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—Te portabas muy bien en tu trabajo. Eso es todo lo que en realidad yo te exigía. Eres la mejor que existe, o no habrías sido seleccionada para esta misión.

Gaby suspiró.

—No sé por qué —dijo—, pero eso no me impresiona. Me refiero a que para llegar a ser tan experta sacrifiqué casi todo lo que caracteriza a un ser humano. Tal como he dicho, hice un poco de auténtico examen de conciencia.

—¿Qué decidiste?

—En primer lugar, Gaby ha terminado con la astronomía.

—¿Gaby?

—Es la verdad. ¿Y qué, caramba? Nunca saldremos de aquí, y no hay estrellas que mirar. De todas formas habría necesitado encontrar otra cosa que hacer. Y no ha sido tan repentino. Tuve mucho, muchísimo tiempo para cambiar de ideas. ¿Sabes que no tengo un amante en todo el mundo? Ni siquiera un amigo.

—Yo soy tu amiga.

—No. No, del modo a que me refiero. La gente me respetaba por mi trabajo, los hombres me deseaban por mi cuerpo. Pero jamás hice amigos, ni siendo una niña. No, del tipo al que le puedes abrir tu corazón.

—No es tan difícil.

—Espero que no. Porque voy a ser una persona distinta. Voy a hablar a la gente de la auténtica Gaby. Esta es la primera vez que puedo hacerlo, porque es la primera vez que me he conocido realmente. Y pienso amar. Voy a preocuparme por la gente. Y parece que tú entras en esto —levantó la cabeza y sonrió a Cirocco.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Cirocco, frunciendo ligeramente la frente.

—Es una sensación extraña, la tuve en cuanto te vi —bajó la cabeza de nuevo—. Creo que te quiero.

Durante unos instantes Cirocco nada pudo decir. Después forzó una carcajada.

—Hey, cariño, sigues estando en ese cielo de Hollywood. Eso del amor a primera vista no existe. Lleva tiempo. ¿Gaby?

Trató de hablarle varias veces pero Gaby estaba dormida o simulaba muy bien que lo estaba. Cirocco dejó que su cabeza cayera hacia atrás cansadamente.

—Oh, Dios mío.

CAPITULO 6

Lo inteligente habría sido montar guardias. Cirocco se preguntó, mientras pugnaba por despertarse, por qué había logrado tan pocas veces hacer lo inteligente desde que llegó a Temis. Tenían que adaptarse a la extraña carencia de tiempo. No podían seguir caminando hasta caerse.

Gaby dormía con el pulgar en la boca. Cirocco trató de levantarse sin molestarla, pero fue imposible. Gaby gimió y abrió los ojos.

—¿Estás tan hambrienta como yo? —bostezó.

—Es difícil saberlo.

—¿Crees que se trata de las bayas? A lo mejor no son buenas.

—Imposible saberlo tan pronto. Pero echa una ojeada allí. Podría ser desayuno.

Gaby miró adonde Cirocco señalaba. Había un animal junto al río, bebiendo. Mientras lo observaban, el animal levantó la cabeza y las contempló a no más de veinte metros de distancia. Cirocco se puso en tensión, preparada para cualquier cosa. El animal parpadeó y bajó la cabeza.

—Un canguro de seis patas —dijo Gaby—. Sin orejas.

Fue una descripción bastante buena. El animal estaba cubierto con un corto pelaje y tenía dos grandes patas traseras, aunque no tan largas como las de un canguro. Las cuatro patas delanteras eran más pequeñas. El pelaje era amarillo y verde claro. El animal no hacía nada especial por protegerse.

—Me gustaría echar un vistazo a sus dientes. Podrían indicarnos algo.

—Lo correcto es probablemente salir por piernas de aquí —dijo Gaby. Suspiró y miró el suelo a su alrededor. Se levantó antes que Cirocco pudiera detenerla y caminó hacia la criatura.

—Gaby, déjalo —murmuró Cirocco, intentando no alertar al animal. En ese instante se dio cuenta de que Gaby llevaba una roca en la mano.

