VOINITZKII (cogiendo un frasco de la mesa y entregándoselo a Astrov).- Toma... (A Sonia.) Hay que apresurarnos a trabajar, a hacer algo... De otra manera no podré ... no podré.
SONIA.- Sí, Sí... ¡A trabajar!... Tan pronto como hayamos despedido a los nuestros, nos pondremos al trabajo... (Removiendo nerviosamente los papeles.) ¡Lo tenemos todo abandonado!
ASTROV guardando el frasco en el botiquín y ajustan- do las correas).- Ahora ya puede uno ponerse en camino.
ELENA ANDREEVNA (entrando).- ¿Está usted aquí, Iván Petrovich?... Ya nos vamos...; pero vaya a ver a Alexander. Quiere decirle algo.
SONIA.- ¡Ve, tío Vania! (Cogiendo a Voinitzkii por el brazo.) ¡Anda, vamos! ¡Tú y papá tenéis que hacer las paces! ¡Es imprescindible! (Salen Sonia y Voinitzkii.)
ELENA ANDREEVNA.- Me marcho. (Tendiendo la mano a Astrov.) Adiós.
ASTROV.- ¿Ya?
ELENA ANDREEVNA.- Me prometió usted hoy que se marcharía de aquí.
ASTROV.- Lo recuerdo, en efecto. Me voy ahora mismo. (Pausa.) ¿Se ha asustado usted? (cogiéndole una mano.) ¿Tanto miedo tiene?
ELENA ANDREEVNA.- Sí.
ASTROV.- ¿Y si se quedara?... ¿Eh? ... Mañana en el campo forestal ...
ELENA ANDREEVNA.- No. Está decidido. Por eso le miro tan valientemente... , porque nuestra marcha está decidida... Sólo quiero rogarle una cosa: que tenga mejor opinión de mí... Quisiera que me estimara.
ASTROV (con un gesto de impaciencia).- ¡Ah... ¡Quédese! ¡Se lo ruego!... ¡Confiese que en este mundo no tiene nada que hacer!... ¡Que carece de objetivo en qué ocupar su atención y que, más tarde o más temprano, cederá inevitablemente al sentimiento!... Y entonces, ¿no sería mejor aquí, en plena naturaleza, que en Jarkov o en Kursk?... ¡Más poético, por lo menos, y hasta bonito!... ¡Aquí tenemos un campo forestal y una hacienda medio derruida al gusto de Turgueniev!...
ELENA ANDREEVNA.- ¡Qué gracioso es usted!... Aunque esté enfadada, me agradará recordarle. Es usted un hombre interesante y original. No hemos de volver a vernos y, por tanto, ¿por qué guardar el secreto?... Me sentí un poco atraída hacia usted... Bueno..., estrechémonos la mano y separémonos como amigos. No guarde mal recuerdo de mí.
ASTROV (Después de cambiar con ella un apretón de manos).- Sí... Márchese. (Pensativo.) ¡Parece usted una persona buena..., con alma...; pero, sin embargo, diríase que su ser contiene algo extraño!... Desde que con su marido llegó aquí, todos cuantos antes trabajaban y trajinaban abandonaron sus asuntos y se pasaron todo el verano ocupados solamente de la gota de su marido y de usted... Ambos nos contagiaron de ociosidad... Yo me sentía tan interesado por usted que estuve un mes entero sin hacer nada, aunque durante este tiempo la gente seguía enfermando y los mujiks llevando a pastar su ganado a mis bosques... Así, pues, usted y su marido -con sólo su presencia- llevan la destrucción por dondequiera que van... Hablo en broma; pero lo cierto es que es extraño, y que estoy convencido de que, si hubiera continuado aquí, el destrozo hubiera sido enorme... Yo hubiera sucumbido, pero tampoco usted hubiera resultado ilesa... Pero bien, márchese. ¡Finita la comedia! ...
ELENA ANDREEVNA (cogiendo de la mesa un lápiz y guardándoselo rápidamente).- Me llevo este lápiz como recuerdo.
ASTROV.- ¡Qué extraño!.. Nos conocimos, y de pronto, sin saber por qué, resulta que no hemos de volver a vernos. ¡Así son las cosas de este mundo! Ahora que no hay nadie aquí..., antes que venga el tío Vania con su ramo de flores..., permítame que le dé un beso. Como despedida... ¿Sí?... (La besa en la mejilla.) ¡Así, pues, ya está!
ELENA ANDREEVNA.- Le deseo cuanto mejor pueda desearse. (Mirando a su alrededor.) ¡Sea lo que sea! ¡Por una vez en la vida!... (De un súbito impulso le abraza,, separándose ambos en el acto rápidamente.) ¡Hay que marcharse!
ASTROV.- Váyase pronto. Si el coche está dispuesto, váyase en seguida.
ELENA ANDREEVNA.- Me parece que aquí vienen ya. (Ambos escuchan.)
ASTROV.- ¡Finita! .
ESCENA III
Entran Serebriakov, Voinitzkii, María Vasilievna con un libro entre las manos, Teleguin y Sonia.
SEREBRIAKOV (a Voinitzkii).- No lo recordemos más. Después de lo ocurrido en estas pocas horas, he sufrido y he meditado tanto, que creo hubiera podido escribir y legar a mis descendientes todo un tratado sobre el arte de vivir ... De buen grado acepto tus excusas y, a mi vez, te ruego me perdones. Adiós. (Él y Voinitzkii se besan tres veces.)
VOINITZKII.- Seguirás recibiendo puntualmente lo de costumbre. Todo irá como antes. (Elena Andreevna abraza a Sonia.)
SEREBRIAKOV (besando la mano a María Vasilievna).- Maman ...
MARÍA VASILIEVNA (besándole).- Retrátese y mándeme una fotografía... Ya sabe usted cuán querido me es.
TELEGUIN.- Adiós, excelencia. No nos olvide.
SEREBRIAKOV (después de besar a su hija).- Adiós... Adiós a todos. (Tendiendo la mano a Astrov.) Gracias por su grata compañía. Aprecio su manera de pensar, sus aficiones y sus ímpetus..., pero permita a este viejo añadir a sus palabras de despedida solamente una observación: ¡hay que trabajar, señores, hay que trabajar! (Con un saludo general.) ¡Deseo mucho bien a todos! (Sale seguido de María Vasilievna y de Sonia.)
VOINITZKII (besando apretadamente la mano de Elena Andreevna). - ¡Adiós! ¡Perdóneme!... ¡No volveremos a vernos más!
ELENA ANDREEVNA (conmovida). -¡Adiós, querido amigo! (Le besa la cabeza y sale)
ASTROV (a Teleguin).- ¡Di que, de paso, preparen también mi coche, Vaflia!
TELEGUIN.- ¡A tus órdenes, querido! (Sale. Astrov y Voinitzkii quedan solos en la escena.)
ASTROV (recogiendo las pinturas y guardándolas en la maleta).- Y tú... ¿por qué no sales a despedirlos?
VOINITZKII.- ¡Qué se marchen!... ¡Yo..., yo no puedo!... ¡Me es muy penoso!... ¡Habrá que ocuparse cuanto antes de algo!... ¡Trabajar! ¡Trabajar!... Rebusca entre los papeles que sobre la mesa. Pausa. Se oyen algunos timbrazos.)
ASTROV.- ¡Se fueron!... El profesor se va, seguramente, contento. Nada le atraerá ya aquí.
MARINA (entrando).- ¡Se fueron! (Se sienta en la butaca y empieza a hacer calceta.)