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Así pues, Temis está demostrando ser un interesante reto para…

* * *

—…esa fantástica banda de idiotas que todos conocéis ya perfectamente: la tripulación de la NI Ringmaster —Cirocco se apartó del tablero de la máquina de escribir, estiró los brazos por encima de la cabeza e hizo crujir los nudillos de los dedos—. Disparates —murmuró—. Y trolas.

Las letras verdes destellaron en la pantalla que tenía delante, todavía sin un punto ortográfico en la parte inferior.

Era una parte de su trabajo que Cirocco siempre retrasaba tanto como podía. Pero los agentes publicitarios de la NASA no admitían que se les ignorase por más tiempo. Temis era un pedazo de roca carente de interés según todos los indicios, mas el departamento de publicidad buscaba desesperadamente algo de donde enganchar una historia, y respondían al interés por lo humano con ‘periodismo de personalidad’, como ellos lo denominaban. Cirocco se esforzaba al máximo, aunque era incapaz de entrar en el tipo de detalles que los redactores de divulgación deseaban. Cosa que, de todos modos, apenas importaba, ya que el texto que acababa de escribir sería impreso, reescrito, discutido en consejo y, por lo general, avivado para ‘humanizar’ a los astronautas.

Cirocco simpatizaba con el objetivo de la NASA. A casi todo el mundo le importaba un comino el programa espacial. Se pensaba que el dinero tendría mejor provecho en la Tierra, la Luna y las colonias L5. ¿Por qué verter dinero en la ratonera de la exploración cuando se podía extraer tantos beneficios de asuntos cimentados en una base comercial, tales como la producción en órbita terrestre? La exploración resultaba terriblemente costosa y en Saturno no había más que vacío y un montón de rocas.

Cirocco estaba intentando encontrar algo que justificara, de una manera fresca, nueva, su presencia en la primera misión exploratoria en once años, cuando una cara apareció en la pantalla. Tal vez fuera la de April, o la de August.

—Capitana, lamento molestarla.

—No importa. No estaba ocupada.

—Aquí arriba tenemos algo que usted debería ver.

—Voy ahora mismo.

Creyó que era August. Cirocco había pugnado por distinguirlas, ya que los gemelos suelen resentirse cuando se los confunde. Y poco a poco había comprendido que a April y August no les preocupaba el detalle.

Pero April y August no eran gemelas ordinarias.

Sus nombres completos eran April 15/02 Polo y August 3/02 Polo. Así estaba escrito en sus respectivos tubos de prueba y así lo habían consignado en sus partidas de nacimiento los científicos que habían sido sus comadronas. Cosa que a Cirocco siempre le había parecido una excelente razón doble por la cual no permitir a los científicos que hicieran los tontos con experimentos que vivían, respiraban y lloraban.

La madre de las gemelas, Susan Polo, llevaba cinco años muerta en la época que nacieron, y no podía protegerlas. Ninguna otra persona se mostró dispuesta a hacerlo, de modo que ambas se vieron limitadas a ellas dos y sus tres hermanas clonas en cuanto a cariño. En cierta ocasión August había contado a Cirocco que las cinco sólo tuvieron un amigo íntimo mientras crecieron, y que tal amigo había sido un mono rhesus con un cerebro mejorado. El animal fue disecado cuando las niñas tenían siete años.

—No me gustaría que sonara demasiado brutal —había dicho August en aquella ocasión, una noche en que ya se habían consumido algunos vasos del vino de soja de Bill—. Aquellos científicos no eran monstruos. Muchos de ellos se comportaban como amables tías y tíos. Teníamos todo lo que deseábamos. Estoy segura de que la mayoría nos quería —August había bebido otro trago—. Después de todo, costamos un montón de dinero.

