoche con tu arpía, Pendejo culeado.
Alfonso intenta contener la sangre. Su mirada es de terror y sorpresa.
– Conmigo no se juega. Nunca, ni en broma -le grita agarrándolo del cuello de la camisa. Entonces baja la voz y se le acerca aun más. Alfonso le huele el pisco en el aliento-. ¿Vos me has visto las huevas, huevón?
Alfonso no responde.
– ¿O acaso te parezco huevón? ¿Fácil de pichulear?
– No.
– Eso esperaba. Ahora ándate y no vuelvas hasta que te avise, cabro concha de tu madre. Yo voy a tener que hacerme cargo de tu condoro, no tú -Faúndez lo queda mirando fijo, seco, sin pestañear-: La próxima vez que te eches una cagada -remata-, trata de andar con papel confort.
Después le lanza una patada al muslo.
Bandera a media asta
– ¿Amigos, entonces?
– Amigos, puh, compadre -le responde Norambuena antes de abrazarlo-. Vos eres mi amigo. Mi amigo periodista. El que escribe de mí.
Alfonso lo mira. Las venas de su cuello saltan a la vista. Su corte de pelo es innegablemente detectivesco. Como un cadete naval perdido en Santiago.
– En todo caso, perdona una vez más.
– Si es mi culpa, me fui de lengua. Quería lucirme delante de ti.
– Debí haberme quedado piola. Si se lo dije a la Nadia era para que lo publicara. Eso lo sé. Para qué me voy a engañar.
– Relájate -le dice Norambuena con una sonrisa-. A los dos nos llegó luma, pero la huevada pasó. Estamos libres. Y el viejo Faúndez, ¿qué te dijo?
– Que lo perdonara. Que no debió pegarme. Regreso el lunes, a primera hora.
– ¿Y tu informe de práctica?
– No me atreví a preguntarle. Supongo que podré terminarla. Por suerte, nadie más lo sabe. Eso espero. Ni Tejeda ni el Chacal. Faúndez se echó la culpa.
– Se la jugó.
– Supongo que sí.
– Sí. De más.
– Alita de mosca, compadre.
– ¿Cómo?
– Que está finita -le dice mientras pica la cocaína con su carnet de la Brigada.
– Nunca la he probado. Primera vez. ¿De dónde la sacaste?
– Arresté a un sospechoso. Andaba cargado. Así que se la retuve. Para probar.
– Si te pillan, Hugo, te cagan.
– No entré a esta huevada solamente para hacer justicia, compadre. La idea es que alguna vez también la pase bien. ¿Legal o no?
– Ilegal.
– De más -y se ríe como un niño.
Están en el departamento de Alfonso. Sobre la mesa del comedor, el espejo de su tía Esperanza está atravesado de líneas de cocaína. Suena rock argentino.
– Está bueno este lugar. Céntrico. Podría vivir acá.
– Este departamento está lleno.
– En el mismo edificio, compadre. Nunca tanto. ¿Habrá alguna pensión? ¿Arrendarán una pieza? Estoy medio aburrido de la mía.
Alfonso no alcanza a responder; Norambuena se lanza en picada contra el espejo usando como arma una pajita de cumpleaños.
– Te toca -le dice con la nariz cerrada por la cocaína.
– No estoy muy seguro.
– Te aseguro que no te va a dar un ataque de locura. No vas a saltar por la ventana.
– Carreteando al estilo Sebastián Rogers -comenta Alfonso.
– Estos saques son de ellos.
– ¿Cómo?
– No son de un lanza.
– ¿Qué quieres decir? Explícate.
– Son los que encontré bajo el pastelón de cemento en el condominio. Cerquita del cuerpo.
– Estás loco, Norambuena. Te podrían echar de la Institución.
– Puta, ¿te puedo confesar algo?