También había otro factor que Cirocco no tenía que olvidar. Ya no tenía una nave. Lo peor que podía suceder a un capitán le había sucedido a ella. Había perdido el mando. Sería un sabor amargo en su boca durante el resto de su vida.
—Muy bien —dijo en voz baja—. Tienes razón. No puedo desperdiciar tiempo y energía vigilándote, y no me parece bien matarte, como no sea en un sentido figurado —se forzó a contenerse al advertir que estaba apretando los dientes, y procuró relajar las mandíbulas—. Pero te advierto que, si regresamos, te acusaré de insubordinación. Si te vas, será contra mis deseos, y contra los intereses de la misión.
—Lo acepto —dijo Calvin, sin emoción—. Llegarás a comprender que la última parte no es cierta. Seré de más utilidad en el lugar al que me voy, que aquí. Y no regresaremos a la Tierra.
—Ya lo veremos. Bien, ¿por qué no enseñas a alguien cómo llamar a los dirigibles? Creo que será mejor que yo no esté cerca de ti.
Al final Cirocco tuvo que aprender el código de silbidos, pues ella era la de mayores aptitudes musicales. Su sentido de la afinación era casi perfecto, y eso era esencial para entenderse con los dirigibles.
Sólo tuvo que aprender tres frases melódicas, la más larga, de varias notas y un trino. La primera equivalía a ‘buen despegue’ y no era más que un saludo de cortesía. La segunda era ‘quiero a Calvin’ y la tercera ‘¡socorro!’
—Recuerda, no llames a un dirigible si tenéis fuego encendido.
—Qué optimista eres.
—Pronto haréis una hoguera. Eh… Me estaba preguntando si… ¿Quieres que te libre de August? Quizás ella se sintiera mejor viniendo conmigo. Podríamos cubrir más terreno en busca de April.
—Podemos ocuparnos de nuestras bajas —dijo Cirocco, con frialdad.
—Lo que tú digas.
—Ella apenas es consciente de que te vas, de todos modos. Limítate a apartarte de mi vista, ¿quieres?
August demostró no estar tan comatosa como Cirocco había pensado. Al saber que Calvin se iba, insistió en acompañarle. Tras una breve batalla, Cirocco accedió, pero más recelosa aún que antes.
Apeadero se situó a baja altura y empezó a proyectar un cable. Todos contemplaron el apéndice, que restallaba y se retorcía en el aire.
—¿Por qué está deseoso de hacer esto? —preguntó Bill—. ¿Qué es lo que gana?
—Le gusto a Apeadero —dijo Calvin, con sencillez—. Además, está acostumbrado a transportar pasajeros. Las especies conscientes pagan el trayecto trasladando alimentos del primero al segundo estómago de Apeadero, que no tiene músculos para hacerlo. Debe ahorrarse peso.
—¿Es que aquí todo va igual de bien? —inquirió Gaby—. Hasta la fecha no hemos visto nada que se parezca a un animal carnívoro.
—Hay carnívoros, pero no muchos. La simbiosis es la realidad básica de la vida. Eso, y el culto. Apeadero dice que la totalidad de las formas superiores deben lealtad a una deidad, y que la morada de la divinidad se encuentra en el eje. He estado pensando en una diosa que gobierna todo el círculo del terreno. La llamo Gea, como la madre universal de los griegos.
Cirocco se interesó por el tema, en contra de sus deseos.
—¿Qué es Gea, Calvin? ¿Una especie de leyenda primitiva, o quizá la sala de mando de esta criatura?
—No lo sé. Temis es mucho más viejo que Apeadero, y buena parte del lugar también es desconocida para él.
—¿Pero quién lo dirige? Dijiste que aquí hay muchas razas. ¿Cuál de ellas? ¿O es que cooperan?
—Tampoco lo sé. ¿Has leído los relatos de naves generacionales, cuando algo sale mal y todo el mundo regresa al salvajismo? Creo que algo parecido puede estar pasando aquí. Sé que hay algo en funcionamiento, en alguna parte. Quizá máquinas, o una raza que vive en el cubo de la rueda. Esa podría ser la fuente del culto. Pero Apeadero está convencido de que hay una mano al volante.
