La titánida se atragantó con el vino que Cirocco vertió en su garganta. Los gritos de los ángeles ya resonaban mucho. Hornpipe se puso a chillar en señal de réplica. Cirocco asió las orejas de la titánida y las estrujó, acabando por abrigar la enorme cabeza en su regazo. Acercó los labios a una de las orejas y cantó una nana titánida.
—¡Rocky, ayúdame! —gritó Gaby—. ¡Canta más fuerte! No conozco esas canciones —intentaba coger las orejas de Flauta de Pan, que chillaba y se debatía. De pronto dio un violento golpe con sus manos ligadas y se deshizo de Gaby.
—¡Agárralo! ¡No dejes que se vaya!
—¡Es lo que intento hacer!
Gaby corrió detrás de la titánida y trató de sujetarle los brazos a los costados, pero Flauta de Pan era mucho más vigoroso que ella. La humana cayó por segunda vez. y se levantó con un corte en la ceja derecha.
Flauta de Pan mordisqueó las ligaduras que inmovilizaban sus muñecas. La ropa se desgarró y la titánida se arañó las orejas.
—¿Y ahora qué, Rocky? —gritó Gaby, desesperada.
—Ven a ayudarme —dijo Cirocco—. Te matará si te pones en medio.
Era demasiado tarde para detener a Flauta de Pan. Sus patas delanteras estaban libres y la titánida se retorcía como una serpiente al tiempo que rasgaba las ataduras que ligaban los otros dos miembros.
Sin mirar siquiera a las mujeres y Hornpipe, Flauta de Pan salió al galope hacia Ciudad Titán. No tardó en desaparecer por la cima de una colina.
Gaby pareció no darse cuenta de que lloraba cuando se arrodilló junto a Cirocco, ni tampoco hizo nada con el delgado hilo de sangre que se escurría por su cara.
—¿Puedo ayudar en algo?
—No lo sé. Tócala, cálmala, haz lo que se te ocurra para que se olvide de los ángeles.
Hornpipe empezó a revolverse, dientes apretados, cara pálida. Cirocco la mantenía agarrada. Se acercaba tanto como se atrevía mientras Gaby deslizaba una cuerda en torno al pecho de la titánida y la maniataba al costado.
—Chist, chist —musitó Cirocco—. No hay nada que temer. Te cuidaré hasta que vuelva tu madre-hembra. Te cantaré sus canciones.
Hornpipe se tranquilizaba poco a poco, los ojos recuperaban la inteligencia que Cirocco observara ya desde el día que la conoció. Era infinitamente mejor que el animal terrible en que se había transformado.
Transcurrieron otros diez minutos antes de que el último ángel pasara sobre sus cabezas. Hornpipe estaba empapada de sudor, como alguien que estuviera librándose de una intoxicación de heroína o alcohol.
Cirocco rió nerviosamente a la espera del regreso de los ángeles. Se reclinó, de cara a Hornpipe, asiendo fuertemente la cabeza de la titánida, y se sorprendió cuando ésta empezó a moverse. No se trataba de una comprobación de las ligaduras, como los movimientos anteriores. Era algo claramente sexual. Hornpipe dio un húmedo beso a Cirocco. Su boca era tan grande y cálida que resultaba desconcertante.
—Ojalá fuera un macho —canturreó ebriamente.
Cirocco bajó la vista.
—Jesús —susurró Gaby. El enorme pene de la titánida estaba fuera de su vaina, con la punta latiendo sobre el suelo.
—Te considerarás hembra —canturreó Cirocco—, pero eres demasiado macho para mí.
Hornpipe se lo tomó a broma. Rugió y trató de besar otra vez a Cirocco, pero desistió gentilmente cuando la mujer se apartó.
—Te haría mucho daño —cloqueó la titánida—. ¡Ay, esto es para agujeros traseros, y tú no tienes ninguno! Si fuera un macho, tendría un miembro adecuado para ti.
Cirocco sonrió y dejó que Hornpipe siguiera disparatando, pero sus ojos no sonreían. Miró a Gaby por encima del hombro de la titánida.
—Ultimo recurso —dijo en voz baja y en inglés—. Si ves que fuera a liberarse, coge esa roca y golpéale en la cabeza. Si se aleja, estará perdida.
