—Ya veremos —respondió Cirocco, y luego preguntó a Clarinete, la pinto, si podrían examinar su planta-radio, pero contuvo su canto antes de terminarlo—. Las titánidas no las construyen —dijo a Gaby—. Las cultivan.
—¿Por qué no lo habías dicho antes?
—Porque acabo de comprenderlo. Ten paciencia conmigo, Gaby. Ellos lo denominan como “la semilla de la planta que transporta el canto”. Mírala.
El objeto atado al extremo del cayado de Clarinete era una semilla amarilla y oblonga, lisa y sin rasgos como no fuera por una mancha marrón uniforme.
—Escucha aquí —cantó Clarinete, indicando la mancha—. No la toquéis, porque se quedará sorda. Canta tu canción a su madre, y si a ella le complacería que la cante al mundo.
—Lo siento, pero creo que no te entiendo del todo.
Clarinete señaló por encima del hombro de Gaby.
—Hay una que todavía tiene sus hijas.
Clarinete trotó hasta un montón de matorrales que crecían en un hueco. Un brote en forma de campana emergía de la tierra junto a cada arbusto. Asiendo la campana. Clarinete arrancó una planta y se la llevó, raíces incluidas, de vuelta al carro.
—Hay que cantar a las semillas —explicó. Cogió su cuerno de cobre del hombro e interpretó varios compases en cuatro por cinco—. Doblad vuestras orejas ahora… —Clarinete se detuvo, turbado—. Es decir, haced lo que vuestra raza hace para realzar la audición.
Al cabo de medio minuto escucharon las notas del cuerno, chillonas como un viejo cilindro de Edison, pero bastante definidas. Clarinete cantó un armónico, que fue rápidamente repetido. Hubo una pausa, y a continuación los dos temas fueron interpretados simultáneamente.
—Ella escucha mi canción y le gusta, ¿comprendéis? —cantó Clarinete, con una amplia sonrisa en su semblante.
—Como el programa de discos solicitados de una emisora —dijo Gaby—. ¿Y si el pinchadiscos no quiere poner esa canción?
Cirocco tradujo la pregunta de Gaby lo mejor que pudo.
—Hace falta práctica para cantar agradablemente —reconoció Clarinete—. Pero son de buena fe. La madre es capaz de hablar más rápidamente que cuatro pies pueden volar.
Cirocco tradujo pero Clarinete le interrumpió.
—Las semillas también son útiles para hacer los ojos que ven en la oscuridad —cantó—. Con estos ojos escudriñamos el pozo del viento para el acercamiento de los ángeles.
—Eso suena a radar —dijo Cirocco.
Gaby la miró con aire de duda.
—¿Vas a creer todo lo que te digan estos caballitos de polo más que educados?
—Explícame cómo funcionan estas semillas si no es de forma electrónica. ¿Prefieres telepatía?
—La magia sería más fácil de tragar.
—Llámale magia, entonces. Creo que hay cristales y circuitos en estas semillas. Y si es posible cultivar una radio orgánica, ¿por qué no un radar?
—Quizás una radio. Y sólo porque lo he visto con mis ojos, no porque quiera tener algo que ver con esto. Pero no radar.
La instalación de radar titanio se hallaba en una tienda frente a la ambulancia. Rube Goldberg se habría quedado atónito. Había nueces y hojas unidas a una maceta de tierra con gruesas enredaderas cobreñas que entraban en ella. Nana dijo que la tierra contenía un gusano que generaba ‘esencia de potencia’. Había una rejilla de semillas de radio conectadas a marañas de enredaderas de punta muy afilada, al parecer insertadas con cierta precisión, puesto que cada simiente tenía un apretado racimo de rezumantes pinchazos en torno al punto donde se había hecho finalmente el contacto. Había otras cosas, todas de índole vegetal, entre ellas una hoja que relucía cuando era alcanzada por un rayo de luz de otra planta.
—Es fácil de leer —cantó alegremente Nana—. Este punto de fuego falso representa el gigante celeste que veis allí, hacia Rea —Nana indicó un punto de la pantalla con un dedo—. Fijaos cómo pierde vida… ¡Ahora! Ahora brilla más, pero cambiado.