Cirocco se puso muy seria. ¿Cómo podía dejar marchar a Calvin, con toda la información que había en su cabeza? Eran datos desiguales y no tenían forma de averiguar cuáles eran ciertos, pero no disponían de otra cosa.
Mas ya era demasiado tarde para otros pensamientos. El pie de Calvin estaba en el estribo al extremo del largo cable. August se unió a él y el dirigible tiró de ambos.
—¡Capitana! —gritó Calvin, justo antes de que los dos desaparecieran—. ¡Gaby no debió haber llamado Temis a este lugar! ¡Llámalo Gea!
Cirocco caviló sobre la partida de Calvin y August, sumergiéndose en una oscura depresión durante la cual se sentó al lado del río y pensó en lo que debería haber hecho. Ningún proceder le pareció correcto.
—¿Qué me dices de su juramento hipocrático? —preguntó a Bill en un momento dado—. Fue enviado en este viaje para una maldita cosa, para cuidar de nosotros si lo necesitábamos.
—La situación nos ha cambiado a todos, Rocky.
A todos menos a mí, pensó Cirocco, pero no lo dijo. Al menos, por lo que ella sabía, no había sufrido efectos duraderos tras su experiencia. En cierto sentido eso era más extraño que lo que el percance había hecho a los otros. Todos tenían que haber sido llevados a la catatonía. Al contrario, había un amnésico, una personalidad obsesiva, una mujer con una pasión adolescente y un hombre enamorado de aeronaves vivientes. Cirocco era la única cabeza equilibrada.
—No te engañes —murmuró para sí—. Probablemente les parezco tan loca a ellos como ellos me lo parecen a mí.
Pero descartó la idea, igualmente. Bill, Gaby y Calvin sabían que la experiencia los había cambiado, aunque Gaby no admitiría que su amor por Cirocco fuera un efecto secundario. August se encontraba demasiado distraída por su pérdida como para pensar en cualquier otra cosa.
Meditó de nuevo en April y Gene. ¿Seguían con vida? Y en tal caso, ¿cómo se lo estarían tomando? ¿Estaban solos o se las habían ingeniado para unirse?
Se habían hecho a la rutina de escuchar y transmitir, con el objeto de tomar contacto con ambos. Pero hasta el momento no había dado resultados. Nadie había vuelto a oír llorar a un hombre ni escuchado cosa alguna de April.
El tiempo iba pasando, casi inadvertido. Cirocco disponía del reloj de pulsera de Calvin para saber cuándo debían dormir, pero resultaba duro ajustarse a te persistente luz. Jamás lo habrían sospechado tratándose de un grupo de personas que ha vivido en el ambiente artificial de la Ringmaster, donde el día estaba dispuesto en la computadora de la nave y se lo podía variar a voluntad.
La vida era fácil. Toda la fruta que probaban era comestible y parecía alimentarlos. Si existían deficiencias vitamínicas todavía tenían que darse a conocer. Ciertas frutas eran saladas y otras poseían un dejo que todos confiaban fuera vitamina C. La caza abundaba y era fácil de cobrar.
Todos estaban acostumbrados a los horarios estrictos de un astronauta, en los que toda tarea es asignada por el control de tierra y el principal pasatiempo consiste en quejarse de su imposibilidad, pero, de todos modos, cumplirla… Habían sido preparados para luchar por la supervivencia en un ambiente hostil, pero Hiperión era casi tan hostil como el zoo de San Diego. Habían pensado en Robinson Crusoe, o al menos en el robinson de la familia suiza, pero Hiperión era un marica. Aún no se habían amoldado lo bastante para pensar en términos de una misión.
Dos días después de que se fueran Calvin y August, Gaby obsequió a Cirocco con ropa que había hecho con los paracaídas descartados. Cirocco quedó profundamente afectada al ver la expresión del rostro de Gaby cuando se probó la prenda.
El ropaje era mitad toga y mitad pantalones sueltos. El material era delgado, aunque sorprendentemente fuerte. A Gaby le había costado mucho esfuerzo cortarlo en piezas usables y coserlo con agujas de espino.