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Bill tenía cuarenta años —era el mayor de la tripulación—, y un rostro dominado por una nariz irregular y carrillos capaces de agraciar a un perro basset. Estaba quedándose calvo y sus dientes no eran bonitos. Pero su cuerpo era delgado y duro, diez años más joven que su cara. Sus manos eran pulcras y cuidadas, precisas en los movimientos. Bill era hábil con la maquinaria, aunque no con los aparatos grasientos, ruidosos. Su juego de herramientas cabía en el bolsillo de su camisa, tan diminutas que Cirocco no osaría manejarlas.

Su delicada sensibilidad daba resultado cuando hacía el amor. Y ese tacto se equiparaba a su amable disposición. Cirocco se preguntó por qué le había costado tanto tiempo descubrir a Bill.

Había tres hombres a bordo de la Ringmaster y Cirocco había hecho el amor con todos. Igual que Gaby Plauget. Resultaba imposible mantener secretos con siete personas viviendo en un espacio tan limitado. Cirocco sabía con certeza, por ejemplo, que lo que hacían las hermanas Polo tras las puertas cerradas de sus camarotes contiguos seguía siendo ilegal en Alabama.

Todos se habían cansado de ir de un lado a otro, especialmente en los primeros meses del viaje. Gene era el único tripulante casado y, desde el principio, se había preocupado de anunciar que él y su esposa tenían un pacto acerca de tales asuntos. Pese a todo, había dormido solo durante largo tiempo puesto que las Polo se tenían una a la otra. Gaby parecía no preocuparse en absoluto por el sexo y Cirocco se había sentido irresistiblemente atraída por Calvin Greene.

Su persistencia fue tal que, finalmente. Calvin se acostó con ella, no una vez, sino tres. La cosa no fue bien y, antes de que Calvin advirtiera su desilusión, Cirocco había enfriado la relación y permitido que él fuera detrás de Gaby, la mujer que le había atraído desde el primer momento. Calvin era un cirujano general entrenado por la NASA no sólo como biólogo de nave sino también como ecólogo. Era negro, aunque, nacido y criado en O’Neil Uno, concedía poca importancia a aquello. Era igualmente el único tripulante más alto que Cirocco. Ella no pensaba que el detalle estuviera muy relacionado con el atractivo de Calvin; desde muy joven había aprendido a ser indiferente a la altura de los hombres, ya que era más alta que la mayoría de ellos. Cirocco creía que tal atractivo residía más en los ojos de Calvin, unos ojos dulces, castaños, líquidos. Y en su sonrisa.

Esos ojos y esa sonrisa no habían significado nada para Gaby, igual que los encantos de Cirocco no habían interesado a Gene, su segunda elección.

—¿Qué es lo que te hace sonreír? —preguntó Bill.

—¿No crees que tú me estás dando bastante motivo? —replicó ella, un poco sofocada.

Pero la verdad era que había estado pensando en cuan divertidos debían de haber parecido los cuatro a los ojos de Bill, que había permanecido apartado de la mezcla de cuerpos. Tal era en apariencia el estilo de Bilclass="underline" esperar, dejar que la gente se emparejara, y actuar después, una vez aplacada la euforia.

Calvin había estado francamente deprimido. Como Cirocco. Por preocupación hacia Gaby o por simple inexperiencia, Calvin no había sido un buen amante. Cirocco pensaba que por culpa de las dos cosas. Era un hombre silencioso, tímido e intelectual. Su expediente revelaba que había pasado la mayor parte de su vida en la universidad, llevando una carga académica que dejaba poco espacio para la diversión.

Gaby no había mostrado interés alguno. El módulo científico de la Ringmaster era el mejor juguete que una chica pudiera tener. Ella amaba tanto su trabajo que había ingresado en el cuerpo de astronautas y obtenido el título con el número uno de su promoción para poder contemplar las estrellas sin una fastidiosa atmósfera de por medio, aun cuando odiara viajar. Cuando trabajaba no prestaba atención a nada más, y por eso tampoco le resultaba extraño que Calvin pasara tanto tiempo como ella en el SCIMOD aguardando la oportunidad de entregarle una placa fotográfica, un trapo para limpiar una lente o las llaves de su corazón.

