—Lo que estás haciendo es tan injusto que tengo ganas de gritar.
—Ojála lo hicieras.
—¿Por qué? ¿Para que yo concuerde con tu imagen de lo que se supone debe hacer una mujer? ¡Maldito sea, yo era capitana cuando me conociste! No creía que eso fuera tan importante para ti.
—No sé de qué estás hablando.
—Hablo del hecho de que, si me voy de aquí ahora, todo habrá terminado entre nosotros. Porque no esperaré a que mejores para que cuides de mí.
—No sé de qué estás…
Cirocco chilló en ese momento, y le sentó bien. Incluso pudo soltar una carcajada de amargura cuando terminó de gritar. Bill se quedó sorprendido. Gaby asomó la cabeza por la puerta y se esfumó al notar que Cirocco no prestaba ninguna atención a su presencia.
—Muy bien, muy bien —dijo Cirocco—. Estoy desequilibrada, pues perdí mi nave y he tratado de cubrirme de gloria para encontrar alguna compensación. Estoy frustrada porque no he sido capaz de reunir a los tripulantes y hacer que funcionen, incluso hasta el punto de que el único hombre en quien creía que podía confiar para mis decisiones, me dice que me calle y que haga lo que él dice. Soy un bicho extraño, lo sé. Quizá soy demasiado consciente de cosas que serían diferentes si yo fuera hombre. Una se va sensibilizando al ver que eso sucede una y otra vez cuando trata de subir, y tiene que ser el doble de buena para conseguir el puesto.
“Estás en desacuerdo con mi decisión de subir allá. Has expuesto tus inconvenientes. Dijiste que me amabas. No creo que sigas amándome, y lamento mucho que las cosas acaben así. Pero te ordeno que esperes aquí hasta que yo vuelva, y que no me digas nada más al respecto.
Los labios de Bill estaban dispuestos de un modo que denotaba inflexibilidad.
—Si no quiero que te vayas es porque te amo.
—¡Dios mío, Bill, no quiero ese tipo de amor! “Te quiero, así que quédate quieta mientras te ato.” Lo que duele es que eres tú el que lo está haciendo. Si no puedes tenerme como una mujer independiente, capaz de tomar sus decisiones y cuidar de sí misma, no podrás tenerme de ninguna manera.
—¿Qué tipo de amor es ése?
Cirocco sintió ganas de llorar, aunque eso no le gustaba.
—Ojalá lo supiera. Quizá no exista el amor. Es posible que una tenga que dejarse cuidar por el otro, lo que significa que me conviene más empezar a buscar un hombre que dependa de mí, porque no quiero que sea al revés. ¿Podemos limitarnos a cuidar el uno del otro? Me refiero a que cuando tú estés mal yo te ayudaré, y tú me echarás una mano cuando yo esté mal.
—Da la impresión de que nunca estás mal. Acabas de decir que puedes cuidar de ti misma.
—Cualquier ser humano debería poder hacerlo. Pero si crees que no estoy mal, no me conoces. Ahora mismo soy como una niña que se pregunta si me vas a dejar ir de aquí sin un beso, sin siquiera desearme buena suerte… —(¡Maldición, una lágrima!)
Cirocco enjugó sus ojos rápidamente, no quería que Bill la acusara de usar las lágrimas como arma. Se preguntó cómo debería arreglárselas en situaciones de fracaso como esas. Fuerte o débil, siempre estaría a la defensiva al respecto.
Bill se aplacó lo suficiente para un beso. Al separarse daba la impresión de que quedaba poco por decir. Cirocco sabía que Bill estaba herido, pero no podía determinar cuál había sido la reacción del hombre ante sus ojos secos. ¿Acaso aquello no lo hería más aún?
—Vuelve tan pronto como puedas.
—Lo haré. No te preocupes demasiado por mí. Mala hierba nunca muere.
—No estoy muy seguro…
—Dos horas, Gaby. Arriba.
—Lo sé, lo sé. No me hables de eso, ¿quieres?
Parecía que Apeadero había crecido, posado en la llanura al este de Ciudad Titán. Por lo general el dirigible nunca descendía por debajo de las copas de los árboles. Fue preciso que se apagaran todos los fuegos de la población para convencerlo de que aterrizara.
