—…ochenta… ¡Rocky! ¿Eres tú, Rocky?
—Soy yo. ¿Dónde… ¿Dónde…? —Se fue calmando, tragó saliva y siguió hablando—. ¿Estás bien? ¿Has visto a los demás?
—Oh, capitana. Las cosas más horribles…
La voz de Gaby se quebró y Cirocco escuchó sollozos. Gaby vertió un incoherente torrente de palabras: lo contenta que estaba de oír la voz de Cirocco, cuan sola había estado, cuan segura había estado de ser la única sobreviviente hasta escuchar su radio y oír sonidos…
—¿Sonidos?
—Sí, al menos hay otra persona viva, salvo que fueras tú, llorando.
—Yo… ¡Diablos! He llorado bastante. Tal vez fuera yo.
—No lo creo —dijo Gaby—. Estoy bastante segura de que es Gene. De vez en cuando también canta. Rocky, es tan bueno oír tu voz.
—Lo sé. Es bueno oír la tuya —tuvo que volver a respirar profundamente y aflojar su presión sobre el aro del casco. La voz de Gaby había recuperado el control, pero Cirocco se hallaba al borde de la histeria. No le gustó sentirse así.
—Las cosas que me han ocurrido —estaba diciendo Gaby—. Estaba muerta, capitana, y en el cielo, y ni siquiera soy religiosa, pero allí estaba…
—Gaby, cálmate. Contrólate.
Hubo silencio, realzado por aspiraciones nasales.
—Creo que estaré bien ahora. Lo siento.
—No importa. Si has pasado algo como yo pasé, lo comprendo perfectamente. Bien, ¿dónde estás?
Se produjo una pausa, luego una risita.
—No hay letreros de calles en este barrio —dijo Gaby—. Es un cañón, no muy profundo. Está lleno de rocas y hay un arroyo justo en medio. Hay unos árboles bastante extraños a los dos lados del agua.
—Se parece mucho al lugar donde estoy yo —(¿pero qué cañón?, se preguntó)—. ¿Qué dirección llevas? ¿Cuentas los pasos?
—Sí. Corriente abajo. Si lograra salir de este bosque vería medio Temis.
—También yo he pensado en eso.
—Sólo necesitamos un par de señales para saber si estamos en el mismo paraje.
—Pues pienso que debemos estar, o no nos oiríamos.
Gaby no dijo nada y Cirocco comprendió su error.
—Bien —dijo Cirocco—. Línea de visión.
—Alto. Estas radios sirven para bastante distancia. Aquí, el horizonte se curva hacia arriba.
—Lo creería mejor si lo viera. Donde yo estoy ahora mismo podría ser el bosque encantado de Disneylandia al atardecer.
—Disney habría hecho un trabajo mejor —dijo Gaby—. El bosque habría tenido más detalles, y monstruos que saldrían de sopetón de los árboles.
—No digas eso. ¿Has visto algo así?
—Un par de insectos, supongo que eran insectos.
—Yo he visto un grupo de pececillos. Parecían peces. Oh, de paso, no te metas en el agua. Pueden ser peligrosos.
—Los he visto. Después de meterme en el agua. Pero no hicieron nada.
—¿Te has cruzado con algo que sea notable en algún aspecto? ¿Algún rasgo superficial poco usual?
—Algunos saltos de agua. Dos árboles caídos.
Cirocco miró a su alrededor y describió el estanque y el salto de agua. Gaby afirmó que había cruzado varios lugares así. Podía tratarse del mismo arroyo, pero no había modo de saberlo.
—Bien —dijo Cirocco—. Esto es lo que haremos. Cuando te encuentres delante de una roca yendo corriente arriba, haz una señal en ella.
—¿Cómo?
—Con otra roca —localizó una piedra del tamaño de su puño y acometió la roca en la que había estado sentada. Garabateó una gran ‘C’. Era imposible confundir su artificialidad.
—Estoy haciendo eso ahora mismo.
—Haz una marca cada cien metros o algo así. Si estamos en el mismo río una de nosotras irá detrás de la otra, y la que vaya delante esperará hasta que la otra la alcance.
