SEREBRIAKOV.- ¿Qué quieres de mí? ¿Qué derecho, Qué derecho tienes para hablarme de ese modo?... ¡Lo que eres es una nulidad! ¡Sí la hacienda es tuya, quédate con ella! ¡No la necesito!
ELENA ANDREEVNA.- ¡Ahora mismo me marcho de este infierno! (Con un grito.) ¡No puedo resistir más!
VOINITZKII.- ¡Mi vida está deshecha! ¡Tengo talento, inteligencia, valor!... ¡Si hubiera vivido normalmente, de mí pudiera haber salido un Dostoievski, un Schopenhauer!... ¡No sé lo que digo!... ¡Me vuelvo loco! ¡Estoy desesperado!... ¡Madrecita!...
MARÍA VASILIEVNA (en tono severo).- ¡Obedece a Alexander!
SONIA (arrodillándose ante el ama y estrechándose contra ella).- ¡Amita!... ¡Amita!...
VOINITZKII.- ¡Madrecita!... ¿Qué debo hacer?... ¡No me lo diga! ¡Ya sé lo que tengo que hacer! (A Serebriakov.) ¡Te acordarás de mí! (Sale por la puerta del centro. María Vasilievna le sigue.)
SEREBRIAKOV.- ¡Pero, bueno!... ¿Qué es esto, en resumidas cuentas?... ¡Libradme de ese loco! ¡No puedo vivir bajo el mismo techo que él!... ¡Duerme ahí... (señalando la puerta del centro), casi a mi lado!... ¡Que se traslade a la aldea o al pabellón!... ¡Si no, yo seré el que se vaya allí, porque quedarme junto a él, en la misma casa, me es imposible!
ELENA ANDREEVNA (a su marido).- ¡Hoy mismo nos marcharemos de aquí!... ¡Es indispensable dar órdenes inmediatamente!
SEREBRIAKOV.- ¡Qué nulidad de hombre!
SONIA (a su padre, siempre de rodillas, nerviosa y entre lágrimas).- ¡Hay que tener misericordia, papá! ¡Tío Vania y yo somos tan desgraciados! (Conteniendo su desesperación.) ¡Hay que tener misericordia!... ¡Acuérdate de cuando eras joven y tío Vania y la abuela se pasaban las noches traduciendo para ti libros... copiando papeles!... ¡Todas las noches! ¡Todas las noches!... ¡Tío Vania y yo hemos trabajado sin descanso, con temor a gasta en nosotros mismos una kopeika para poder mandártelo todo a ti!... ¡No hemos comido gratis nuestro pan!... ¡No es eso lo que quiero decir! ¡No es eso... , pero tú tienes que comprender, papá!... ¡Hay que tener misericordia!
ELENA ANDREEVNA (nerviosamente a su marido).- ¡Alexander!... ¡Por el amor de Dios!... ¡Ten una explicación con él! ¡Te lo suplico!
SEREBRIAKOV.- Bien. Nos explicaremos... Sin culparte de nada ni enfadarme, coincidirán ustedes conmigo en que su comportamiento es por lo menos extraño... Pero, bueno..., voy a verle. (Sale por la puerta del centro.)
ELENA ANDREEVNA.- ¡Trátale con más blandura! ¡Cálmate! (Sale tras él.)
SONIA (estrechándose contra el ama).- ¡Amita!... ¡Amita!...
MARINA.- ¡Nada, nada..., nenita!... ¡Déjalos que cacareen como los gansos, que ya se callarán!
SONIA.- ¡Amita!
MARINA (acariciándole la cabeza). - ¡Tiemblas como si estuviera helando!... Bueno, bueno, huerfanita... Dios es misericordioso... Voy a hacerte una infusión de tila o de frambuesa y se te pasará... ¡No te aflijas, huerfanita!... (Fijando con enojo la mirada en la puerta del centro.) ¡Vaya nerviosos que se han puesto los muy gansos! ¡A paseo con ellos! (Detrás del escenario suena un disparo, oyéndose después el grito lanzado por Elena Andreevna. Sonia se estremece.)
SONIA.- ¡Vaya!
SEREBRIAKOV (entrando corriendo y tambaleándose de susto).- ¡Sujetadlo! ¡Sujetadlo! ¡Se ha vuelto loco!
ESCENA IV
Elena Andreevna y Voinitzkii aparecen forcejeando en la puerta.
Telón.
ELENA ANDREEVNA (luchando por arrebatarle la pistola).- ¡Entréguemela! ¡Entréguemela le digo!
VOINITZKII.- ¡Déjeme, Heléne! ¡Déjeme! (Logrando soltarse de ella, entra precipitadamente y busca con los ojos a Serebriakov.) ¿Dónde está? ¡Ah! ¡Está aquí! (Apuntándole y disparando.) ¡Pum!... (Pausa.) ¿No le he dado? ¿Me falló otra vez el tiro? (Con ira.) ¡Ah diablos! ¡Diablos!... (Golpea con la pistola sobre la mesa y se deja caer, agotado, en una silla. Serebriakov parece aturdido y Elena Andreevna, presa de un mareo, se apoya contra la pared.)
ELENA ANDREEVNA.- ¡Llévenme de aquí ¡Llévenme!... ¡Mátenme, pero no puedo quedarme un instante más! ¡No puedo!
VOINITZKII (con desesperación). -¡Oh! ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo?...
SONIA (en voz baja).- ¡Amita! ¡Amita!...
Telón.
ACTO CUARTO
Habitación de Iván Petrovich: su dormitorio y, a la vez, su despacho en la hacienda. Junto a la ventana hay una gran mesa, cubierta de libros de contabilidad y papeles de todas clases; una mesita, escritorio, armarios y balanzas. Otra pequeña mesa -utilizada por Astrov- aparece llena de instrumentos de dibujo y pinturas. A su lado, una carpeta, una jaula con un chorlito y, colgando de la pared, un mapa de África -por supuesto, absolutamente innecesario para cualquiera de los habitantes de la casa-. Hay también un enorme diván forrado de hule. A la izquierda, una puerta conduce a los demás aposentos; a la derecha, otra se abre sobre el zaguán. Al lado de ésta, un polovik.. 5Es un anochecer de otoño. Reina el silencio.
ESCENA PRIMERA
Marina, ayudada por Teleguin, devana una madeja para su calceta.
TELEGUIN.- Dese prisa, María Timofeevna... Van a llamarnos de un momento a otro para despedirse de nosotros. Ya han pedido el coche.
MARINA (esforzándose por devanar más velozmente).- Falta muy poco.
Sí..., se marchan a Jarkov y se quedan a vivir allí.
MARINA.- ¡Pues mejor!... ¡El susto que se llevaron!... ¡Ni una sola hora -decía Elena Andreevna- quiero seguir viviendo aquí! ¡Vámonos y vámonos!... ¡Viviremos -decía- en Jarkov!... ¡Cuando veamos cómo van las cosas, ya mandaremos por todo!...
TELEGUIN.- Los preparativos se han hecho muy a la ligera... Esto quiere decir, María Timofeevna, que su destino no es vivir aquí. ¡No es su destino!... ¡Obedece, sin duda, a una fatal predestinación!
MARINA.- ¡Pues mejor! ¡Hay que ver el alboroto que armaron... los tiros!... ¡Una vergüenza!
TELEGUIN.- Sí. El argumento es digno del pincel de Alvasovsky. 6