—Ya puedes ir enmendándote.
Bill no se había apartado de ella. Cirocco recordó cuánto le había gustado el detalle en la Ringmaster, esperando a ver si las acciones volvían a empezar. Con Bill, solía pasar.
Esta vez era algo distinto.
—Bill, temo que de esta forma voy a irritarme un poco.
Bill se apoyó en las manos para aligerar su peso.
—¿La paja te está hiriendo la espalda? Puedo ponerme una vez debajo, si quieres.
—No es la paja, cariño, y no se trata de mi espalda. Es un poco más personal que eso. Lamento decirte que tu toque es como el del papel de lija.
—Igual que tú, pero tuve muchísimo cuidado en no decírtelo —rodó hacia un lado y puso un brazo bajo los hombros de Cirocco—. Es curioso que no lo notara hace unos momentos.
Cirocco rió:
—Aunque te hubieran crecido púas, yo no lo habría notado hace unos momentos. Pero qué lástima no haber recuperado el pelo. Así me siento ridícula, y es horriblemente desagradable.
—¿Crees que te va mal a ti? A mí me crece por todas partes. Parecen pulgas bailando contradanza en mi piel. Perdóname mientras me rasco —y se puso a hacerlo, de modo vigoroso. Cirocco le ayudó con los puntos más imposibles de su espalda—. Aaaah. ¿Dije que te amaba? Fui un loco, no sabía qué significaba amor. Ahora lo sé.
Gaby eligió aquel momento para entrar.
—Perdona, Rocky, pero estaba preguntándome si no deberíamos hacer algo con los paracaídas. Uno de ellos ya se ha ido flotando río abajo.
Cirocco se sentó rápidamente.
—Hacer ¿qué?
—Recuperarlos. Podrían ser útiles.
—Tú… Sí, Gaby. A lo mejor tienes razón.
—Simplemente, creí que sería una buena idea —miró al suelo, agitó los pies y echó una mirada a Bill por primera vez—. Eh… Bueno, pensé que, quizá, yo… Podría hacer algo bonito para ti.
Gaby salió corriendo de la choza. Bill se sentó con los codos apoyados en las rodillas.
—¿Acaso estoy haciendo demasiadas deducciones de lo que ha pasado?
Cirocco suspiró.
—Me temo que no. Gaby va a ser un gran problema. Cree que también ella está enamorada de mí.
CAPITULO 9
—¿A qué te refieres al decir ‘adiós’? ¿A dónde vas?
—He estado recapacitando —dijo Calvin, en voz baja. Se quitó el reloj de pulsera y lo entregó a Cirocco—. Vosotros lo aprovecharéis mejor que yo.
Cirocco estuvo a punto de estallar en frustración.
—¿Y ésa es toda la explicación que nos das? “He estado recapacitando.” Calvin, tenemos que permanecer juntos. Seguimos siendo un equipo de exploración, y yo sigo siendo tu capitana. Tenemos que actuar unidos para que nos rescaten.
Calvin sonrió débilmente.
—¿Y cómo vamos a hacer eso?
Cirocco deseó que Calvin no hubiera formulado la pregunta.
—No he tenido tiempo de elaborar un plan al respecto —dijo vagamente—. Por fuerza, tiene que haber algo que podamos hacer.
—Házmelo saber cuando pienses en algo.
—Te ordeno que te quedes aquí con el resto de nosotros.
—¿Cómo evitarás que me vaya en caso de que quiera irme? ¿Dejándome fuera de combate y atándome? ¿Cuánta energía va a costar vigilarme siempre? Retenerme aquí me convierte en una carga. Si me voy, puedo ser una persona útil.
—¿A qué te refieres con eso de una persona útil?
—Simplemente a eso. Los dirigibles hablan en torno a toda la curvatura de Temis. Están cargados de noticias; aquí todo el mundo los escucha. Si alguna vez me necesitas para algo, volveré. Todo lo que tengo que hacer para el caso es enseñarte algunas llamadas sencillas. ¿Sabes silbar?
