Gene hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Así lo creí al principio, pero no es vidrio. Es delgado como una burbuja de jabón y no ha de tener filo.
Gene eligió una pared y la apretó suavemente con la palma de la mano. El muro se derrumbó con un tenue sonido de campanilleo. Gene cogió uno de los fragmentos que caían flotando a su alrededor y lo aplastó en su mano.
—¿Cuántas paredes podrás romper antes de que el segundo piso caiga encima de nosotros? —preguntó Gaby, señalando la sala que tenían encima.
—Muchas, creo. Mira, este sitio es un laberinto, pero no lo era en principio. Caminamos a través de las paredes porque algo las rompió antes. Esto fue un montón de cubos, sin entrada o salida por ninguno de ellos.
Gaby y Cirocco se miraron mutuamente.
—Como la construcción que vimos bajo el cable —dijo Cirocco, hablando sólo con Gaby. Pero la frase iba dirigida a Gene.
—¿Quién construye edificios con habitaciones que no tienen entrada ni salida? —preguntó Gaby.
—El nautilo lo hace —dijo Gene.
—¿Cómo?
—El nautilo. Elabora su concha en espiral. Cuando la concha se hace demasiado pequeña, el molusco se mueve hacia arriba y cierra parte de la cubierta que deja atrás. Si lo cortas por la mitad es muy bonito. Se parece mucho a la construcción que habéis visto: habitaciones pequeñas abajo, habitaciones grandes arriba.
—Pero parece que todas estas salas tuvieran el mismo tamaño —dijo Cirocco, extrañada.
—La diferencia no es grande —Gene negó con un gesto de cabeza—. Esta sala es un poco más alta que la que hay allí. Habrá habitaciones más pequeñas en otra parte. Estos seres construyen hacia los lados.
Imaginaron que las criaturas que construyeron el castillo de vidrio tenían que ser algo que actuara como el coral marino. La colonia abandonaba hogares cuando los superaba en tamaño, confiando en los restos. El castillo llegaba a elevarse sobre diez o más niveles. La fuerza estructural no provenía de los muros, finos como un tejido, sino de los intersticios que formaban los bordes. Eran como barras transparentes de lucita, gruesas como la muñeca de Cirocco, muy duras o resistentes. Si todas las paredes del castillo se hubieran derrumbado, el perfil permanecería, igual que el esqueleto de un rascacielos.
—Sea quien fuere el constructor, no ha sido el último en usar el castillo —sugirió Gaby—. Alguien entró aquí e hizo un montón de modificaciones, a menos que estas criaturas fueran mucho menos complejas de lo que hemos supuesto. Pero todo el mundo se fue hace mucho tiempo, al parecer…
Cirocco hizo esfuerzos por no desilusionarse, pero el intento no le hizo ningún bien. Era una ciudad abandonada. Todavía estaban lejos de la cumbre y daba la impresión de que tendrían que escalar hasta el último metro.
—No te enfades.
—¿Qué ocurre? —Cirocco se despertó poco a poco. Costaba creer que hubieran pasado ya ocho horas, pensó.
Pero ¿cómo lo sabía Gene? Ella tenía el reloj.
—No lo mires —las palabras fueron pronunciadas en el mismo tono apacible, pero Cirocco se quedó paralizada con el brazo a medio levantar. Vio el rostro de Gene, color naranja a la luz de la mortecina hoguera. El hombre estaba arrodillado sobre ella.
—¿Por qué…? ¿De qué se trata, Gene? ¿Algo va mal?
—No te enfades, eso es todo. No quería hacerle daño, pero no podía permitir que ella me observara, ¿no te parece?
—¿Gaby?
Cirocco empezó a levantarse y Gene hizo que viera el cuchillo. Con la intensificada conciencia del momento, Cirocco vio varias cosas: Gene estaba desnudo; Gaby yacía de espaldas, desnuda, y al parecer, no respiraba; Gene tenía una erección. Había sangre en las manos del hombre. Los sentidos de Cirocco se agudizaron al máximo. Escuchó la respiración uniforme de Gene, olió sangre y violencia.
