Calvin cumplió su palabra. Dos días después de que Cirocco llamara a un dirigible que pasaba, Apeadero revoloteó en el cielo y una flor azul brotó con su cirujano errante colgando debajo. August iba detrás de él. Llegaron al agua justo frente a la orilla.
Cirocco tuvo que admitir que Calvin ofrecía un excelente aspecto. Sonreía y había brío en su andar. Saludó a todo el mundo y dio la impresión de no recordar que hubiera sido citado. Quiso hablar de sus viajes, pero Cirocco ansiaba demasiado escuchar qué pensaba Calvin de la nueva situación. El médico se puso muy serio mucho antes de que los otros acabaran de explicarse.
—¿Has tenido alguna menstruación desde que llegamos aquí? —preguntó a August.
—No, ninguna.
—Han pasado treinta días —dijo Cirocco—. ¿Es anormal para ti? —por la forma en que se abrieron los ojos de August, Cirocco supuso lo que era—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales con un hombre?
—Nunca he tenido.
—Temía que dijeras eso.
Calvin permaneció en silencio un rato, meditando. Después se puso todavía más serio.
—¿Qué puedo decir? Todos sabéis que es posible que una mujer pierda la menstruación por otras razones. Las atletas la pierden infinidad de veces en determinadas circunstancias, y no estamos seguros del porqué. Tensión emotiva o física, probablemente. Pero creo que las posibilidades de que tal cosa suceda con vosotras tres al mismo tiempo son escasas.
—Diría que estoy de acuerdo —opinó Cirocco.
—Podría ser algo dietético. No hay manera de saberlo. Puedo deciros que vosotras tres y… eh, April, habéis sufrido cierta convergencia.
—¿Qué es eso? —inquirió Gaby.
—A veces sucede a mujeres que viven juntas, por ejemplo en una nave espacial cuando están en camarotes estrechos. Determinada señal hormonal tiende a sincronizar sus menstruaciones. April y August han ido al mismo ritmo durante largo tiempo, y Cirocco sólo hacía una pequeña diferencia con su ciclo. Dos menstruaciones tempranas y Cirocco concordaba con ellas. Gaby, tú estabas volviéndote errática, ¿recuerdas?
—Nunca le presté demasiada atención —dijo Gaby.
—Bien, así era. Pero no entiendo qué tendría que ver aquello con lo que pasa aquí. Sólo lo he mencionado para observar que suceden cosas extrañas. Es posible que simplemente hayáis perdido un período.
—También es posible que todas estemos preñadas, y tiemblo al pensar quién ha de ser el padre —dijo Cirocco, agriamente.
—Eso es francamente imposible —dijo Calvin—. Si estás insinuando que la criatura que nos tragó os ha hecho eso a todas… No puedo creerlo. No existe otro animal, ni siquiera en la Tierra, capaz de fecundar a un humano. Ya me dirás cómo lo hizo esta extraña criatura.
—No lo sé —dijo Cirocco—. Por eso es una criatura extraña. Pero estoy convencida de que nos metió en su interior e hizo algo que podría ser perfectamente razonable y natural para ella, pero extraño para lo que nosotros sabemos. Y no me gusta, y queremos saber qué puedes hacer tú en caso de que estemos preñadas.
Calvin acarició los tiesos rizos de su mentón y sonrió.
—En la escuela de medicina no me prepararon para partos de vírgenes.
—No tengo humor para chistes.
—Lo siento. De todos modos, tú y Gaby no sois vírgenes —sacudió la cabeza en señal de asombro.
—Estábamos pensando en algo más inmediato y menos sagrado —dijo Gaby—. No queremos esos niños, o lo que diablos sean.
—Mira, ¿por qué no esperáis otros treinta días antes de que empecéis a excitaros? Si tenéis otra falta, llamadme de nuevo.
—Nos gustaría terminar con este asunto ahora —dijo Cirocco, terminante.
Calvin pareció enfadado por primera vez.
