Al ver una gran cápsula que flotaba cerca, nadaron y tiraron de ella hacia la orilla. Surcaba el agua a buena altura cuando estaba vacía. Cargada, todavía disponía de mucho franco bordo.
Emplearon dos días en equiparla y tratar de armar un timón. Adaptaron un palo largo con una amplia hoja al extremo y confiaron en que eso fuera suficiente. Disponían de un tosco remo para cada uno en caso de que se adentraran en aguas agitadas.
Gaby soltó la cuerda. Cirocco se esforzó en impeler la embarcación hasta el centro del río y luego tomó su puesto a popa, con una mano levemente apoyada en la caña del timón. Se levantó una brisa y Cirocco añoró una vez más su pelo. Qué excelente detalle, tener cabellos moviéndose en el viento… Son las cosas sencillas las que echamos de menos, pensó.
Gaby y Bill estaban excitados, olvidados de su animosidad anterior mientras estaban sentados en lados opuestos del barco, contemplando el río y desafiando a Cirocco.
—¡Cántanos un saloma, capitana! —gritó Gaby.
—No lo has entendido bien, tonta —rió Cirocco—. Sois vosotros, los miserables del castillo de proa, los que vaciáis la sentina y cantáis las canciones. ¿Habéis visto The Sea Witch?
—No lo sé. ¿La han puesto en tridimensional?
—Es una película plana protagonizada por el bueno de John Wayne. La Sea Witch era su nave.
—Creí que sería el nombre del capitán. Eh, acabas de elegirte un apodo.
—Ten cuidado, o veré si puedo montar una tabla para que andes la pasarela.
—¿Qué te parece un nombre para este barco, Rocky? preguntó Bill.
—Hey, debería tener un nombre, ¿verdad? Estaba tan ocupada tratando de gorrear champán para la botadura que olvide lo del nombre.
—No me hables de champán —gruñó Gaby.
—¿Alguna sugerencia? Aquí tenéis la oportunidad de un ascenso.
—Sé cómo lo habría bautizado Calvin —dijo Bill de repente.
—No me hables de Calvin.
—Sin embargo, nos hemos comprometido con la mitología griega. Este barco debería llamarse Argos.
Cirocco se quedó dudando.
—¿No estaba relacionado con la búsqueda del vellocino de oro? Ah, sí. Ya recuerdo la película.
—No estamos buscando nada —observó Gaby—. Sabemos a dónde queremos ir.
—Entonces, ¿qué me decís de…? —Bill se detuvo y se quedó pensativo—. Estoy pensando en Ulises. ¿Tenía nombre su barco?
—No lo sé. Hemos perdido a nuestro mitólogo con aquel anuncio de neumáticos más que voluminoso. Pero aunque el barco tuviera nombre, yo no querría usarlo. Ulises no tuvo más que problemas.
Bill sonrió burlonamente.
—¿…supersticiosa, capitana? Jamás lo habría creído.
—Es el mar, chico. Hace cosas extrañas a un cuerpo.
—No me ofrezcas el diálogo de tu último espectáculo. Voto por llamar Titanic al barco. Tuviste una nave…
—Un montón de herrumbre. No tientes la suerte, compañero.
—También me gusta Titanic —rió Gaby—. ¿Quién lo creería de una embarcación construida a partir de un cacahuete glorificado?
Cirocco alzó los ojos, pensativamente.
—Que quede en vuestras cabezas, pues. Que sea Titanic. Que navegue largo tiempo. Podéis vitorear, y divertios de otra forma.
La tripulación dio tres vítores y Cirocco hizo una mueca y una reverencia.
—¡Viva la capitana! —gritó Gaby.
—Decidme —dijo Cirocco—, ¿no deberíamos pintar el nombre sobre el guardafango, o como diablos se llame?
—¿Sobre el qué? —Gaby pareció horrorizarse.
Cirocco hizo un mohín.
—Es una buena ocasión para explicároslo, pero no sé una mierda de barcos. ¿Quién ha hecho algo de navegación?
—Yo he hecho un poco —dijo Gaby.
—Entonces, tú serás el piloto del barco. Cambia de lugar conmigo —soltó el timón y avanzó hacia proa con mucho cuidado. Se dobló hacia atrás, estiró los brazos y los cruzó bajo la cabeza—. Yo estaré tomando importantes decisiones de mando —dijo, con un gran bostezo—. No me molestéis como no sea por un huracán.
Cerró los ojos entre un clamor de protestas.
El Clío era largo, serpenteante y lento. En el centro, sus palos de cuatro metros no tocaban fondo. Si los ponían dentro del agua sentían cosas que tropezaban con ellos. Jamás se enteraban de la causa. Mantenían el Titanic a medio camino entre el centro del río y la orilla del lado de babor.
Cirocco había planeado que todos permanecieran en el barco, yendo a la orilla sólo para recoger alimentos…, un trámite que nunca llevaba más de diez minutos. Pero la guardia permanente no funcionó bien. Con demasiada frecuencia el Titanic se iba hacia tierra, y se hacía necesario despertar a los que dormían. Los tres hacían falta para mover el barco cuando el fondón encallaba sobre el barro. Pronto se enteraron de que el Titanic no era muy manejable, y que se precisaba de dos personas con palos para alejar la embarcación de los bajíos que se acercaban.
Decidieron acampar cada quince o veinte horas. Cirocco elaboró un programa que aseguraba que dos personas siempre estuvieran despiertas mientras navegaban, y una cuando acampaban.
El Clío seguía un curso tortuoso a lo largo del casi uniforme terreno como una serpiente drogada con nembutal. El campamento de una noche podía estar a sólo medio kilómetro en línea recta del de la noche anterior. Habrían perdido la orientación de no haber sido por el cable de sustentación unido a la tierra en el centro de Hiperión. Cirocco sabía por su inspección aérea que el cable se hallaría al este de ellos hasta mucho después de encontrar el río Ofión.
El cable siempre estaba allí, descollando como cierto rascacielos inimaginable, ascendiendo, pareciendo inclinarse hacia ellos hasta que se esfumaba en el espacio a través del techo. Iban a pasar cerca de él yendo hacia los cables de sustentación inclinados que conducían al radio situado sobre Rea. Cirocco confiaba en obtener una visión precisa del cable.
La vida llegó a ser una rutina. Pronto se encontraron actuando impecablemente como equipo, apenas necesitando hablar. La mayor parte del tiempo había poco que hacer, aparte de permanecer atentos a los bancos de arena. Gaby y Bill pasaban muchos ratos efectuando mejoras en las vestimentas de todos. Ambos llegaron a ser diestros con las agujas de espino. Bill chapuceaba continuamente con el timón y trabajaba para hacer más cómodo el interior del barco.
Cirocco invertía gran parte del tiempo en fantasear y contemplar las nubes que flotaban. Consideraba formas y medios de llegar al cubo de la rueda, intentando anticipar problemas, pero era una ocupación fútil. Las posibilidades eran demasiado variadas para permitir un plan razonable. La capitana prefería mucho más estar ensimismada.
Finalmente Cirocco cantó para ellos, y los sorprendió. Había tomado clases de canto y piano durante diez años cuando era niña. Pensaba en una carrera de cantante antes de que la tentación del espacio se hiciera muy fuerte. Nadie había sabido el hecho hasta el viaje del Titanic; Cirocco pensaba que distraer a los tripulantes con canciones no cuadraba con su imagen. Pero allí ya no importaba, por el contrario, el canto los unió más estrechamente. Poseía un registro de contralto rico y claro que surtía mejor efecto con vieja música popular, baladas y canciones de Judy Garland.