Tampoco Gene había parecido preocupado. Cirocco le envió señales que la habrían condenado cinco veces a cadena perpetua si la Comisión Federal de Comunicaciones hubiera tenido conocimiento de ellas, pero Gene no las captó. El hombre se limitaba a sonreír con aquel rostro infantil de cabello revuelto, el semblante ideal de la raza aria, y a charlar sobre el vuelo. Iba a ser el piloto del módulo expedicionario cuando la nave llegara a Saturno. A Cirocco le gustaba volar, también, pero siempre llega un momento en que una mujer desea hacer otra cosa.

Finalmente Calvin y Cirocco consiguieron lo que querían. Poco después ninguno de los dos siguieron deseándolo.

Cirocco desconocía el problema existente entre Calvin y Gaby; ni uno ni otro hablaban de ello, pero era obvio que su relación resultaba apenas pasable, como mucho. Calvin seguía viéndola, pero ella también veía a Gene.

No cabía duda de que Gene había estado aguardando a que Cirocco dejara de acosarle. En cuanto ella se cansó. Gene empezó a acercarse a escondidas y respirar profundamente en su oreja. A Cirocco no le gustó mucho esto, como tampoco el resto de la técnica de Gene; cuando terminaba de hacer el amor, siempre parecía esperar a que le dieran las gracias. A Cirocco no le impresionaban estas maniobras y Gene se habría asombrado de saber lo bajo que estaba en la puntuación, de uno a diez, de la capitana.

Lo de Bill había sucedido casi por accidente…, pero desde entonces Cirocco supo que ocurrían pocos accidentes en torno a Bill. Una cosa llevaba a la otra, y ahora ambos estaban a punto de ofrecer una demostración pornográfica de la Tercera Ley del Movimiento de Newton; la referente a ‘acción y reacción’.

Cirocco había efectuado algunos cálculos al respecto y descubierto que la fuerza de la eyaculación apenas explicaba la aceleración orgásmica que ella siempre observaba en tal momento. La causa residía ciertamente en los espasmos de los grandes músculos de las piernas, pero el efecto era maravilloso y algo aterrador, como si los dos cuerpos se hubieran convertido en enormes globos carnosos que perdían aire, forzados a separarse en el momento de máxima proximidad. Después se tambaleaban y rebotaban y finalmente reposaban juntos de nuevo.

Bill también sintió la cercanía del momento. Sonrió y las lámparas hidropónicas convirtieron en luminiscentes sus torcidos dientes.

* * *

MENSAJE DI/PUB 0056

5/12/25

NI RINGMASTER (NASA 447D, L5/1, REFERENCIA HOUSTON-COPERNICUS GCR)

JONES, CIROCCO, COM MIS

PARAFRASEAR Y EMITIR INMEDIATAMENTE

INICIO:

Gaby ha elegido Temis como nombre para la nueva luna. Calvin está de acuerdo con ella, aunque ambos han llegado al nombre por distintos caminos.

Gaby menciona la supuesta visión de (lo que habría sido) una décima luna de Saturno por parte de William Henry Pickering —descubridor de Febe, el satélite más alejado de Saturno— en 1905. El lo denominó Temis y nadie ha vuelto a verlo de nuevo.

Calvin señala que cinco de las lunas saturnales ya han sido bautizadas con los nombres de los titanes de la mitología griega (tema que es de su especial interés; véase MENSAJE DIV/PUB 0009, 1/3/24) y que una sexta se llama Titán. Temis fue un titán, eso es lo que tranquiliza la mente de Calvin. Temis tiene características en común con la luna que Pickering creyó ver, pero Gaby no está convencida de que el astrónomo la viera realmente. (Si él hubiera hecho tal cosa, Gaby no sería mencionada como su descubridora. Pero para ser veraz, el satélite parece demasiado pequeño y difuso como para poder ser visto ni siquiera con los mejores telescopios lunares.)

Gaby está formulando una teoría catastrófica de la formación de Temis, el resultado de una colisión entre Rea y un asteroide errante. Temis podría ser lo que queda de tal asteroide o un fragmento que salió despedido del mismo Rea.