A cambio de su dinero los científicos consiguieron cinco genios apacibles, bastante fantasmales, que es precisamente lo que habían pedido. Cirocco dudaba de que hubieran concertado aquella homosexualidad incestuosa, pero pensaba que al menos debieron de haberla esperado con tanta seguridad como el elevado coeficiente intelectual. Todas eran clonas de su madre, la hija de un japonés-americano de tercera generación y una filipina. Susan Polo obtuvo el premio Nobel de física y falleció joven.

Cirocco observó a August mientras la mujer estudiaba una foto en el tablero de navegación. Joven como era, tenía una semejanza exacta con su madre: menuda, con cabello negro azabache y una figura atractiva, y ojos oscuros, inexpresivos. Cirocco jamás había supuesto que las caras orientales fueran tan similares como opinaban muchos caucasianos, pero los rostros de April y August no se diferenciaban en nada. Su piel era del color del café con mucha crema, pero a la luz rojiza del módulo científico August parecía casi negra.

August miró a Cirocco con más excitación que lo normal en ella, y la capitana sostuvo su mirada por un instante y después bajó los ojos. Seis diminutas luces estaban dispuestas en un hexágono perfecto contra un fondo de nítidas estrellas.

Cirocco las observó durante un largo tiempo.

—Es lo más endemoniado que he visto en mi vida en una placa estelar —concedió—. ¿Qué es?

Gaby se hallaba atada con correas a una silla al otro lado del compartimiento, sorbiendo café de una cubeta plástica.

—Es la última toma de Temis —dijo—. Me concentré en el satélite la última hora con mi equipo más sensible y un programa de computador para justificar la rotación.

—Supongo que ésa es la respuesta a mi pregunta —dijo Cirocco—. Pero, insisto, ¿qué es?

Gaby hizo una larga pausa antes de replicar, mientras tomaba otro sorbo.

—Es posible —dijo, mostrándose ensimismada y ensoñadora— que varios cuerpos orbiten en torno a un centro de gravedad común. En teoría. Nadie lo ha visto nunca. La configuración se denomina roseta.

Cirocco aguardó pacientemente. Al notar que nadie hablaba, soltó un bufido.

—¿En medio del sistema de satélites de Saturno? Durante cinco minutos, quizás. El resto de lunas les causaría perturbaciones.

—Así es —convino Gaby.

—¿Y cómo sucedería en primer lugar? Las probabilidades en contra son tremendas.

—También es verdad.

April y Calvin habían entrado en la sala.

Calvin alzó la mirada y preguntó:

—¿Es que nadie piensa decirlo? No es una disposición natural. Alguien hizo esto.

Gaby se restregó la frente.

—Aún no sabes todo. Emití señales de radar hacia el satélite. Los ecos me indicaron que Temis tenía más de mil trescientos kilómetros de diámetro. Todas las cifras relativas a densidad fueron igualmente extravagantes. Lo da como menos denso que el agua por bastante margen. Pensé que estaba obteniendo lecturas confusas, pues trabajaba en los límites de mi equipo. Después hice la foto.

—¿Seis cuerpos o uno? —preguntó Cirocco.

—No puedo asegurarlo. Pero todo apunta hacia uno.

—Descríbelo. Di lo que creas saber.

Gaby consultó las hojas de registro, aunque obviamente no las necesitaba. Las cifras estaban claras en su mente.

—Temis tiene mil trescientos kilómetros de anchura. Eso lo convierte en la tercera luna más grande de Saturno, aproximadamente del tamaño de Rea. Debe de ser totalmente negro, excepto esos seis puntos. El albedo más bajo, con mucho, entre todos los cuerpos del sistema solar, si te interesa saberlo. También es el menos denso. Existen grandes posibilidades de que sea hueco, y es muy probable que no sea esférico. Tal vez tenga forma de disco, o toroidal, igual que un anillo. En cualquier caso parece rotar como un plato en torno a su eje, una revolución por hora; rotación suficiente para que nada pueda permanecer en su superficie. La fuerza centrípeta superaría la fuerza gravitatoria.