Cirocco inició una traducción, pero Gaby le interrumpió.
—Sé cómo funciona el radar —refunfuñó—. Toda la disquisición me ofende.
—Ahora nos hace poca falta —les aseguró Clarinete—. No es temporada de ángeles. Vienen cuando Gea respira desde el este y nos atormentan hasta que ella los absorbe de nuevo hasta su pecho.
Cirocco se preguntó si había oído correctamente. ¿Había cantado los absorbe en su pecho? Dejó de pensar en el asunto porque Bill gemía y abría los ojos.
—Hola —cantó Nana—. Me alegro de que hayas podido volver.
Bill aulló y después chilló al tratar de apoyarse en la pierna. Cirocco se situó entre Bill y Nana. Al verla, Bill suspiró aliviado.
—Un sueño muy malo, Rocky —dijo.
Cirocco le acarició la frente.
—No todo ha sido sueño, creo.
—¿Eh? Oh, te refieres al centauro. No, recuerdo que el centauro blanco estuvo meciéndome y cantando.
—Bien, ¿cómo te sientes?
—Débil. Mi pierna no me duele tanto. ¿Es una buena señal, o será que está muerta?
—Creo que estás mejorando.
—¿Y…? Bueno, ya sabes. Gangrena —Bill apartó la mirada de Cirocco.
—No creo. La herida tenía mucho mejor aspecto después de que la curadora te tratara.
—¿La curadora? ¿El centauro?
—No había otra cosa por hacer —dijo Cirocco, de nuevo agobiada por las dudas—. Calvin no ha llegado. Observé a la curadora, parecía saber lo que hacía.
Cirocco pensó que Bill se había vuelto a dormir. Después de mucho rato los ojos del hombre se abrieron y sonrió levemente.
—No es una decisión que yo hubiera querido tomar.
—Fue terrible, Bill. Ella dijo que estabas agonizando, y yo le creí. La alternativa era no hacer nada hasta que Calvin llegara… Y no sé qué habría podido hacer él sin medicinas. Ella dijo que podía matar los gérmenes, cosa que tenía lógica porque…
Bill le tocó una rodilla. Su mano estaba fría, pero firme.
—Hiciste lo correcto —dijo Bill—. Mírame. Dentro de otra semana estaré andando.
Era por la tarde —siempre, de manera monótona, por la tarde— y alguien estaba sacudiendo el hombro de Cirocco. La mujer parpadeó rápidamente.
—Tus amigos han llegado —cantó Foxtrot.
—Era el gigante celeste que vimos antes —añadió Nana—. Ellos estuvieron a bordo todo el tiempo.
—¿Amigos?
—Sí, tu curadora y otros dos.
—Dos… Esos otros…, ¿sabéis algo de ellos? —se puso en pie—. Uno lo conozco. El segundo, ¿es como ella, o varón, como mi amigo Bill?
—Vuestros apodos me confunden —la curadora frunció la frente—. Francamente no sé quién de vosotros es macho y quién es hembra, ya que os ocultáis tras trozos de ropa.
—Bill es macho, yo y Gaby somos hembras. Te lo explicaré más tarde, pero ¿quién hay en el gigante celeste?
Nana se encogió de hombros. El gigante no lo ha dicho. El está tan confundido como yo.
Apeadero revoloteó sobre la columna de titánidas y el carro, que se había detenido para aguardar el descenso. Un paracaídas se abrió en flor con una menuda figura negra al extremo. Calvin, no había duda.
Mientras él flotaba apareció otro paracaídas y Cirocco forzó la vista para descubrir quién podría ser. La figura parecía muy grande, en cierta forma. Entonces se abrió un tercer paracaídas, y un cuarto.
Había una docena de paracaídas en el aire antes de que Cirocco localizara a Gene. El resto, increíblemente, eran titánidas.
—¡Hey, es Gene! —gritó Gaby. Estaba a poca distancia en compañía de Foxtrot y Clarinete. Cirocco se había quedado en el carro—. Me pregunto si April…