El tiempo era escaso. Siempre que era posible combinaban dos tareas, por lo que el fin de la jornada en la nave sorprendió a Cirocco reclinada en su litera mientras Calvin le efectuaba el reconocimiento físico semanal y Gaby le mostraba la foto más reciente de Temis. La habitación estaba abarrotada. Gaby comentaba:
—No es una foto. Es una imagen teorética amplificada por computador. Y en infrarrojos, que parece ser el mejor espectro.
Cirocco se irguió apoyándose en un codo, con cuidado de no soltar ninguno de los electrodos de Calvin. Mordisqueó el extremo del termómetro hasta que el médico la miró, ceñudo.
La imagen mostraba una gruesa rueda de carro rodeada por brillantes áreas triangulares, rojas y de amplia base. Había seis zonas rojas en el interior de la rueda, pero eran más pequeñas y cuadradas.
—Los triángulos grandes del exterior son las partes más calientes —dijo Gaby—. Supongo que son componentes del sistema de control térmico. Absorben calor del sol o eliminan el exceso.
—Es la conclusión de Houston —indicó Cirocco.
La capitana echó un vistazo a la cámara de televisión que había cerca del techo. El control de Tierra los observaba; si se les ocurría algo, Cirocco lo sabría en cuestión de pocas horas, aunque estuviera durmiendo.
La analogía de la rueda era casi literalmente cierta, excepto por los planos de calentamiento o enfriamiento que Gaby había señalado. Había un cubo en el centro, con un agujero capaz de alojar un eje…, si Temis realmente fuera una rueda de carro. Del cubo de la rueda surgían seis gruesos radios que fulguraban de modo gradual justo antes de unirse a la porción exterior de la rueda. Entre cada par de radios se hallaba una de las zonas brillantes y cuadradas.
—Esta es la novedad —dijo Gaby—. Esos cuadrados se mueven en ángulo. Son lo que yo vi en principio: los seis puntos luminosos. Son planos, pues si no, dispersarían mucha más luz. El caso es que sólo reflejan luz hacia la Tierra cuando se encuentran en el ángulo preciso, lo cual sucede rara vez.
—¿Qué ángulo? —balbuceó Cirocco. Calvin le sacó el termómetro de la boca.
—Bien, la luz llega paralela al eje. Con este ángulo —Gaby lo señaló sobre la imagen—. Los espejos están dispuestos para desviar la luz noventa grados, hacia la cubierta de la rueda —tocó el papel con un dedo, que hizo girar para indicar una zona entre dos radios—. Esta parte de la rueda es más cálida que el resto, pero no tanto como para absorber todo el calor que recibe. No lo refleja o absorbe, lo transmite. Es transparente o translúcida. Permite que la mayor parte de la luz la atraviese hacia algo que hay debajo. ¿Te sugiere algo?
Cirocco abandonó por un momento su cuidadoso examen.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, sabemos que la rueda está hueca. Quizá los radios también lo estén. En cualquier caso, imagínate la rueda. Es como el neumático de un coche; grande, gruesa y plana en la parte inferior, para proporcionar más espacio vital. La fuerza centrífuga te aleja del cubo.
—Comprendo todo eso —dijo Cirocco, algo divertida. Gaby podía ser tan vehemente cuando se explicaba…
—Muy bien. De modo que si te hallas en el interior de la rueda, o estás bajo un radio o bajo un reflector…, ¿de acuerdo?
—¿Ah, sí? Oh, sí. Entonces…
—Entonces siempre es de día o de noche en cualquiera de los puntos en particular. Los radios están unidos rígidamente, los reflectores no se mueven y los tragaluces tampoco pueden hacerlo. Tiene que ser así. Día permanente o noche permanente. ¿Por qué crees que la han construido así?
