Para el hombre común que no tiene nada de corriente es, justamente, lo que está escrito debajo del logotipo. Arriba, Diario masivo y popular. El colofón lo encabeza Leónidas Rolón-Collazo, hijo, seguido de Omar Ortega Petersen y, en letras más chicas, Darío Tejeda.
Alfonso mira cada una de las páginas. El editorial sobre los pasajes escolares, la columna sobre el cierre de casas de masajes que aborda Ortega Petersen en Pan, pan/Vino, vino. Se fija en las fotos grandes, expresivas, que cuentan historias por sí mismas. Y en un aviso que ofrece dinero al lector que «sople el mejor notición».
En la página seis está la sección ¿Supiste? con rumores de todos los ámbitos, y en la ocho, la delgada columna Sal y Pimienta de un tal Florencio López Suárez, que versa sobre el olor del tabaco y el ritual de los habanos. La página diez se llama Chile Lindo y denuncia los problemas de infraestructura de la ciudad (perros vagos, un hospital infestado de ratas).
En la página once, que da inicio a la sección internacional, hay una suerte de vida social bautizada como En Vuelo con fotos de gente que llega y parte del aeropuerto y que informa el destino y el motivo de sus viajes. La página está auspiciada por una agencia que explica que el turismo es «un premio al esfuerzo» y «el único lujo que la clase media se puede dar el lujo de tener».
Alfonso se salta los avisos de los grandes almacenes que ofrecen rebajas y créditos sin interés y se va directo a Deportes, que ocupa muchas páginas, posee decenas de columnas (Bajo la Lupa, Off-Side, Olor a Camarín), mini-entrevistas a los jugadores y decenas de fotos dentro y fuera de la cancha.
La sección de la crónica roja abre con el retrato de un cadáver flotando en el Mapocho; la nota viene firmada por Saúl Faúndez. Alfonso se la salta y avanza hasta Hípica, donde se entera de ganadores, placés, quinelas y trifectas.
La página cultural también tiene una columna, esta vez llamada Femme que firma una tal Fatale y que trae la foto de una mujer tipo Pola Negri tomada en los años 30.
A partir de ahí comienza la parte netamente frívola. Copucha-Party se centra en vedettes (que exhiben en forma generosa sus curvas) y un tal Ele-Ka critica Pezones de oro, una cinta italiana que se exhibe en el cine York («uno no queda como misil pero tampoco pasa por ella incólume»). La sección trae un inserto centrado en el final de la telenovela Lazos profundos con el prontuario de todos los actores. El crucigrama, firmado por «Rey», se arma a partir de un retrato de Arturo Moya Grau. El horóscopo augura dolores de menstruación a las mujeres de Aries y el Dr Amor le recomienda a «Resentida en Renca» ponerle los cuernos a su marido si eso es lo que realmente desea.
Alfonso cierra el diario y se tapa la cara. Se queda así durante un largo rato.
Lazos profundos
Alfonso abre la puerta del departamento 903 y es como si ingresara a un horno lleno de galletas quemadas. Las ventanas que dan al centro de la ciudad, a la Alameda fraccionada por luces blancas y rojas, están abiertas de par en par. El sol de la tarde ha caldeado el departamento y se nota. Basta tocar las paredes para sentir el calor acumulado.
Alrededor de la mesa del comedor, tomando onces-comida, están su abuela, su tía Esperanza y una vecina solterona del piso ocho, de nombre Margot pero que responde al apelativo de «Flaca». Las tres lo saludan sin mirarlo y continúan atentas al televisor. Alfonso reconoce a los acartonados actores y se da cuenta de que es Lazos profundos, la telenovela del semestre, claro que el horario estelar no coincide.
– ¿No se supone que terminaba ayer? Lo leí en El Clamor.
– Están repitiendo el último capítulo, amor -le dice la Flaca.
– ¿Y no lo vieron?
– Pero queremos verlo de nuevo. ¿Comiste?