La criatura alzó los ojos de nuevo. Tenía una cara que habría resultado divertidísima en otras circunstancias. La cabeza era redonda, sin orejas o nariz visibles; simplemente dos estúpidos ojos. Pero la boca daba la impresión de que la criatura estuviera mascando una armónica bajo. Los labios se alargaban el doble que el resto de la cabeza, dando al animal una sonrisa ridícula.

La criatura levantó del suelo las cuatro patas delanteras y se alzó tres metros en el aire. Gaby brincó casi tan alto por la sorpresa y tuvo tiempo de girar alocadamente antes de caer sobre su trasero. Cirocco se acercó a ella y trató de quitarle la piedra.

—Vamos, Gaby, no estamos tan necesitadas de carne.

—Calla —dijo Gaby a través de sus dientes apretados—. Lo hago también por ti.

Forcejeó para desasirse y corrió hacia adelante.

El bicho había dado dos saltos, cada uno de ocho o nueve metros. Después se quedó quieto, con las patas delanteras tocando la tierra y la cabeza baja. Estaba comiendo hierba.

Alzó la mirada plácidamente cuando Gaby se detuvo a dos metros de distancia. Parecía no temer a la mujer, y siguió pastando mientras Cirocco llegaba por detrás de Gaby.

—¿Crees que deberíamos…?

—¡Chist!

Gaby vaciló sólo un instante más, luego se acercó hasta la bestia. Levantó el brazo y golpeó fuertemente con la piedra en la parte superior de la cabeza, y a continuación se apartó de un salto.

La bestia emitió un ruido de tos, se tambaleó y cayó de costado. Pateó una vez y se quedó inmóvil.

Observaron un rato al animal y finalmente Gaby se aproximó y lo pinchó con un dedo del pie. No sucedió nada, por lo que se arrodilló al lado. El animal no era mayor que un venado pequeño. Cirocco se acuclilló con los codos en las rodillas, tratando de no disgustarse por aquello. Gaby parecía estar sin aliento.

—¿Crees que está muerto? —preguntó.

—Lo parece. Una especie de anticlímax, ¿no crees?

—Está bien para mí.

Gaby se secó la frente con una mano y luego golpeó una y otra vez la cabeza de la criatura con la piedra hasta que surgió sangre roja. Cirocco se sobresaltó. Gaby tiró la roca y se limpió las manos en los muslos.

—Ya está. ¿Sabes una cosa? Si recogieras un poco de esa maleza seca creo que yo lograría encender una hoguera.

—¿Cómo lo harás?

—No importa. Tú, preocúpate de la leña.

Cirocco recogió medio brazado de leña antes de que cesara de preguntarse cuándo Gaby había empezado a dar las órdenes.

* * *

—Bien, la teoría era buena —dijo Gaby, tristemente.

Cirocco acometió de nuevo la correosa carne roja que se aferraba al hueso con tanta tenacidad.

Gaby había sudado una hora con un trozo de su traje espacial y una roca que había confiado fuera pedernal pero que resultó no serlo. Tenía una pila de leña seca, una sustancia fina parecida al musgo y astillas cuidadosamente cortadas de tres ramas con el agudo borde del casco de Cirocco. Teman todos los ingredientes esenciales de una hoguera excepto la chispa.

En aquella hora la opinión de Cirocco sobre la habilidad de Gaby había sufrido una revolución. Cuando tuvo el animal despellejado y Gaby abandonó la idea de la hoguera. Cirocco supo que comería la carne cruda y estaría agradecida por ello.

—Ese bicho no tenía predadores —dijo Cirocco. casi con la boca llena. La carne era mejor de lo que había esperado. aunque faltaba algo de sal.

—Seguro que no actuaba así —convino Gaby. Se puso en cuclillas al otro lado del cadáver de la bestia y sus ojos erraron por el terreno por encima del hombro de Cirocco. Esta hacía lo mismo.

—Eso puede significar que no hay predadores bastante grandes para preocuparnos.

La comida fue un acto agotador debido a la cantidad de masticación precisa. Las dos mujeres se entretuvieron examinando el cuerpo muerto. El animal no pareció demasiado notable a los inexpertos ojos de Cirocco. Deseó que Calvin hubiera estado allí para decirle si estaba equivocada. La carne, piel, huesos y pelaje eran de los colores y texturas usuales, y hasta olían adecuadamente. Había órganos que Cirocco no podía identificar.