—Eso no es el problema —dijo Cirocco, con disgustado movimiento de la mano. Se acarició la frente y dejó que su cuerpo se relajara. Si había que retener a Calvin tenía que disuadirle de que se fuera, no impedírselo—. Todavía no comprendo por qué quieres irte. ¿No te gusta estar aquí con nosotros?
—Yo… No, no demasiado. Era más feliz cuando estaba solo. Hay demasiada tensión. Excesiva susceptibilidad.
—Todos hemos pasado por terribles experiencias. La cosa mejorará cuando aclaremos algunos puntos.
Calvin se encogió de hombros.
—Llámame entonces, y volveré a intentarlo. Pero la compañía de mi propia raza ha dejado de preocuparme. Los dirigibles son más libres, y más inteligentes. Jamás he sido más feliz que durante aquel paseo —Calvin estaba mostrando más entusiasmo que el visto por Cirocco desde el encuentro en el peñasco—. Los dirigibles son viejos, capitana. Como individuos y como raza. Apeadero tal vez tenga tres mil años.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo sabe Apeadero?
—Hay épocas de frío y épocas de calor. Imagino que deben existir porque Temis permanece siempre apuntado en la misma dirección. El eje apunta cerca del sol en este preciso momento, pero cada quince años el borde bloquea la luz solar hasta que Saturno se traslada y vuelve a llevar el otro polo hacia el sol. Aquí existen años, pero todos duran quince años. Apeadero ha visto pasar doscientos.
—Muy bien, muy bien —dijo Cirocco—. Por eso te necesitamos, Calvin. Por lo que sea, eres capaz de hablar con esos seres. Has aprendido de ellos. Algo de esto podría sernos de importancia. Como estos seres de seis patas, ¿cómo los llamaste…?
—Titánidas. Es todo lo que sé de ellos.
—Bien, a lo mejor aprendes más.
—Capitana, hay mucho que saber. Pero vosotros habéis aterrizado en la parte más hospitalaria de Temis. No os mováis, y estaréis perfectamente. No entréis en Océano, ni tampoco en Rea. Esos lugares son peligrosos.
—¿Lo ves? ¿Cómo podíamos saberlo? Te necesitamos.
—No lo entiendes. No puedo aprender nada de este lugar sin ir a verlo. El lenguaje de Apeadero está fuera de mi alcance en su mayor parte.
Cirocco sintió fluir de su interior la amargura de la derrota. ¡Maldito sea, John Wayne habría castigado severamente al bastardo! Charles Laughton lo habría apresado.
Cirocco sabía que se sentiría mucho mejor si se limitaba a dar un swing al obstinado hijo de puta, pero la sensación pasaría con rapidez. Nunca había dado órdenes así. Había ganado y conservado el respeto de su tripulación demostrando responsabilidad y empleando la mejor sagacidad que podía poner en juego en cualquier situación. Podía enfrentarse a los hechos, y sabía que Calvin iba a dejarlos solos, pero el asunto no le gustaba.
¿Y por qué no?, se preguntó. ¿Por qué disminuía su autoridad?
Eso tenía que ser parte del problema, y otra parte su responsabilidad respecto al bienestar de Calvin. Mas con ello regresaba a la dificultad con la que se había enfrentado desde el principio de su mando: la carencia de suficientes modelos de conducta en cuanto a un capitán de navío femenino. Había resuelto examinar todas las hipótesis y usar únicamente las que le parecieran bien. Que algo hubiera parecido bien al almirante Nelson en la Armada británica no significaba por sí solo que fuera correcto para ella.
Tenía que haber disciplina, claro, y tenía que haber autoridad. Los capitanes navales habían estado exigiendo la primera y velando por el cumplimiento de la segunda durante miles de años, y Cirocco no pretendía deshacerse de esa experiencia acumulada. Si la autoridad de un capitán era cuestionada, el desastre era la consecuencia más normal.
Pero el espacio no era lo mismo, pese a generaciones de escritores de ciencia ficción. La gente que lo exploraba eran personas muy inteligentes, genios individuales, lo mejor que la Tierra podía ofrecer. Tenía que haber flexibilidad, y el código legal de la NASA para viajes interplaneterios así lo reconocía.