Выбрать главу
* * *

Bill y August habían hecho maravillas en sólo seis días, trabajando con los bordes agudos de los aros de sus trajes. Habían construido dos cabañas; una tercera tenía dos lados y medio techo. Estaban hechas con ramas unidas y apelotonadas con barro. Los techos eran inclinados y estaban empajados.

—Lo mejor que podíamos hacer —dijo Bill, mientras les mostraba el conjunto—. Pensé en adobe, pero el sol no habría secado el barro con la prisa necesaria. Protegen del viento y de buena parte de la lluvia.

Dentro, las chozas eran de dos por dos metros, cubiertas con una espesa capa de paja seca. Cirocco no podía mantenerse erguida, pero no pensó en poner reparos. Poder dormir allí dentro no era nada feliz.

—No tuvimos tiempo de acabar la otra antes de que llegarais —continuó Bill—. Un día más, con la ayuda de vosotros tres. Gaby, ésta es para ti y Calvin. Yo y Cirocco nos iremos a la otra, la que August tenía; ella dice que quiere la nueva.

Ni Calvin ni Gaby dijeron nada, pero Gaby se pegó más a Cirocco.

August tenía un aspecto horrible. Había envejecido cinco años desde que Cirocco la viera por última vez. Era un espectro delgado, de ojos vacíos, con manos que temblaban constantemente. Parecía incompleta, como si media parte de ella hubiera sido mutilada.

—Hoy no hemos tenido tiempo de cobrar una pieza fresca —estaba diciendo Bill—. Estuvimos demasiado ocupados con la nueva casa. August, ¿queda bastante de ayer?

—Creo que sí —dijo ella.

—¿Quieres traerla?

August dio media vuelta. Bill captó la mirada de Cirocco, frunció los labios y meneó la cabeza lentamente.

—Ninguna noticia de April, ¿eh? —dijo en voz baja.

—Nada de nada. Ni de Gene.

—No sé qué le irá a pasar a ella.

* * *

Después de comer Bill los puso a trabajar para acabar la tercera choza. Con otras dos como práctica, para él era una rutina. Algo tedioso, pero no físicamente difícil; podían mover grandes troncos con facilidad, aunque resultaba terrible cortarlos, incluso los de menor tamaño. En consecuencia, el fruto de sus labores no fue algo agradable de contemplar.

Después de acabar, Calvin entró en la cabaña que le habían asignado mientras August se trasladaba a la otra. Gaby parecía no saber qué hacer, pero al fin logró balbucear que iba a explorar la zona y que no regresaría hasta al cabo de algunas horas. Se alejó con aire desolado.

Bill y Cirocco se miraron; él hizo un gesto de indiferencia y señaló la choza restante, ella se sentó torpemente.

Había muchas cosas que Cirocco deseaba preguntar, pero no sabía si empezar o no. Finalmente se decidió y preguntó:

—¿Cómo te fue?

—Si te refieres al tiempo entre la colisión y el despertar aquí, voy a desilusionarte. No recuerdo nada en absoluto.

Cirocco extendió un brazo y tanteó suavemente la frente del hombre.

—¿Ningún dolor de cabeza? ¿Mareo? Calvin debería echarte un vistazo.

—¿Estaba herido? —preguntó Bill, extrañado.

—Bastante malherido. Tu cara está llena de sangre y perdiste el conocimiento. Eso es todo lo que vi en los pocos segundos de que dispuse. Pero pensé que te habrías destrozado el cráneo…

Bill palpó su frente y recorrió con los dedos los lados y parte trasera de su cabeza.

—No encuentro puntos blandos. Tampoco tenía cicatrices. Cirocco, yo…

Cirocco le puso una mano en la rodilla.

—Llámame Rocky, Bill. Sabes que eres el único que no me importaba que lo hiciera.

Bill frunció el entrecejo y apartó la vista de Cirocco.

—De acuerdo, Rocky. De eso necesito hablar contigo. No es sólo el… el período oscuro, como lo llamaba August. No es sólo eso lo que no puedo recordar. Estoy muy confundido sobre un montón de cosas.

