—¿Para qué construir un lugar sin puertas?
—Tal vez entraban por abajo —sugirió Gaby.
—Sin una excavadora, nunca lo sabremos —Cirocco pensaba en el equipo que habían traído para usarlo con el módulo de aterrizaje y se sobresaltó cuando la evocación la llevó de nuevo a los restos de su nave, destrozada y dando vueltas en el espacio.
—Me preguntaba qué relación tiene esto con el cable —dijo Bill—. ¿Lo habrán construido para mantenimiento de los trabajadores o levantado posteriormente, después de que las cosas se vinieran abajo?
Cirocco alzó una ceja.
—¿Supones acaso que las cosas se han ido abajo?
Bill abrió los brazos.
—Hay un daño estructural que no ha sido reparado. Ya has visto esos ramales rotos.
Cirocco sabía que Bill no iba muy desencaminado. Toda la oscura miasma bajo el cable exhalaba un dilatado abandono. Se trataba de una tumba mohosa, o de los huesos de algo que otrora fuera poderoso.
Pero incluso en decadencia, Gea era magnífica. El aire era fresco, el agua pura. Cierto que grandes zonas eran en ese momento desiertos o eriales helados, y se hacía difícil creer que hubieran sido planeadas así. Y sin embargo Cirocco creía que los sistemas ecológicos se habrían deteriorado aún más si allí no hubiera habido alguien con cierto grado de control.
—Gea no está falta de guía —dijo Gaby, haciendo eco de los pensamientos de Cirocco sin conocerlos—. Esta construcción me da la impresión de ser vieja. Probablemente miles de años no sería exagerado.
—Seguro que se nota tan viejo —convino Bill.
—Sé algo en cuanto a las complejidades relacionadas con el mantenimiento de un biosistema —prosiguió Gaby—. Gea es mayor que O’Neil Uno y eso la hace más flexible. Pero en unos cuantos siglos las cosas se desbocarían fuera de control. Las cosas no se han ido abajo por completo.
—Podría tratarse de robots —dijo Bill.
—Eso está bien para mí —dijo Cirocco—. Mientras haya alguna inteligencia detrás de esto, planeo establecer contacto con ella y pedirle ayuda. Es posible que las computadoras sean mejores de tratar.
Bill, que había leído mucha ciencia ficción, podía formular una docena de teorías sobre cualquier rasgo de Gea. Era parcial en cuanto a la fastidiosa mutación siempre segura: algo que había venido de ninguna parte y había matado a muchos de los constructores como para dejar a Gea en manos de mecanismos de seguridad automáticos.
—Es un lugar abandonado, apostaría por eso —les dijo Bill—. Igual que la nave de Huérfanos del espacio de Heinlein. Un montón de gente que partió para Gea hace miles de años y que perdió el control de camino. La computadora de la nave la puso en órbita en torno a Saturno, desconectó los motores y continúa ahí arriba manteniendo el bombeo de aire y aguardando más órdenes.
Tomaron un camino distinto para salir, en parte porque resultaba imposible saber cómo habían entrado. Cirocco no se preocupó; mientras fueran hacia la luz, perfecto.
Alcanzaron la luz solar en un punto muy al norte del que habían entrado y vieron algo que les había sido ocultado por el mismo cable en el lugar de entrada. Se trataba de un ramal roto, pero examinable por encontrarse sobre el terreno.
El primer pensamiento de Cirocco fue la gigantesca lombriz que Calvin había descrito. El ramal parecía un ser viviente, resplandeciente a la luz amarillenta. Luego recordó los oleoductos brasileños que había visto en su entrenamiento de supervivencia: grandes tubos plateados que surcaban la jungla tropical como si se tratara de un obstáculo despreciable. El ramal había abierto su camino al caer, abatiendo los árboles más elevados, aplastando inexorablemente la tierra. La jungla se había cerrado sobre él desde aquel momento, pero la enorme masa seguía dando la impresión de poder alzarse en cualquier momento y desprenderse de las enredaderas invasoras, convirtiendo los árboles en astillas.
Quinientos metros sobre ellos, el extremo del ramal cortado hacía una curva y se apartaba del cuerpo del cable. Estaba roto y el interior que la rotura revelaba brillaba y reflejaba destellos rojos, verdeazulados y color cobre deslustrado. Manchas grises semejantes a un molde de pan crecían en el muñón y desde la parte inferior, y una cascada caía directamente sobre una zona de vegetación ampliamente separada del bosque. El volumen de agua era sustancial y ruidoso, aunque al brotar del inmenso y retorcido ramal no parecía ser mucho más que el goteo de una tubería rota.
Se acercaron al quebrado ramal y vieron que estaba formado por una serie de filetes hexagonales separados únicamente por escasos milímetros, nebuloso por causa de torbellinos de oro situados justo bajo la superficie. Despedía reflejos apagados, quebrados, como si usaran por espejo el ojo de un insecto gigante.
Siguieron el cable hasta la colina y a través de la jungla, donde el quebrado extremo resultó ser hueco, aunque tan atorado por maleza y enredaderas que penetrar en su interior era imposible.
—Fuera lo que fuese, lo que había dentro gustaba a las plantas —dijo Gaby.
Cirocco no respondió. El avanzado estado de decadencia era deprimente. El abierto cabo del ramal era suficientemente grande como para haber servido de túnel a la Ringmaster. Era un objeto pequeño en la escala de Gea, sólo uno de entre doscientos ramales de este cable solitario. Y con todo era un resto descollante, un resto que iba con gran rapidez hacia la podredumbre y disolución. En el momento de partirse, toda la superficie de Gea debió de vibrar en armonía.
Y nadie había hecho nada con el ramal.
Cirocco no dijo nada, pero resultaba difícil contemplar los restos y creer que todavía podía haber alguien vigilando las máquinas.
CAPITULO 12
Dos días después de su exploración del interior del cable, los tripulantes del Titanic se encontraron abandonando la jungla tropical. La tierra jamás había sido montuosa excepto en las proximidades del cable; ahora volvía a ser lisa como una mesa de billar y el Ofión se desparramaba kilómetros en todas direcciones. Dejó de existir una orilla como tal. Los únicos detalles que marcaban el fin del río y el principio de las tierras de marismas eran hierbas altas enraizadas en el fondo y el ocasional banco de fango de un metro de altura. Una capa de agua se extendía sobre todo, raramente con más de diez centímetros de profundidad excepto en los sinuosos laberintos de lodazales, brazos pantanosos, abras y rebalsas. Estas aguas estaban protegidas y excavadas a más profundidad por enormes anguilas y lochas del tamaño de hipopótamos.
Los árboles de la región presentaban tres variedades, creciendo en grupos ampliamente diseminados. La especie que llamó la atención de Cirocco parecía una escultura de vidrio, con troncos rectos y transparentes y ramas regulares dispuestas en forma cristalina. Las ramas más pequeñas eran filamentos que podrían haberse usado en óptica de fibras. Cuando el viento soplaba, las ramas más débiles se rompían. Recobradas y envueltas con tela de paracaídas por un extremo constituían excelentes cuchillos. Dado el efecto centelleante que los filamentos producían al moverse, Gaby los llamó árboles de navidad.
El resto de la vegetación principal no fue muy del agrado de Cirocco. Una planta —parecía incorrecto denominarla árbol, aunque fuera bastante grande— se asemejaba a una pila de lo que es posible ver en cualquier rancho de ganado vacuno. Bill la llamó árbol de estiércol. La vez que más se acercaron a uno de ellos vieron que había una estructura interna, pero nadie quiso aproximarse demasiado porque olía bastante a lo que parecía ser.