Alfonso observa la mesa cubierta por un mantel de hule con patitos amarillos estampados. Efectivamente, hay galletas pero son de ésas compradas a granel. También hay lonjas de un jamón que parece plástico laminado y un pote de margarina, una caja de leche larga-vida, hallullas tostadas y una tetera protegida por una suerte de abrigo a crochet que su abuela cambia periódicamente. Alfonso corta un trozo de queso gouda y mira el televisor.
– ¿Se casan?
– Sí, pero María Laura se suicida lanzándose al mar.
– ¿Lo muestran?
– Se ve de lejos -le contesta la Flaca -. Lo filmaron en Las Torpederas. Se nota a la legua que es un muñeco.
Alfonso mira una larga escena en que una pareja comparte dos cafés y un montón de recuerdos implantados. Arriba del sofá hay tres gaviotas enchapadas en oro falso que vuelan rumbo a la ventana. Sobre la mesa del teléfono, una reproducción de La última cena que la Flaca les trajo de Europa. Más allá, en un marco de bronce, el título de odontóloga de su prima Ivonne.
Su tía Esperanza se ha puesto hawayanas de goma; tiene las uñas de los pies color naranja y no se ha depilado en meses. Su abuela anda con un delantal a cuadritos celestes que es exactamente igual al de la mujer que va a ayudar a hacer el aseo los martes y los viernes.
– Te llamó la Nadiacita, Alfonso -le dice su abuela sin despegar los ojos de la pantalla-. Dijo que la llamaras después de Lazos profundos.
– Ya.
– ¿Así que les fue regio?
– Mejor imposible.
– Si sé, me lo contó todo. Es tan dije la Nadiacita.
– Muy dije.
– ¿Me vas a traer el diario todos los días?
– Si me lo dan, sí.
– La Nadia me dijo que le daban varios. Era cosa de tomar los que uno necesita.
– Me podrías traer uno a mí.
– Pensé que leías La Lucha, Flaca.
– Pero te quiero leer a ti. Vamos a recortar todas tus notas y se las vamos a mandar a tu pobre madre.
– El Clamor llega todos los días a Viña, Flaca.
– Entonces las guardamos para nosotras. Capaz que algún día seas famoso.
– Si a este niño le va a ir muy bien. Desde chico lo supimos. Por suerte no heredó nada de su padre.
– Excepto el apellido -comenta la tía Esperanza-. ¿Vas a firmar con tus dos apellidos, Alfonso?
– Dudo que me publiquen algo. Menos firmar.
– Si firmas, firma Fernández Ferrer. Por nosotras.
– Por tu pobre madre que tanto se ha sacrificado.
– Ferrer Fernández suena mejor -opina la abuela-. Para qué vas a publicitar al desgraciado de tu padre.
– Ferrer Fernández, me gusta. Como Fitzgerald Kennedy -agrega la Flaca.
Alfonso va hacia su pieza, donde su cama de una plaza apenas deja espacio para una mesa-escritorio, un afiche enmarcado de Hemingway en Key West y unas repisas mal atornilladas atestadas de libros usados, revistas La Bicicleta y los tomos rojos de la Enciclopedia Salvat.
No enciende la luz. Su ventana da al suroriente y la vista de noche es impresionante. El Estadio Nacional, curiosamente, está encendido y las luces que lo alumbran expelen humo. En la torre del lado, la imagen de Lazos profundos se repite de piso en piso.
Prometo acordarme
– ¿Tú crees que al final las cosas terminan dándose como uno quiere? Si uno espera, digo, y se la juega.
– Es una telenovela, Nadia. Me extraña. Las cosas tienen que darse, si no imagínate el caos. La gente saldría a la calle a protestar. Se volverían locos. Seis meses de espera para darse cuenta de que la novela es igual a la vida. No puede ser.
– Pero, en serio, ¿crees?
– Para eso inventaron la ficción: para que uno al menos crea que hay un orden, que existen ciclos.
– No seas latero, no estamos en la Escuela. Basta de tesis.