—Estoy diciendo que no lo haré todavía. Es demasiado arriesgado. Puedo hacer los instrumentos para una dilatación y un raspado, pero habrá que esterilizarlos. Carezco de espéculo, y el pensamiento de lo que yo tendría que improvisar para dilatar el cuello del útero basta para causaros pesadillas.
—El pensamiento de lo que está creciendo en mi vientre me está causando pesadillas —dijo Cirocco, sombríamente—. Calvin, en este momento ni siquiera deseo un bebé humano, mucho menos lo que esto pueda ser. Quiero que hagas la operación.
Gaby y August asintieron en señal de acuerdo, aunque pareció que Gaby estaba algo indispuesta.
—Y yo digo que esperéis otro mes. No habrá diferencia alguna. La operación será la misma, sólo rascar las paredes internas del útero. Pero quizá dentro de un mes hayáis descubierto una forma de hacer fuego, de hervir un poco de agua, de esterilizar los instrumentos que yo logre hacer. ¿No es lógico? Os lo aseguro, puedo hacer la operación con el mínimo de riesgo, pero sólo con instrumentos limpios.
—Yo sólo quiero acabar con esto —dijo Cirocco—. Quiero librarme de esto.
—Capitana, cálmate. Tranquilízate y medítalo con cuidado. Si resultas infectada, no podré hacer nada. Al este hay una tierra distinta. Podríais encontrar un medio de encender fuego. Yo también lo buscaré. Estaba exactamente en Mnemósine cuando me llamasteis. Es posible que allá haya alguien que use herramientas y sea capaz de hacer un espéculo y un dilatador decentes.
—Entonces, ¿te irás otra vez? —preguntó Cirocco.
—Sí, me voy, después de haceros un examen a todas.
—Vuelvo a pedirte que te quedes con nosotros.
—Lo siento. No puedo.
Nada que dijera Cirocco iba a hacerle cambiar de opinión, y aunque la capitana se dejó tentar de nuevo por la idea de retenerle, las mismas razones hacían de tal cosa una mala idea. Y algo más se le había ocurrido a Cirocco desde la partida de Calvin: podría no ser sensato dañar a alguien con un amigo tan voluminoso como Apeadero.
Calvin declaró a los cuatro sanos y en buena forma, pese a las faltas de menstruación de las mujeres, y se quedó algunas horas no sin dejar de dar la sensación de que incluso eso le sentaba mal. Les contó lo que Apeadero y él habían visto en sus viajes.
Océano era un sitio terrible, helado y prohibitivo. Lo habían cruzado con la máxima rapidez posible. Allí abajo había una raza humanoide, pero Apeadero no quiso descender para verlos de cerca. Aquella gente había lanzado rocas con una catapulta de madera mientras el dirigible aún se hallaba a un kilómetro por encima de ellos. Calvin los describió con forma humana, recubiertos de largo cabello blanco. Disparaban primero y después preguntaban. Los llamó yetis.
—Mnemósine es un desierto —dijo—. Tiene un aspecto raro. porque las dunas se amontonan a mucha más altura que en la Tierra, debido a la baja gravedad, supongo. Allí abajo hay vida vegetal. Vi algunos animales pequeños cuando descendimos a poca altitud, y lo que parecía una ciudad en ruinas y unos cuantos pueblos. Sitios que podrían haber sido castillos mil años atrás estaban situados en lo alto de cúspides rocosas verticales, desmoronándose. Construirlos tuvo que haber costado miles de años con gente trabajando como chinos, o ciertos helicópteros bastante buenos.
“Creo que aquí hay algo que ha ido rematadamente mal. Todo se está convirtiendo en polvo. Mnemósine tal vez haya tenido un aspecto similar al de este lugar en tiempos, hasta el lecho del río seco y los cadáveres de inmensos árboles que las tormentas de arena están aniquilando. Algo ha cambiado el clima, ha escapado del control de los constructores.