¿Era su imaginación, o su piel no estaba tan tensa bajo el cuchillo? ¿Había retrocedido el cuchillo? Cirocco saboreó el pensamiento, con cuidado de no engañarse, y se afirmó en la certeza. Había adquirido una sensibilidad exquisita. El ligero alivio de presión era como el levantamiento de un peso enorme. Gene tendría que cerrar los ojos. ¿Acaso los hombres no cierran siempre los ojos?
Gene los cerró y Cirocco estuvo a punto de actuar, pero el hombre volvió a abrirlos rápidamente. Me está probando, maldición. Pero Gene no vio engaño. Cirocco era por lo general una actriz mala, pero el cuchillo le había dado inspiración.
La espalda de Gene se encorvó. Los ojos se cerraron. La presión del cuchillo desapareció.
Nada salió bien.
Cirocco movió rápidamente el brazo en una dirección, giró la cabeza en sentido contrario; el cuchillo cortó su mejilla. Tiró un puñetazo hacia la garganta del hombre con la intención de machacarla, pero Gene se apartó lo suficiente. La capitana se retorció, pateó, sintió el cuchillo que tajaba su paletilla. Entonces se encontró de pie…
…pero no corriendo. Sus pies no tocaron el suelo durante unos instantes de agonía mientras esperaba la cuchillada.
No hubo cuchillada y Cirocco, apenas apoyada en un dedo del pie, brincó de nuevo y se alejó de Gene. Miró por encima del hombro mientras se hallaba en el aire y comprendió que su patada había sido más fuerte de lo que imaginara. El golpe había alzado del suelo a Gene y sólo en aquel momento volvía a tocarlo. Gaby seguía en el aire. La adrenalina estaba haciendo que los músculos terráqueos se comportaran alocadamente en baja gravedad.
La caza podía durar una eternidad, pero aceleró con gran rapidez.
Cirocco no quería que Gene supiera que Gaby estaba detrás de él. Gene jamás habría perseguido tan obstinadamente a Cirocco de haber visto la cara de Gaby.
Habían acampado en la plaza central del castillo, una zona plana que los constructores no habían subdividido. La hoguera se encontraba a veinte metros de la primera galería de salas. Cirocco todavía estaba acelerando cuando topó con la primera pared. No frenó el avance en momento alguno y aplastó una docena de muros antes de alzar los brazos para asir una de las vigas. Dio un giro de noventa grados y ascendió, dando tumbos a través de tres techos antes de pararse en el aire. Escuchó ruidos de cosas rotas mientras Gene avanzaba a trompicones. sin comprender la maniobra.
Cirocco apoyó los pies en una viga y volvió a subir. Ascendió acompañada de una nube de fragmentos de vidrio, retorciéndose y recuperando un movimiento ensoñadoramente lento. Brincó de lado y atravesó tres paredes antes de pararse. Se abrió paso a la izquierda, subió otro piso, continuó y bajó otros dos.
Se detuvo a escuchar, agazapada junto a una viga.
Había un lejano retintín de vidrio que se rompía. Todo estaba oscuro. Cirocco se hallaba en medio de un laberinto de cámaras que se extendía hasta el infinito en todas direcciones: hacia arriba, hacia abajo y hacia los lados. No sabía dónde estaba, pero tampoco lo sabía Gene, y Cirocco quería que fuera así.
Los ruidos de vidrio roto se hicieron más audibles y Cirocco vio que Gene atravesaba la sala que estaba a su izquierda, flotando hacia arriba. La mujer se movió a la derecha y hacia abajo cogiéndose de una viga dos pisos más cerca del suelo y desviando su impulso de nuevo a la derecha. Se detuvo, los pies descalzos en otra viga. A su alrededor, vidrios rotos caían y se posaban lentamente.
Cirocco no habría sabido que tenía a Gene tan cerca si la lluvia de vidrios no lo hubiera precedido. Gene había estado caminando a lo largo de las vigas, pero el peso de su pie apoyado fue demasiado para una hoja intacta que ya soportaba los restos dejados por Cirocco al pasar. La hoja se hizo añicos y el vidrio cayó como copos de nieve. Cirocco giró en torno a la viga y se lanzó hacia abajo impulsándose con los pies.