Cirocco se volvió para mirar a Bill, apoyado en las muletas junto a la plataforma que las titánidas habían empleado para transportarlo. Bill agitó las manos y Cirocco contestó.
—Lo retiro, Rocky —dijo Gaby, sus dientes rechinando—. Háblame.
—Tranquila, chica, tranquila. Abre los ojos, ¿quieres? Mira por donde vas. ¡Upa!
Diversos animales formaban una hilera dentro del estómago del dirigible, cual pasajeros del metro, impacientes por volver a casa. Se empujaban unos a otros al salir. Gaby fue derribada.
—Ayúdame, Rocky —dijo con desesperación, sin atreverse más que a una rápida mirada a Cirocco.
—Naturalmente —Cirocco lanzó su mochila a Calvin que ya estaba en el interior con Gene, y levantó a la otra mujer. Gaby era tan pequeña…, y estaba muy fría—. Dos horas.
—Dos horas —repitió sombríamente Gaby.
Se produjo un rápido batir de cascos y apareció Hornpipe en el esfínter abierto. La titánida asió del brazo a Gaby.
—Aquí, pequeña —cantó—. Esto te ayudará en tus problemas —Hornpipe apretó un odre de vino en la mano de Gaby.
—¿Cómo has sabido…? —empezó a decir Cirocco.
—Vi el temor en sus ojos y recordé el servicio que ella me hizo. ¿He obrado bien?
—Maravillosamente, chiquilla. Te doy las gracias en su nombre —Cirocco no hizo mención alguna del odre que llevaba en su mochila precisamente con ese mismo fin.
—No volveré a besarte, puesto que has dicho que volverías. Buena suerte, y que Gea te lance de nuevo a nosotras.
—Buena suerte.
La abertura se cerró silenciosamente.
—¿Qué ha dicho?
—Quiere que te emborraches.
—Ya he dado un trago, o diez. Pero ahora que lo dices…
Cirocco permaneció con Gaby mientras ésta sucumbía a un ataque de chillidos, y le dio vino hasta ponerla casi al borde de la inconsciencia. Cuando estuvo segura de que Gaby no tendría problemas, Cirocco se reunió con los hombres en la parte delantera de la góndola.
Ya estaban en el aire. El lastre de agua seguía vertiéndose de un agujero cercano a la nariz de Apeadero.
Enseguida se encontraron en vuelo rasante sobre la superficie exterior del cable. Al mirar abajo, Cirocco vio árboles y zonas herbosas. Partes del cable estaban completamente cubiertas de maleza. El objeto era tan amplio que casi parecía una franja plana de tierra. No habría peligro de caer hasta que llegaran al techo.
La luz empezó a desvanecerse poco a poco. En diez minutos se hallaron en unas tinieblas teñidas de naranja. Iban dirigidos hacia la noche eterna.
Cirocco se entristeció al ver desaparecer la luz. Su fatigante persistencia había llegado a arrancarle maldiciones, pero al menos era luz… Ya no volvería a verla por un buen tiempo.
Tal vez no volviera a verla nunca.
—Este es el final del recorrido —dijo Calvin—. Apeadero os llevará un poco más abajo y os dejará junto al cable. Buena suerte, locos. Os estaré esperando.
Gene ayudó a Cirocco a poner su equipo a Gaby y salió antes para sostenerla cuando tocara tierra. Cirocco observó desde arriba que la maniobra concluyera y después recibió un beso de suerte de Calvin. Se colocó el equipo en torno a las caderas y dejó que sus pies resbalaran por el borde.
Cirocco descendió sobre la zona de crepúsculo.
CAPITULO 19
Se sintieron más ligeros al aterrizar sobre el cable, cien kilómetros más cerca del centro de Gea…, y a cien kilómetros largos del suelo. La gravedad había disminuido desde casi un cuarto a menos de un quinto de g. La mochila de Cirocco pesaba cerca de dos kilos menos y su cuerpo, dos y medio menos.
—Hay cien kilómetros hasta la unión del cable con el techo —dijo Cirocco—. Yo diría que aquí hay una pendiente de treinta y cinco grados. Por ahora será bastante fácil…