Bill hizo un laúd con la cáscara de una nuez, cuerdas de paracaídas y la piel de un risueño. Aprendió a tocarlo y Gaby contribuyó con un tambor de cáscara de nuez. Cirocco les enseñó canciones y asignó las tonalidades: Gaby una soprano aceptable, Bill un tenor con mal oído.
Cantaron canciones de taberna de los bares de O’Neil Uno, canciones del hit parade, de dibujos animados y viejas películas. Una de ellas pronto se convirtió en la favorita del grupo, consideradas las circunstancias. Hablaba de una ruta amarilla y adoquinada y el maravilloso mago de Oz. La cantaban gritando todas las mañanas al partir, chillando al máximo cuando el bosque les devolvía los aullidos.
Transcurrieron varias semanas antes de que llegaran al Ofión. Sólo en dos ocasiones se interrumpió la pacífica rutina que llevaban.
El primer incidente fue a los tres días del viaje, cuando un globo ocular al extremo de un largo pedículo emergió del agua a menos de cinco metros del Titanic. No quedó duda de que se trataba de un ojo, igual que lo sucedido con Apeadero. Era un globo de veinte centímetros de diámetro, dispuesto en una cuenca verde y flexible que a primera vista parecía una mano verdosa con dedos enrollados desde atrás en torno al ojo. El globo ocular en sí era de un color verde claro con una vasta pupila.
En cuanto vieron a la criatura trataron de ganar la orilla. El ojo había estado apuntando hacia ellos, sin revelar interés o emoción sino tan sólo fijo en el mirar. No pareció importarle que se alejaran. Observó dos o tres minutos antes de esfumarse con el mismo silencio de su aparición.
El consenso general, una vez en la orilla, fue que no podían hacer gran cosa al respecto. La criatura no había intentado dañarles…, lo que no significaba nada en cuanto a su conducta futura. Pero no era cuestión de que tuvieran que interrumpir su viaje sólo porque hubiera enormes peces en el río.
Enseguida vieron más ojos y por fin se acostumbraron a ellos. Daban tanta sensación de periscopios, que Bill los llamó U-boats. [1]
El segundo incidente fue algo para lo que estaban más preparados, ya que había sucedido antes. Fue el enorme viento plañidero que Calvin había denominado Lamento de Gea.
Hubo tiempo antes de las peores ráfagas para alcanzar a arrastrar a la orilla el Titanic y buscar refugio en la parte de la embarcación a favor del viento. Cirocco no quiso meterse bajo los árboles, recordando la rama desprendida en las tierras altas que falló por muy poco.
Las condiciones de observación, con el viento azotando la cara de Cirocco y las nubes revolviéndose arriba, no eran buenas. Pero la capitana logró avistar brevemente la tormenta que surgía de Océano. Procedía de arriba. Las nubes se hinchaban a lo largo del gigantesco radio situado por encima del mar helado como el glacial aliento de Dios. El viento golpeaba la sábana de hielo y la resquebrajaba, levantando súbitos tornados que parecían diminutos a tanta distancia, pero que debían de ser colosales.
A través de las nubes que avanzaban rápidamente hacia Hiperión, Cirocco vio los inclinados cables de sustentación que unían tierra y cielo sobre Océano. Si se movían con el viento tenía que ser con la suficiente lentitud para que no se viera, pero debía existir cierto movimiento de oscilación o flexión. El viento arrastraba una fina niebla gris. Cirocco lo veía flotar hacia los cerrados ángulos que los cables formaban con el suelo y tuvo que reconocer que las partículas que veía desde tan lejos tenían que ser grandes como árboles. Después las nubes oscurecieron toda visión y empezó a caer nieve. Enseguida el río se agitó y la creciente casi alcanzó al varado Titanic. A Cirocco le pareció sentir que la tierra se movía.
