—¿Qué crees que les ha hecho irse? —preguntó Gaby—. Sólo un par de minutos más y habrían acabado con todo.
—Han de saber algo que nosotras no sabemos —dijo Cirocco.
Bill estaba mirando al oeste.
—Allá —dijo, al tiempo que señalaba—. Alguien viene.
Cirocco distinguió dos figuras familiares. Eran Hornpipe y Banjo, las pastoras, que se acercaban a todo galope. Gaby rió amargamente.
—Tendrás que enseñarme algo mejor que eso. Una de ellas sólo tiene tres años —dijo Rocky.
—Allá —repitió Bill, pero entonces señalaba en dirección contraria.
Por la colina llegaba una oleada de titánidas, igual que una caballería abigarrada.
CAPITULO 16
Habían pasado seis días desde el ataque de los ángeles. Era el día número sesenta y uno de su emergencia en Gea. Cirocco se encontraba tendida en una mesa baja con los pies en improvisados estribos. Calvin estaba por allí, en alguna parte, pero Cirocco se negaba a mirarlo. Nana, la curadora titánida de cabello blanco, observaba y cantaba mientras la operación progresaba. Sus cantos traían sosiego, aunque nada ayudaba demasiado.
—El cuello del útero está dilatado —dijo Calvin.
—Preferiría no enterarme.
—Lo siento —Calvin se enderezó levemente, y Cirocco vio sus ojos y frente por encima de la mascarilla quirúrgica. Sudaba con profusión. Nana le enjugó la frente y los ojos del hombre mostraron gratitud—. ¿Puedes acercar más esa lámpara?
Gaby situó convenientemente la fluctuante lámpara. El utensilio lanzaba sombras inmensas de las piernas de Cirocco a las paredes. La capitana oyó el clic metálico de los instrumentos cogidos del baño esterilizador, y luego el traqueteo de la cureta a través del espéculo.
Calvin había deseado instrumentos de acero inoxidable, pero las titánidas no podían hacerlos. El y Nana habían trabajado con los mejores artesanos hasta que Calvin tuvo herramientas de cobre que creyó utilizables.
—Hace daño —dijo Cirocco con los dientes apretados.
—Le estás haciendo daño —explicó Gaby, como si Calvin no entendiera inglés.
—Gaby, o te estás callada o buscaré a otro…
Cirocco jamás había oído hablar tan ásperamente a Calvin. El médico hizo una pausa, enjugó su frente en la manga.
El dolor no era intenso, pero sí persistente y difícil de situar, como un dolor del oído interno. Cirocco escuchaba y sentía el raspado, cosa que la irritaba.
—Ya lo tengo —dijo Calvin en voz baja.
—¿Qué es lo que tienes? ¿Lo ves?
—Sí. Estás más adelantada de lo que pensaba. Es un buen detalle que insistieras en hacer esto.
Calvin prosiguió el raspado. De vez en cuando se detenía para limpiar la cureta.
Gaby se alejó para examinar algo en la palma de su mano.
—Tiene cuatro patas —murmuró, y empezó a acercarse a Cirocco.
—No quiero verlo. Apártalo de mí.
—¿Puedo mirar yo? —cantó Nana.
—¡No! —Cirocco estaba luchando con las náuseas y no pudo cantar la respuesta a la titánida, pero meneó la cabeza con violencia—. Gaby, destrúyelo. Ahora mismo, ¿me oyes?
—Eso está hecho, Rocky.
Cirocco soltó un profundo suspiro que se convirtió en un sollozo.
—No quería gritaros. Nana dijo que quería verlo. Tal vez tendría que habérselo permitido. Probablemente ella sabe qué se debe hacer con eso.
Cirocco argüyó que era capaz de andar, pero los métodos de la medicina titánida incluían mucho mimo, calor corporal y canciones de confianza. Nana llevó a Cirocco por la sucia calle hasta los aposentos que las titánidas les habían ofrecido. Cantó la canción de apoyo en tiempos de angustia mental mientras le ayudaba a meterse en una cama. Había otras dos vacías al lado.
