—He descubierto parte de tu rastro —informó a Gaby—. Es imposible que tus pies hayan tocado la hierba más de un segundo, y sin embargo algo que llevas en tu cuerpo la ha matado.
—Observé lo mismo cuando me desperté —dijo Gaby—. ¿Qué te parece?
—Creo que segregamos algo venenoso para la hierba. Si eso es cierto, quizá no olamos muy bien para el tipo de grandes animales que normalmente podrían interesarse por nosotras.
—Esa es una buena noticia.
—Lo malo es que podría significar que poseemos componentes bioquímicos muy diferentes. Eso no es tan bueno por lo que a comer toca.
—Eres muy graciosa cuando hablas de eso.
—¿Eres tú ésa…, ahí delante?
Cirocco atisbo en la pálida luz amarillenta. El río corría un buen trecho en línea recta, y justo donde empezaba a curvarse había una menuda figura.
—Sí. Soy yo, si es que tú eres ésa que agita los brazos.
Gaby lanzó un grito, un penoso sonido en el diminuto auricular. Cirocco lo oyó otra vez un segundo después, mucho más débil. Sonrió y después sintió que la sonrisa se hacía más y más amplia. No había deseado correr, pues aquello se parecía tanto a una película mala… Pero de todas maneras lo hizo, igual que Gaby, dando brincos absurdamente largos a causa de la baja gravedad.
Se toparon con tanta dureza que por un instante quedaron sin respiración. Cirocco abrazó a la pequeña subordinada y la levantó del suelo.
—Ca-caramba… ¡Te encuentro ta-ta-tan bien! —dijo Gaby. Uno de sus párpados temblaba y los dientes le rechinaban.
—Hey, tranquila, cálmate —Cirocco acarició la espalda de Gaby con ambas manos. La sonrisa de Gaby era tan amplia que hacía daño a la vista.
—Lo siento, pero creo que me pondré histérica. ¿No es eso una carcajada?
Y Gaby rió, pero con una risa insulsa que hería el oído y enseguida se convirtió en temblores y jadeos. Se apretó a Cirocco con la fuerza suficiente para romperse las costillas. Cirocco no se opuso, sino que dejó a la otra mujer en la arenosa orilla del río y la abrazó mientras enormes lágrimas de baja gravedad resbalaban por sus hombros.
Cirocco no supo en qué momento los confortadores abrazos se transformaron en otra cosa. Fue algo muy gradual. Gaby se mostró bastante insensible durante un largo rato y pareció muy natural que Gaby acariciara a Cirocco y que las dos se apretaran mucho una contra otra. El primer instante en que la acción empezó a parecer algo anormal fue cuando Cirocco se encontró besando a Gaby y ésta le devolvió el beso. Pensó que podría haberse detenido entonces, pero no quiso hacerlo porque no sabía si las lágrimas que probaba pertenecían a ella o a Gaby.
Y además, aquello nunca llegó realmente a convertirse en un acto amoroso. Se frotaron una contra otra y se besaron boca a boca, y cuando llegó el orgasmo casi pareció ajeno a lo que había pasado antes. Al menos eso era lo que Cirocco se dijo una y otra vez.
Una de ellas tenía que decir algo al terminar y daba la impresión de que era mejor mantenerse aparte de lo que acababan de hacer.
—¿Te encuentras bien ahora?
Gaby asintió. Sus ojos seguían brillantes, pero estaba sonriendo.
—Oh, oh. Tal vez no continuamente, con todo. Me desperté soñando. Realmente temo dormirme.
—Tampoco es mi idea favorita. ¿Sabes que eres una de las criaturas de mejor aspecto que he visto en mi vida?
—Eso es porque no tienes un espejo.
Gaby no pudo dejar de hablar durante horas, y no le gustó que Cirocco la soltara. Se trasladaron a una posición menos expuesta entre los árboles y después se sentaron, la espalda de Cirocco contra un tronco y Gaby reclinada sobre ella.