La caída fue dura. Cirocco se volvió, aturdida, y vio que Gene aterrizaba de pie, tal como habría hecho ella si hubiera tenido un maldito mínimo de lógica en la cuenta de los pisos. Recordó haber pensado en eso mientras tenía a Gene, de pie a su lado. Luego vio el hacha que golpeaba al hombre, y perdió el conocimiento.
Recobró el conocimiento de repente, chillando, cosa que antes nunca había hecho. No sabía dónde se encontraba, pero había estado otra vez en la panza de la bestia, y no a solas. Gene estaba allí, explicando tranquilamente por qué pretendía violarla.
La había violado. Dejó de chillar.
No estaba en el castillo de vidrio. Había una cuerda en torno a su cintura. El terreno descendía frente a ella. Mucho más abajo se hallaba el oscuro mar plateado de Rea.
Gaby estaba a su lado, aunque muy ocupada. Tenía dos cuerdas en su cintura. Una de ellas subía la pendiente hasta el mismo árbol al que estaba atada Cirocco. La otra pendía rígidamente en la oscuridad. Las lágrimas habían abierto un canal en la sangre seca del rostro de Gaby. Estaba empleando un cuchillo para cortar una de las cuerdas.
—¿Eso que hay ahí es la mochila de Gene, Gaby?
—Sí. El no la necesitará. ¿Cómo te encuentras?
—No muy bien. Sube a Gene, Gaby.
Gaby levantó la mirada, boquiabierta.
—No quiero perder la cuerda.
El rostro de Gene era una ruina sangrienta. Un ojo estaba cerrado por la hinchazón, el otro era meramente una rendija. Su nariz estaba partida y le faltaban tres dientes delante.
—Vaya caída —observó Cirocco.
—No es nada, comparado con lo que yo tenía en mente.
—Abre su mochila y venda esa oreja. Todavía está perdiendo sangre.
Gaby estaba a punto de estallar, pero Cirocco hizo que desistiera con una firme mirada.
—No pienso matarlo, así que no lo sugieras.
La oreja de Gene había sido arrancada por el golpe de hacha de Gaby; un acto maquinal e instintivo de parte de ella, que sólo pretendió plantar el hacha en una sien. Pero el instrumento había girado en el aire y dado un golpe indirecto a Gene, tan fuerte como para dejarlo sin conocimiento. Gene gemía mientras Gaby lo vendaba.
Cirocco empezó a revisar la mochila de Gene y a sacar las cosas que les serían útiles. Se quedó con las provisiones y las armas, arrojó a un lado todo lo demás.
—Si lo dejamos con vida, nos seguirá. Ya lo sabes…
—Quizás, y podría arreglármelas muy bien si no lo hace. Lo mejor es que salte por el borde.
—Entonces, ¿por qué cuernos estoy…?
—Con el paracaídas. Desátale las piernas.
Ajustó el equipo en torno a su entrepierna. Gene gimió de nuevo, y Cirocco apartó la vista de lo que Gaby había hecho allí al hombre.
—Creyó que me había matado —estaba diciendo Gaby, atando el último nudo de los vendajes—. Quería hacerlo, pero yo volví la cabeza.
—¿Es grave?
—No es una herida profunda, pero sangra mucho. Me quedé aturdida y es una suerte que yo hubiera estado tan débil, de no poder moverme después de lo que él… Después de que… —su nariz rezumaba, la enjugó con el dorso de su mano—. Perdí el conocimiento casi al momento. Lo siguiente que recuerdo es que Gene estaba inclinado encima de ti.
—Me alegro de que despertaras entonces. Me hice un lío con la fuga. Y gracias por haber salvado otra vez mi trasero.
Gaby la miró con aire desolado, y Cirocco lamentó inmediatamente las palabras que había escogido. Daba la sensación de que Gaby se sentía personalmente responsable de lo ocurrido. No es fácil quedarse inmóvil mientras están violando a quien amas, pensó Cirocco.
—¿Por qué lo dejas seguir con vida?
Cirocco bajó los ojos para mirar a Gene, y tuvo que reprimir una repentina y ardiente rabia hasta que hubo recuperado el control.