—Has de tener más cuidado con ella —dijo en voz baja—. El tiempo que lleva a oscuras la ha afectado más que a nosotros —forzó la vista y buscó la cara de Calvin—. Excepto que no sé cómo estás tú realmente.
—Estoy perfectamente —dijo Calvin—. Pero no quiero hablar de mi vida antes de renacer. Eso ha terminado.
—Curioso. Gaby dijo prácticamente lo mismo. Yo no puedo tomármelo así.
Calvin se encogió de hombros, completamente desinteresado en lo que pensaran los demás.
—Muy bien. Me gustaría que me expliques lo que sepas. No importa cómo lo has aprendido, si es que no deseas decírmelo.
Calvin meditó y asintió.
—Es imposible que te enseñe su lenguaje con rapidez. Fundamentalmente se basa en el tono y la duración, y sólo hablo una versión defectuosa basada en los tonos más bajos que escucho.
“Existen de todos los tamaños, desde diez metros hasta algo mayores que Apeadero. Suelen viajar en grupo. Apeadero tiene algunos compañeros más pequeños que no has podido ver porque estaban al otro lado. Ahora mismo hay algunos.
Indicó la pared transparente, donde una escuadrilla de seis dirigibles de veinte metros forcejeaba para situarse. Parecían peces voluminosos. Cirocco oyó estridentes silbidos.
—Son amistosos, y bastante inteligentes. No tienen enemigos naturales. Generan hidrógeno a partir del alimento y lo conservan bajo ligera presión. Transportan agua como lastre, la lanzan cuando quieren ascender, arrojan hidrógeno por una válvula cuando quieren descender. Su piel es recia, pero cuando se desgarra, los dirigibles mueren por lo general.
“No son muy maniobrables. Carecen de un control suficientemente preciso y les lleva mucho tiempo moverse. Un incendio puede atraparlos a veces. Si no les es posible alejarse, ascienden como una bomba.
—¿Y qué me dices de estas criaturas? —preguntó Cirocco—. ¿Las necesitan a todas para digerir el alimento?
—No, sólo a las amarillas pequeñas. Esos seres sólo pueden comer lo que un dirigible les prepara. No las encontrarás en ningún otro sitio que no sea el estómago de un dirigible. El resto de estos bichos son como nosotros. Autoestopistas o pasajeros.
—No lo entiendo. ¿Por qué el dirigible se comporta así?
—Simbiosis, combinada con la inteligencia para hacer sus elecciones y obrar como les plazca. La raza de Apeadero progresa junto con otras razas de Temis, en particular las titánidas. El les hace favores y ellas a cambio…
—¿Titánidas?
Calvin sonrió de manera indecisa, y extendió las manos.
—Es una palabra con la que sustituyo un silbido que usa Apeadero. Sólo tengo una vaga idea de su aspecto porque no le van demasiado las descripciones complejas. Deduzco que tienen seis patas y que son hembras en su totalidad. Las llamo titánidas porque ése es el nombre que la mitología griega da a las titanes hembra. También he puesto nombre a otras cosas.
—¿Por ejemplo?
—Las regiones, los ríos y cordilleras. He bautizado las zonas continentales usando nombres de titanes.
—¿Cómo es que…? Ah, sí. Ya lo recuerdo —Calvin había estudiado mitología por afición—. ¿Qué eran los titanes?
—Los hijos e hijas de Urano y Gea. Gea surgió del Caos. Dio a luz a Urano, lo hizo su igual y ambos engendraron a los titanes; seis hombres y seis mujeres. Nombré los días y noches de Temis con sus denominaciones, puesto que hay seis días y seis noches.
—Si pusiste nombre de mujer a todas las noches, voy a pensar mis propios nombres.
Calvin sonrió.
—Nada de eso. Ha sido bastante al azar. Fíjate en el océano helado. Tenía que ser Océano, y así lo llamé. El paisaje que sobrevolamos ahora es Hiperión, y esa noche que hay ahí frente a nosotros, con las montañas y el mar irregular, es Rea. Cuando se ve Rea desde Hiperión, el norte queda a la izquierda y el sur a la derecha. A continuación, siguiendo en círculo… No es que haya visto mucho de esas tierras, como es lógico, pero sé que están ahí… La primera es Crios, apenas visible, y después, siguiendo la curvatura, Febe, Tetis, Tea, Metis, Dione, Japeto, Cronos y Mnemósine. Puedes ver Mnemósine al otro lado de Océano, detrás de nosotros. Parece un desierto.
