Pero la capitana sabía que había sido tocada misteriosamente en la oscuridad. Cantaba a las titánidas. Intuía que a Gene le habían pasado más cosas de las que contaba, y comenzó a buscar señales de ello.
Gene sonreía muchísimo. Aseguraba sin cesar a todo el mundo que se encontraba perfectamente bien, aunque nadie se lo preguntara. Era amistoso. A veces se mostraba demasiado cordial, pero aparte de eso parecía estar bien.
Cirocco decidió ir a buscarlo, tratar una vez más de hablar de los primeros dos meses.
A Cirocco le gustaba Ciudad Titán.
El ambiente era cálido bajo los árboles. Puesto que el calor de Gea procedía de la tierra, la elevada bóveda actuaba como trampa. Se trataba de un calor seco; vistiendo una camisa ligera y sin zapatos, Cirocco descubrió que su cuerpo se enfriaba con una eficiencia máxima. Las calles estaban agradablemente iluminadas por faroles de papel que le recordaban Japón. El suelo era de tierra compacta, humedecida con algo llamado plantas aspersoras que rociaban vapor una vez por revolución. Cuando tal cosa sucedía, olía como en una llovizna estival nocturna. Los bordes estaban atestados de pétalos de flores que caían en una lluvia constante. Medraban bastante bien en oscuridad perpetua.
Las titánidas jamás habían oído hablar de planificación urbana. Las viviendas se hallaban diseminadas sin orden ni concierto en el terreno, debajo del suelo e incluso en los árboles. Las calles quedaban definidas de manera informal por el tráfico. No había letreros o calles con nombre, un mapa de la población no habría tardado en cubrirse de correcciones ya que los nuevos hogares eran levantados en medio del camino y los caminantes hollaban los bordes hasta que un nuevo equilibrio se establecía.
Todo el mundo tenía una cordial canción de saludo para Cirocco.
—¡Hola, monstruo de la Tierra! Todavía te sostienes, veo.
—¡Oh, mira, si es la curiosidad de dos patas… Ven y diviértete con nosotras, Cir-ok-ko.
—Lo siento, amigas —cantaba ella—. Tengo trabajo. ¿Habéis visto a Do Sostenido Maestra Cantora?
Le divertía traducir así los cantos, aunque para las titánidas, monstruo y curiosidad no implicaban insulto.
Pero la invitación a una comida era difícil de rechazar. Tras dos meses de carne cruda y fruta insulsa, el alimento titanio era demasiado bueno para ser cierto. La cocina era la principal forma artística de las titánidas y, con algunas excepciones menores, los humanos podían comer cualquier cosa de las que las titánidas comieran.
Cirocco encontró el edificio que ella llamaba ayuntamiento más por suerte que por intención. Con frecuencia tenía que detenerse a preguntar direcciones (primera a la izquierda, segunda a la derecha, luego hay que doblar…, no, esa fue bloqueada la última kilorrev, ¿no es cierto?). Las titánidas comprendían la disposición, pero Cirocco pensaba que jamás llegaría el día que la entendiera.
Era el ayuntamiento, simplemente porque Maestra Cantora vivía allí, y ella era lo más aproximado a una jefa que las titánidas tenían. En realidad Maestra Cantora era una jefa militar, pero hasta ese cargo estaba limitado. Maestra Cantora había dirigido los refuerzos el día de la batalla con los ángeles. Desde entonces, se había comportado como cualquier otro individuo.
Cirocco pretendía preguntar a Maestra Cantora si sabía dónde encontrar a Gene, pero no fue preciso pues Gene ya estaba allí.
—Rocky, me alegro de que te dejes caer por aquí —dijo Gene, levantándose y poniendo un brazo sobre el hombro de la mujer. La besó ligeramente en la mejilla, detalle que incomodó a Cirocco.
—Maestra Cantora y yo estábamos hablando de un par de cosas que tal vez te interesen.
—¿Estabais…? ¿Puedes hablar con ellas?