—De acuerdo. ¿Qué está diciendo?
—Quiere hacer el amor conmigo.
—¿…con eso? Será mejor que le dé el golpe ahora.
—No seas tonta. No corremos ningún peligro con ella. Si se suelta, ni siquiera nos verá. ¿Los oyes volver?
—Creo que sí.
Resultó que la segunda vez no tuvieron casi dificultad. No dieron una sola oportunidad a Hornpipe de que escuchara a los ángeles, y si bien la titánida sudó y se revolvió como si de alguna manera los advirtiera, nunca se agitó demasiado.
Y luego los ángeles desaparecieron, de regreso a la eterna oscuridad del radio que pendía en lo alto sobre Rea.
Hornpipe lloró cuando la liberaron; los desesperados sollozos de una niña que no entiende qué le ha sucedido. Después recurrió al mal genio y las quejas, sobre todo por sus doloridas patas y orejas. Gaby y Cirocco le frotaron las patas donde las ligaduras habían irritado la piel. Sus hendidos miembros estaban tan enrojecidos como gelatina de cereza.
Hornpipe dio muestras de confusión respecto al paradero de Flauta de Pan, pero no se angustió al enterarse de que su compañera había ido a la batalla. Dio melosos besos a las dos mujeres y se apretó contra ellas amorosamente, no sin dejar de causar cierta preocupación en Gaby, pese a la explicación que dio Cirocco acerca de que las titánidas hacían excluyente separación entre el coito frontal y el trasero. Los órganos frontales eran para la producción de huevos semifértiles. que luego debían ser implantados manualmente en una vagina trasera y fecundados por un pene trasero.
Cuando se irguió, Hornpipe estaba demasiado borracha para llevar encima a las humanas. Cirocco y Gaby le hicieron describir círculos y finalmente se encaminaron hacia la ciudad. En un par de horas podrían montar nuevamente en ella.
Ciudad Titán estaba a la vista antes de que hubieran encontrado a Flauta de Pan.
La sangre ya se había coagulado en su azulado pelaje. Una lanza sobresalía de su costado, apuntada al cielo. La titánida había sido mutilada.
Hornpipe se arrodilló junto a ella y lloró mientras Gaby y Cirocco permanecían a su espalda. Había amargura en los labios de Cirocco. ¿Estaría Hornpipe culpándola de lo sucedido? ¿Habría preferido morir con Flauta de Pan, o esto era una irremediable noción terráquea? Las titánidas no parecían comprender la gloria de la batalla; se trataba de algo que hacían porque no podían evitarlo. Cirocco las admiraba por lo primero, sentía pena por ellas por lo segundo.
¿Había que alborozarse por la titánida salvada o llorar por la perdida? Cirocco no podía hacer ambas cosas, y por eso lloró.
Hornpipe se irguió, con mucha más pesadez que nunca. Tres años de edad, pensó Cirocco. No significaba nada. Hornpipe tenía algo de la inocencia de un humano de idéntica edad, pero era una titánida adulta.
Hornpipe recogió la cortada cabeza y la besó una vez. Después la dejó junto al cuerpo. No cantó nada; las titánidas carecían de canción para momentos como ése.
Gaby y Cirocco montaron de nuevo en Hornpipe y la titánida partió hacia la ciudad a un lento trote.
—Mañana —dijo Cirocco—. Mañana saldremos hacia el cubo de la rueda.
CAPITULO 18
Cinco días después, Cirocco continuaba preparando la partida. Existía el problema de a quién y qué llevar.
Bill estaba descartado, pese a las opiniones contrarias del interesado. Igual que August. Ella apenas hablaba; solía pasar el tiempo en el límite de la ciudad, respondía preguntas con monosílabos. Calvin no sabía si la mejor terapia sería dejarla o llevársela con ellos. Cirocco tenía que decidirse en favor de la misión, la cual se vería en problemas si August sufría un colapso nervioso.
Calvin estaba descartado porque había prometido quedarse en Ciudad Titán hasta que Bill estuviera tan bien como para poder cuidar de sí mismo; después de eso, Calvin estaría libre de hacer lo que quisiera.