—¿Qué cosas, en concreto?

—Por ejemplo, dónde nací, cuántos años tengo, dónde crecí o cuál fue mi escuela. Puedo ver la cara de mi madre, pero no recuerdo su nombre, o si está viva o muerta —se frotó la frente.

—Está viva y perfectamente, en Denver, donde tú creciste —dijo Cirocco con voz suave—. O allí estaba cuando nos llamó para tu cumpleaños cuarenta. Se llama Betty. Nos gustó a todos.

Bill pareció aliviado, luego alicaído de nuevo.

—Supongo que eso significa algo —dijo—. Recordaba a mi madre porque ella es importante para mí. También a ti te recordaba.

Cirocco le miró a los ojos.

—Pero no mi nombre. ¿Es eso lo que te cuesta decirme?

—Sí —Bill tenía aspecto de infelicidad—. ¿No es un detalle horrible? August me dijo tu nombre, pero no que yo te llamaba Rocky. Bastante encantador, a propósito. Me gusta.

Cirocco se echó a reír.

—He tratado de acabar con ese nombre la mayor parte de mi vida adulta, pero siempre me ablando cuando alguien lo susurra a mi oído —le cogió de la mano—. ¿Qué más recuerdas de mí? ¿Te acuerdas de que yo era el capitán?

—Oh, claro. Recuerdo que eras la primera capitana que me ha dado órdenes en toda mi vida.

—Bill, en caída libre no importa quién está encima.

—Eso no es lo que yo… —Bill sonrió al comprender que Cirocco le estaba tomando el pelo—. Tampoco estaba seguro de eso. ¿Acaso nosotros…? Me refiero a si…

—¿…si follamos? —Cirocco meneó la cabeza, no negativamente, sino en señal de sorpresa—. En cualquier oportunidad que tuvimos, en cuanto yo dejé de acosar a Gene y Calvin y advertí que el más hombre a bordo era mi ingeniero en jefe. Bill, espero no dañar tus sentimientos, pero me gustas de esta forma.

—¿De qué forma?

—No te atrevías a preguntar si nosotros habíamos sido… íntimos amigos —hizo la pausa tan dramática como le fue posible, bajando los ojos tímidamente, y Bill se rió—. Eras así antes de que nos conociéramos. Tímido. Creo que esto va a ser como la primera vez, repetida, y la primera vez siempre es especial, ¿no estás de acuerdo?

Cirocco le sonrió y aguardó lo que creyó sería un tiempo razonable, pero Bill no hizo nada, por lo que ella se acercó y se apretó contra él. No fue sorpresa para Cirocco: también la otra primera vez había necesitado dejar bien claros sus sentimientos.

Cuando interrumpieron el beso Bill miró a Cirocco y sonrió.

—Quería decirte que te amo. No me has dado tiempo.

—Nunca antes habías dicho eso. Quizá no deberías comprometerte hasta recobrar la memoria.

—Creo que tal vez antes no habría sabido que te amaba. Entonces… Todo lo que me quedó fue tu cara y un sentimiento. Confío en eso. Y lo he dicho de verdad.

—Hmmm. Eres atractivo. ¿Recuerdas cómo aprovecharte de eso?

—Estoy convencido de que lo recordaré con la práctica.

—En ese caso creo que es hora de que vuelvas a estar a mis órdenes.

Fue tan gozoso como la primera vez, pero sin la torpeza que normalmente la acompaña. Cirocco se olvidó de cualquier otra cosa. Había la luz justa para ver el rostro de Bill, la gravedad justa para que los montones de paja fueran más blandos que la seda más delicada.

La calidad de intemporalidad de aquella larga tarde tenía muy poca relación con la invariable luz de Temis. Cirocco no tenía un solo lugar al que precisara ir; no había necesidad de ir a ninguna parte, jamás, por ningún motivo.

* * *

—Ahora es el momento de un cigarrillo —dijo Bill—. Ojalá tuviera uno.

—Y dejar caer la ceniza encima de mí —se burló Cirocco—. Un sucio hábito. Ojalá tuviera un poco de cocaína. Toda se perdió con la nave.