—Bienvenida al hospital veterinario —saludó Bill, y Cirocco forzó una débil sonrisa mientras Nana disponía la ropa.
—¿Tu humorístico amigo vuelve a las bromas? —cantó Nana.
—Sí. A este sitio lo llama el-lugar-de-curar-animales.
—Tendría que estar avergonzado. Curar es curar. Bebe esto y te tranquilizarás.
Cirocco cogió el odre y bebió una buena cantidad. El líquido le quemó al bajar y el calor se extendió por ella. Las titánidas bebían brebajes fermentados por las mismas razones que los humanos, uno de los descubrimientos más placenteros de los últimos seis días.
—Tengo la impresión de que acabaran de darme un palmetazo en las muñecas —dijo Bill—. Ya voy conociendo ese tono de voz.
—Ella te quiere, Bill, aun cuando eres travieso.
—Confiaba en elevarte el ánimo.
—Aprecio tu intención. Bill, aquello tenía cuatro patas…
—Aj. Y yo haciendo chistes de animales —extendió un brazo y cogió la mano de Cirocco.
—Todo va bien. Ya ha terminado y lo único que me gustaría es dormir —dio otros dos tragos al odre, y no hizo nada más.
Gaby pasó la hora siguiente a la operación diciendo a todo el mundo que se encontraba bien; después vomitó y estuvo dos días con fiebre. August acabó sin efectos nocivos. Cirocco estaba disgustada pero saludable.
Bill prosperaba en su estado de salud, aunque Calvin opinaba que el hueso no había sido correctamente situado.
—¿Así que cuánto más durará? —preguntó Bill. Había hecho la pregunta antes; no había nada que leer, ni televisión que mirar, nada excepto la ventana que daba a una oscura calle de Ciudad Titán. No podía conversar con sus enfermeras como no fuera en vulgares cantinelas. Nana estaba aprendiendo inglés, aunque con gran lentitud.
—Al menos otras dos semanas —dijo Calvin.
—Tengo la impresión de poder andar ahora.
—Es probable que pudieras, y eso es peligroso. El hueso se quebraría como una rama seca. No, no te dejaré levantar, ni siquiera con muletas, en otras dos semanas.
—¿Y sacarle fuera? —inquirió Cirocco.— ¿Te gustaría salir, Bill?
Se llevaron a Bill y su cama. Recorrieron una corta distancia a lo largo de las calles antes de ponerlo bajo uno de los árboles endoselados que hacían a Ciudad Titán invisible desde el aire y proporcionaban la impresión más cercana a lo nocturno que habían tenido desde su exploración de la base del cable. Las titánidas mantenían siempre iluminados sus hogares y calles.
—¿Has visto a Gene hoy? —preguntó Cirocco.
—Depende de lo que entiendas por hoy —dijo Calvin, con un bostezo—. Aún tienes mi reloj.
—¿Pero lo has visto?
Calvin movió la cabeza en señal de negación.
—No, desde hace un buen rato.
—Me pregunto qué se propondrá.
Calvin había encontrado a Gene siguiendo el Ofión a lo largo de un abrupto terreno por donde el río serpenteaba, entre las montañas Némesis de Crios, la región diurna al oeste de Rea. Había dicho que emergió en la zona del crepúsculo y que estuvo caminando desde entonces, tratando de entrar en contacto con los otros.
Cuando se le preguntaba qué había hecho, todo lo que contestaba era: sobrevivir. Cirocco no lo dudaba, pero se interrogaba qué pretendía decir Gene con eso. El hombre pasaba por alto sus experiencias en deprivación sensorial. Afirmaba que se había preocupado al principio, pero que se había calmado al comprender la situación.
Cirocco tampoco creía entenderlo demasiado. Al principio se había alegrado de tener alguien que pareciera tan mínimamente afectado como ella. Gaby todavía gemía en sueños. Bill tenía fallos de memoria, aunque los recuerdos volvían poco a poco. August sufría depresiones crónicas y rayaba en el suicidio. Calvin estaba feliz pero deseaba la soledad. Sólo Cirocco y Gene daban la impresión de estar relativamente inalterados.