—Para responder a eso necesitaríamos conocerlos. Sus necesidades deben ser distintas de las nuestras —volvió a mirar la imagen. Debía recordar constantemente el tamaño del objeto. Mil trescientos kilómetros de diámetro, cuatro mil en el borde exterior. La perspectiva de conocer a los seres que habían construido una cosa así le preocupaba cada día más.
—Muy bien. Puedo esperar —Gaby no estaba tan interesada en Temis como nave espacial. Para ella se trataba de un fascinante problema de observación.
Cirocco volvió a mirar la imagen.
—El cubo… —empezó a decir. Se mordió el labio. Aquella cámara seguía funcionando y ella no deseaba decir nada demasiado comprometedor.
—¿Qué pasa con el cubo?
—Bueno, parece ser el único lugar del objeto en el que se podría atracar. La única parte que carece de movimiento…
—No, tal como está ahora. Ese agujero del centro es bastante grande. En cuanto te encuentres con cualquier cosa sólida, se estará moviendo bastante. Calculo que…
—No te preocupes. No es importante en este momento. La cuestión es que sólo en el mismo centro exacto de rotación podría practicarse el acoplamiento con Temis sin grandes problemas. Te aseguro que yo no querría intentarlo.
—¿Entonces?
—Entonces debe existir una razón precisa por la que allí no haya instalaciones de atraque visibles. Algo lo bastante importante como para sacrificar esa ubicación, alguna razón para dejar un gran agujero en el centro.
—Motor —dijo Calvin.
Cirocco le miró fugazmente, captó un destello de los ojos castaños del hombre antes de que se volviera de nuevo a su trabajo.
—Eso pensaba yo. Un enorme estatorreactor de fusión. La maquinaria está en el cubo, generadores de campo electromagnético para canalizar el hidrógeno interestelar hacia el centro, donde es quemado.
Gaby se encogió de hombros.
—Tiene lógica. Pero, ¿qué me dices del acoplamiento?
—Bueno, abandonar el objeto sería bastante fácil. Basta con abrir un hueco en la parte inferior y obtener velocidad de escape para liberarse, más cierta velocidad para maniobrar. Pero debería haber alguna especie de chisme que se comprimiera hasta el centro de rotación cuando el motor no funcione, para recoger naves exploradoras. El motor principal debe estar allí. La única alternativa sería espaciar motores en torno al borde. Yo querría tres, como mínimo. Y sería mejor más.
Se volvió para encararse con la cámara.
—Envíenme lo que puedan sobre estatorreactores de hidrógeno —dijo—. Vean si pueden darme cierta idea sobre qué buscar en caso de que Temis tenga uno.
—Tendrás que quitarte la camisa —dijo Calvin.
Cirocco alargó un brazo y desconectó la cámara, aunque no el sonido. Calvin le dio golpes en la espalda y escuchó los resultados mientras Cirocco y Gaby continuaban estudiando la imagen de Temis. No dieron con nuevas ideas hasta que Gaby planteó el problema de los cables.
—Por lo que sé, los cables forman un círculo a medio camino entre el cubo y el borde. Sostienen los márgenes superiores de los paneles reflectores, algo así como el cordaje de un buque velero.
—¿Qué me dices de éstas…? —preguntó Cirocco, indicando la zona entre dos de los radios—. ¿Tienes alguna idea de para qué son?
—No. Hay seis de ellas y se extienden en medio de los radios, desde el cubo al borde, radialmente. Atraviesan los paneles reflectores, si es que eso te dice algo.
—No exactamente. Pero si hay más de estas cosas, quizá más pequeñas, deberíamos buscarlas. Estos cables tienen cerca de… ¿Cuánto dijiste? ¿Tres kilómetros, aproximadamente?
—Más bien cinco.
—Bien. De modo que una cosa que sea muy pequeña, como la Ringmaster, por ejemplo, podría ser invisible para nosotros por mucho tiempo, en especial si es tan negra como el resto de Temis. Gene va a tener que estar husmeando allí, en el módulo expedicionario. No me gustaría que se topara con algo.