—No te enfades —dijo Gene, en tono moderado—. No quería hacerlo así, pero tú me has forzado…
—Sólo dije que…
—Estás enfadada, lo sé —Gene suspiró ante la incorrección de todo el asunto y mostró un segundo cuchillo, el de Gaby, en su mano izquierda—. Si piensas en ello, tendrás que culparte tú misma. ¿De qué crees que estoy hecho? Sois mujeres. ¿Es que vuestras madres os dijeron que fuerais autosuficientes? ¿Es eso?
Cirocco trató de pensar una respuesta segura, pero era obvio que Gene no deseaba respuesta. El hombre se acerco más y puso la punta de un cuchillo bajo el mentón de Cirocco. Rocky retrocedió; el filo mordió la blanda carne. El arma era más fría que los ojos de Gene.
—No entiendo por qué haces esto.
Gene vaciló. El segundo cuchillo había estado moviéndose en dirección al vientre de Cirocco; Gene se detuvo con el arma justo fuera de la visión de la mujer. Cirocco se mojó los labios y deseó poder volver a ver el cuchillo.
—Es una buena pregunta. Siempre he pensado en ello. ¿Qué hombre no lo hace? —Gene examinó los ojos de Cirocco en busca de comprensión y aparentó desolación al no encontrarla—. ¡Ah!, ¿y para qué? Tú eres mujer.
—Compruébalo —el cuchillo se movió de nuevo. Cirocco lo sintió apretado contra la parte interna de su muslo. Brotó sudor de su frente—. No tienes que hacerlo así. Aparta el cuchillo y te daré cualquier cosa que quieras.
—Ah-ah —otra vez el cuchillo, meneándose de un lado a otro como el dedo reprensivo de una madre—. No soy un estúpido. Sé cómo actuáis vosotras las mujeres.
—Te lo juro. No ha de ser de esta forma.
—Tiene que serlo. He matado a Gaby y tú no lo olvidarás. Nunca fue correcto, ¿sabes? Siempre estáis provocándonos. Nosotros siempre calientes y vosotras siempre diciendo no —se expresaba despectivamente, pero la expresión desapareció con rapidez para ser reemplazada una vez más por la tranquilidad. A Cirocco le había gustado más el desprecio—. Sólo estoy arreglando las cosas. Cuando me dejasteis allí solo en la oscuridad decidí hacer lo que me apeteciera. He hecho amigos en Rea. No te van a gustar demasiado. Soy el capitán a partir de ahora, como debería haber sido desde el principio. Harás lo que yo diga. Ahora no hagas ninguna tontería.
Cirocco contuvo la respiración cuando el afilado cuchillo rasgó su ropa interior. Creyó saber para qué usaría el cuchillo Gene, y se preguntó si no sería mejor ser tonta y morir que estar viva y mutilada. Pero en cuanto la ropa estuvo cortada, Gene no hizo más cortes. La atención de Cirocco volvió al cuchillo que tenía bajo el mentón.
Gene penetró en ella. Cirocco volvió la cabeza y la punta del cuchillo la siguió. Dolía mucho, pero eso no importaba. Lo importante era la crispadura de la mejilla de Gaby, el rastro que su mano había dejado en el polvo mientras se acercaba al hacha, su ojo semiabierto y el destello en él.
Cirocco miró a Gene y no tuvo problemas para poner miedo en su voz.
—¡No! ¡Oh, por favor, no, no estoy preparada! ¡Me vas a matar!
—Estás preparada cuando yo digo que lo estás —Gene bajó la cabeza y Cirocco se atrevió a echar un vistazo a Gaby, que pareció comprender. Su ojo se cerró.
Todo sucedía a mucha distancia. Cirocco no tenía cuerpo; era el cuerpo de otra persona el que dolía tan espantosamente. Sólo la punta del cuchillo en su mentón tenía significado, hasta que Gene empezó a cansarse.
¿Cuál será el precio del fracaso de Gene?, se preguntó. Perfecto. Entonces Gene no puede fracasar. Ha de llegar el momento en que su atención vacile, pero ella tenía que asegurarse de que ese momento realmente llegara. Y empezó a moverse bajo el hombre. Fue lo más desagradable que había hecho en su vida.
—Ahora vemos la verdad —dijo Gene, con una sonrisa soñadora.
—No hables, Gene.
—Muy bien. ¿Ves como es mejor si no te opones?