—Suena bien. Uh… Rocky, ¿cuánto tiempo duran estas baterías?
Cirocco hizo una mueca y se frotó la frente.
—Quizás un mes de uso. Depende de cuánto tiempo hayamos estado… bueno, hayamos estado dentro. No tengo idea de eso. ¿Y tú?
—No. ¿Tienes pelo?
—Ni pizca —se pasó la mano por el cuero cabelludo y advirtió que no parecía tan liso—. Pero me está volviendo a crecer.
Cirocco caminó río abajo, manteniendo en su lugar el auricular y el micrófono para poder conversar.
—Me siento más hambrienta cuando pienso en comida —dijo Gaby—. Y estoy pensando en eso ahora mismo. ¿Has visto alguno de esos pequeños arbustos con bayas?
Cirocco miró alrededor pero no localizó nada similar.
—Las bayas son amarillas y más o menos del tamaño de la punta de tu pulgar. Tengo una en la mano. Es blanda y transparente.
—¿Vas a comerla?
Hubo una pausa.
—Iba a preguntarte qué piensas al respecto.
—Tarde o temprano tendremos que probar algo. A lo mejor una baya no basta para matarte.
—Simplemente, me pone mala —rió Gaby—. Esta se rompió en mis dientes. Dentro hay una gelatina espesa, como miel con sabor a menta. Se está disolviendo en mi boca… Y ya ha desaparecido. La corteza no es tan dulce, aunque de todas maneras voy a comerla. Puede ser la única parte con valor alimenticio.
Tal vez ni eso, pensó Cirocco. No había razón por la que una parte de aquello tuviera que sustentarlas. Se alegró de que Gaby le hubiera dado una descripción tan detallada de sus sensaciones mientras comía la baya, pero conocía el propósito de la acción. Los equipos desactivadores de bombas empleaban la misma técnica. Un hombre permanecía apartado en tanto que el otro informaba de todas sus maniobras por la radio. Si la bomba estallaba, el sobreviviente aprenda algo para la siguiente ocasión.
Cuando les pareció que había transcurrido bastante tiempo sin efectos malignos, Gaby se puso a comer más bayas. Más adelante, Cirocco descubrió algunas. Eran casi tan buenas como aquel sabor inicial del agua.
—Gaby, estoy muerta. Me pregunto cuánto tiempo llevamos despiertas.
Se produjo una larga pausa y Cirocco tuvo que llamar de nuevo.
—¿Hum? Ah, hola. ¿Cómo he llegado aquí? —Gaby parecía levemente borracha.
—¿A dónde has llegado? —Cirocco se puso seria—. Gaby, ¿qué pasa?
—Me senté un momento para descansar las piernas. Debo de haberme quedado dormida.
—Intenta despertarte tanto como para encontrar un buen sitio.
Cirocco ya estaba explorando. Iba a ser un problema. Nada parecía bueno, y ella sabía que la peor idea era tumbarse sola en tierra extraña. Lo único peor habría sido permanecer despierta por más tiempo.
Caminó un poco entre los árboles y se maravilló de lo blanda que era la hierba bajo sus pies descalzos. Mucho mejor que las rocas. Sería agradable sentarse un rato.
Despertó en la hierba, se incorporó rápidamente y observó todo a su alrededor. Nada se movía.
Un metro en todas direcciones desde el lugar en que había dormido, la hierba se había vuelto marrón, seca como el heno.
Se puso en pie y miró una gran roca. Se había acercado a ella desde el borde del arroyo, buscando un sitio para dormir. Dio la vuelta en torno al pedrusco y al otro lado había una letra ‘G’ enorme.
CAPITULO 5
Gaby insistió en volver sobre sus pasos. Cirocco no protestó; le pareció bien, aunque jamás lo habría sugerido.
Caminó río abajo, a menudo pasando junto a las marcas que Gaby había hecho. En un punto dado tuvo que dejar la arenosa orilla y seguir por la hierba para eludir una gran masa de rocas. Al llegar al césped vio una serie de puntos marrones ovales espaciados como huellas de pies. Se arrodilló y los tocó. Estaban secos y eran quebradizos, igual que la hierba donde había dormido.