Cirocco trató de amarrar todos los nombres en su cabeza.
—Jamás recordaré todo eso.
—Las únicas tierras que importan ahora son Océano, Hiperión y Rea. En realidad no todos los nombres son de titanes. Temis es uno y creí que resultaría confuso usarlo. Y…, bueno —apartó la mirada, con una sonrisa de timidez—. No pude recordar los nombres de dos titanes. Empleé Metis, que es sabiduría, y Dione.
A Cirocco no le importó. Los nombres eran manejables y, a su manera, sistemáticos.
—Déjame adivinar los ríos. ¿Más mitología?
—Sí. Elegí los nueve ríos más largos de Hiperión, que tiene un montón, como ya ves, y los bauticé con los nombres de las musas. Hacia el sur, allá, está Urania, Calíope, Terpsícore y Euterpe, con Polimnia en la zona del crepúsculo y desembocando en Rea. Y aquí, en la ladera norte, empezando al este, Melpómene… Más cerca de nosotros están el Talía y el Erato, que parece como si formaran un sistema. Y el que vosotras habéis seguido es un afluente del Clío, que precisamente ahora está bajo nosotros.
Cirocco miró hacia abajo y vio una faja azul que serpenteaba entre un denso bosque de verdor. Siguió la faja hasta la faz del peñasco, a su espalda, y se quedó sin aliento.
—Así que ahí es donde iba el río…
La corriente seguía una trayectoria curva a partir de la faz del peñasco, casi medio kilómetro por debajo de donde habían estado. Parecía sólida y dura como el metal en el tramo de cincuenta metros anterior al punto donde empezaba a descomponerse. Se fragmentaba con rapidez desde allí, y llegaba al suelo en forma de vapor.
Había una docena más de penachos de agua que fluían del peñasco, pero ninguno era tan denso o espectacular. Todos tenían su correspondiente arco iris. Desde la ventajosa posición de Cirocco, los arco iris estaban alineados como metas de croquet. Era un espectáculo pasmoso, casi demasiado hermoso para ser real.
—Me gustaría tener la concesión de tarjetas postales de este lugar —dijo Cirocco. Calvin se rió.
—Tú venderás película para las cámaras y yo billetes para las excursiones. ¿Qué piensas de este paseo?
Cirocco se volvió para mirar a Gaby, todavía petrificada junto a la ventana.
—Las reacciones parecen variadas. Me gusta mucho. ¿Cómo se llama el río grande? Ese al que se unen todos los demás.
—Ofión. La gran serpiente del viento del norte. Si te fijas bien, verás que surge de un pequeño lago, allá, en la zona de crepúsculo entre Mnemósine y Océano. Ese lago debe tener una fuente, y sospecho que es Ofión, fluyendo bajo tierra a través del desierto, pero no podemos ver en qué punto se hace subterráneo. Aparte de eso, fluye sin interrupciones; entra en los mares y sale de ellos al otro lado.
Cirocco siguió el tortuoso cauce y comprobó que Calvin tenía razón.
—Creo que un geógrafo te diría que el río que entra en un mar y el que sale de él no son el mismo río —dijo Cirocco—. Pero ya sé que todas las reglas fueron hechas para ríos de la Tierra. Bien, así pues, lo llamaremos río circular.
—Ahí es donde están Bill y August —dijo Calvin, señalando—. A medio camino Clío abajo, donde ese tercer afluente…
—Bill y August. Se supone que tenemos que ponernos en contacto con ellos. Con toda esa conmoción de subir en el dirigible…
—Tomé prestada tu radio. Están despiertos, y nos aguardan. Puedes llamarlos ahora, si quieres.
Cirocco cogió a Gaby el aro del casco y la radio.
—Bill, ¿me oyes? Soy Cirocco.
—Eh… ¡Sí, sí! Te oigo. ¿Cómo te va?