Gaby habló de su viaje a lo largo del río, pero el hecho al que quería volver una y otra vez, o del que no podía apartarse, era su experiencia en la panza de la criatura. A Cirocco le pareció un sueño prolongado que tenía poco en común con lo que ella misma había experimentado, pero eso quizá fuera simplemente por la inadecuación de las palabras.
—Me desperté en la oscuridad unas cuantas veces, igual que tú —dijo Gaby—. Cuando lo hacía, no podía sentir, ver u oír nada, y de verdad que no quería estar allí mucho tiempo.
—Yo regresaba a mi vida anterior. Era tremendamente vivido. Podía… sentirlo todo.
—Yo también —dijo Gaby—. Pero no era una repetición. Todo eran cosas nuevas.
—¿Siempre sabías dónde estabas? Esa fue la peor parte para mí, recordando y después olvidando. No sé cuántas veces me pasó.
—Sí, siempre sabía dónde estaba. Pero llegué a estar bastante cansada de ser yo, si eso tiene algún sentido. Las posibilidades eran tan limitadas…
—¿Qué quieres decir?
Gaby hizo un gesto de indecisión con las manos, como si intentara coger algo en el aire. Desistió y dio la vuelta en los brazos de Cirocco para mirarla a los ojos durante un largo instante. Luego apoyó la cabeza entre los senos de Cirocco, quien pareció algo molesta pese a que la calidez de su cercanía era demasiado buena para rehusarla. Bajó los ojos hacia la pelada cabeza de Gaby y tuvo que contener un impulso para besarla.
—Veinte, treinta años habrán sido los que estuve allí dentro —dijo suavemente Gaby—. Y no me digas que eso es imposible. Tengo una idea bastante buena respecto a que nada como ese lapso tuvo que haber transcurrido en el resto del universo. No estoy loca.
—No he dicho que lo estés —Cirocco friccionó los hombros de Gaby cuando empezaron a temblar, y el temblor desapareció.
—Bueno, tampoco he debido decir que no estoy loca. Jamás necesité alguien que me mimara, así que antes no lloraba. Lo siento.
—No me importa —murmuró Cirocco, y asiera en realidad. Descubrió que era sorprendentemente fácil musitar palabras de seguridad al oído de otra mujer—. Gaby, es imposible que una de nosotras hubiera pasado por eso sin crispamientos. Yo lloré durante horas. Vomité. Puedo hacerlo otra vez, y si me es imposible valerme sola, me gustaría que cuidaras de mí.
—Lo haré, no te inquietes por eso —dio la sensación de relajarse un poco más—. El tiempo real no es importante —dijo finalmente Gaby—. Lo que importa es el tiempo interno. Y según ese reloj, yo estuve allí dentro muchos años. Subí al cielo por una maldita escalera de cristal. Y tan seguro como que estoy sentada aquí, veo todos los escalones en mi mente, siento las nubes moverse con rapidez a mi lado y oigo rechinar mis pies en el vidrio. Y era el cielo de Hollywood, con alfombra roja los últimos tres o cuatro kilómetros, puertas doradas como rascacielos y gente con alas. Y yo no creía en eso, ¿comprendes? Y sin embargo lo creía. Sabía que estaba soñando, sabía que era ridículo y que al final todo aquello no me serviría de nada y desaparecería —bostezó y rió suavemente—. ¿Por qué te estoy contando todo esto?
—Quizá para sacártelo de encima. ¿Te hace sentir mejor?
—Un poco.
Se quedó un rato callada. Cirocco pensó que se había quedado dormida, pero no era así. Gaby se removió y se acurrucó más en el regazo de Cirocco.
—Tuve tiempo de hacerme un buen examen de mí misma —dijo, farfullando—. No me gustó. Llegué a preguntarme qué estaba haciendo de mí misma. Nunca antes eso me había preocupado.
—¿Qué hay de malo en tu forma de ser anterior? —preguntó Cirocco—. A mí me gustabas.
—¿De verdad? No comprendo por qué. Claro, yo no causaba muchos problemas a nadie, podía cuidar de mí misma. Pero ¿qué más? ¿Qué detalle bueno?