—Su expresión es atroz —cantó Maestra Cantora, en el difícil modo eólico—. A la manera de los pueblos de Crios. Su voz no se amolda decentemente y su oído es más apropiado para las… digamos, palabras sin modulación de vuestras voces. Pero a pesar de todo, podemos cantar juntos, en cierto modo, se entiende…
—Ya he oído eso —cantó Gene, riéndose—. Cree que puede remodelar mi cabeza, como al deletrear palabras frente a un niño.
—¿Por qué no me hablaste de esto antes, Gene? —preguntó Cirocco, escudriñando los ojos del otro.
—Creí que no valía la pena —dijo Gene, quitándole importancia—. Me dieron una dosis de lo que a ti te dieron, pero no funcionó tan bien.
—Ojalá me lo hubieras dicho, eso es todo.
—Mira, lo siento —Gene pareció irritado, y Cirocco se preguntó si él había querido que ella se diera por enterada. Claro que Gene no podía haber pensado que lo ocultaría mucho más tiempo.
—Gene ha estado explicándome muchas cosas interesantes —cantó Maestra Cantora—. Ha trazado líneas por toda mi mesa pero tienen poco sentido para mí. Puedo entenderlo, y ruego que tu canto superior pueda despejar la oscuridad.
—Sí, Rocky, pruébalo. No puedo hacer que este imbécil hijo-de-puta lo comprenda.
Cirocco le lanzó una penetrante mirada, y luego se tranquilizó al recordar que Maestra Cantora no sabía inglés. Con todo, Cirocco pensaba que el detalle era de mala educación e infantil. La titánida podía ser cualquier cosa, pero estúpida no.
Maestra Cantora se hallaba arrodillada junto a una de las mesas bajas que las titánidas preferían. Tenía un pelaje anaranjado deslustrado de algunos centímetros de largo, con sólo la cara descubierta. La piel era oscura como el chocolate. Sus ojos eran algo grises, fijos en un rostro que al principio pareció idéntico para todas las titánidas, pero en el que Cirocco distinguía ahora tantas variaciones como las de las caras humanas. La capitana era capaz de diferenciar una de otra sin referirse al colorido.
Pero el rostro seguía siendo femenino. Cirocco no lograba desprenderse de este condicionamiento cultural, aun cuando el pene fuera visible.
Gene había usado pintura de piel en el trazado de un mapa sobre la mesa de Maestra Cantora. Dos líneas paralelas corrían de este a oeste, y otras líneas dividían el espacio intermedio en rectángulos. Era el lado interior de Gea, desplegado y visto desde arriba.
—Aquí está Hiperión —dijo, señalando con un dedo enrojecido con pintura—. Al oeste, Océano, al este… ¿Cómo lo llamáis?
—Rea.
—Bien. Luego viene Crios. Hay cables de sustentación aquí, aquí y aquí. Las titánidas viven en Hiperión oriental y Crios occidental. Y en Rea no hay ángeles. ¿Sabes por qué, Rocky? Porque viven en los radios.
—Bueno, ¿y por qué me cuentas esto?
—Ten paciencia, y haz que lo entiendan, ¿quieres?
Cirocco hizo todo lo que pudo. Después de varias tentativas, Maestra Cantora pareció interesada y puso un dedo con la uña de color naranja cerca de un punto de Hiperión occidental.
—Esta, entonces, es la gran escalera al cielo cerca de la población.
—Sí, y Ciudad Titán está al lado.
—¿Por qué no la veo? —se extrañó Maestra Cantora.
—Lo arreglaré —dijo Gene, en inglés—. Es que no la he dibujado —cantó, y con un toque decorativo trazó otro punto junto al otro más grande.
—¿Cómo matarán a todos los ángeles estas líneas? —preguntó Maestra Cantora.
Gene se volvió hacia Cirocco.
—¿Ha preguntado por qué estoy dibujando todo esto?
—No, ha preguntado qué tiene que ver esto con matar ángeles, y me gustaría añadir una pregunta personal, y es: ¿qué demonios estás haciendo? Te prohibo que sigas adelante con esta discusión. No podemos ayudar a ningún bando de dos naciones en guerra. ¿Es que no has leído el Protocolo de Contacto de Ginebra?