Sabía que estaba presenciando alguna parte del sistema de circulación de aire de Gea en funcionamiento, y se preguntó cómo entraría el aire en el radio y qué mecanismo lo forzaría a volver a salir. También quiso saber por qué el proceso tenía que ser tan violento. El reloj de Calvin indicaba que habían pasado diecisiete días desde el último Lamento; deseó que al menos transcurriera lo mismo hasta el siguiente.
Como la vez anterior, el frío no duró más de seis o siete horas, y la nieve no alcanzó a adherirse al suelo. Los tres pudieron aguantar mejor el temporal en esa ocasión, y descubrieron que la tela de seda de dirigible protegía más de lo que cabía suponer. Hacía las veces de cortavientos.
El trigésimo día desde su emergencia estuvo marcado por dos cosas: algo que sucedió y algo que no sucedió.
La primera fue haber llegado a la confluencia del Clío y el poderoso río Ofión. Para entonces se hallaban muy al sur de Hiperión, equidistantes entre el cable vertical central y el meridional, ambos elevándose allí sobre los terrestres.
Ofión era verdeazulado, más amplio y rápido que el Clío. Tiró al Titanic hacia su centro, y tras un rato de alerta y sondeos con los palos, los viajeros decidieron quedarse allí, pues les pareció más seguro. En tamaño y velocidad, el Ofión recordó a Bill y Cirocco el Mississippi, aunque con más vegetación y árboles altos a lo largo de las riberas. La tierra seguía siendo jungla, pero Ofión era ancho y profundo.
Cirocco quedó más preocupada por lo que no sucedió: lo que aguardaba conforme los días iban pasando en el reloj de Calvin, y no llegaba. Durante veintidós años tuvo la regularidad de las mareas. Resultaba sumamente turbador entonces que la menstruación no se hiciera presente.
—¿Sabes que ya han pasado treinta días? —dijo Cirocco a Gaby aquella noche.
—¿De verdad? No lo había pensado —Gaby arrugó la frente.
—Sí. Estoy más que retrasada. Siempre habían sido veintinueve días. A veces un día menos, nunca más tarde.
—¿Sabes?, yo también voy con retraso.
—Así lo creía.
—¡Dios, eso no tiene lógica alguna!
—Me estaba preguntando qué tipo de protección usaba en la Ringmaster. ¿Quizá te olvidaste alguna vez entonces?
—No es probable, maldición. Calvin me dio pastillas.
Cirocco suspiró.
—Temía que fuera algo tan infalible como eso. Yo no puedo tomar pastillas, hacen que me hinche. Empleaba uno de esos diafragmas que se llevan siempre puestos. Lo tenía cuando nos enterraron. En realidad no se me ocurrió que tuviera que buscarlo hasta que… bueno, hasta que nos reunimos con Bill y August, y quizá ya fuera demasiado tarde —dudó de si debía discutir esa parte con Gaby. No era ningún secreto que ella y Bill habían hecho el amor, y tampoco era ningún secreto que no había existido tiempo, lugar o intimidad para ello en el Titanic con Gaby siempre alrededor—. De todas formas, ha desaparecido. Supongo que fue devorado por la misma criatura que comió nuestro pelo. Cosa que me da escalofríos, dicho sea de paso.
Gaby se estremeció.
—Pero creía que podría haber sido Bill. Ahora ya no lo creo así, francamente —se levantó y se acercó a Bill, que estaba durmiendo en el suelo. Lo despertó y esperó a que el hombre demostrara estar bien despierto—. Bill, escucha: las dos estamos preñadas.
Bill no estaba tan despierto como a Cirocco le había parecido. Parpadeó, sorprendido, y se puso muy serio.
—Bueno, a mí no me mires. Y menos aún por Gaby. La última vez con ella fue poco después de partir de la Tierra. Además, tengo una válvula.
—No hablaba de eso —lo calmó Cirocco. (Con Gaby, ¿eh? No me había enterado. Y yo que creía saber todo lo que había ocurrido en la Ringmaster…)—. Eso simplemente hace más evidente que algo muy raro está pasando. Alguien o algo nos está gastando un bromazo, pero yo no me río.