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—Haré que el computador se encargue de eso —dijo Gaby.

Calvin empezó a recoger su equipo.

—Tan disgustadoramente saludable como siempre —dijo—. Nunca me dais una oportunidad… Si no pongo a prueba ese hospital de cinco millones de dólares, ¿cómo les haré creer que han invertido bien su dinero?

—Si quieres, hacemos que alguien se rompa un brazo y… —sugirió Cirocco.

—¡Bah! Yo ya hice eso, en la escuela de medicina.

—¿Romper un brazo, o curarlo?

Calvin rió.

—Apéndice. Ahora hay algo que me gustaría probar. Apenas consigues ya apéndices reventados.

—¿Pretendes decir que nunca has extirpado un apéndice? ¿Qué os enseñan en las escuelas de medicina en estos tiempos?

—Que si aprendes bien la teoría, los dedos la seguirán. Somos demasiado intelectuales para mancharnos las manos —rió de nuevo.

Cirocco sintió que las delgadas paredes de su habitación temblaban.

—Ojalá supiera cuando es serio —dijo Gaby.

—¿Quieres seriedad? —preguntó Calvin—. Aquí hay algo en que quizá no hayas pensado nunca. Cirugía opcional. Amigas mías…, tenéis a uno de los mejores cirujanos —hizo una pausa para dejar que los rudos ruidos se extinguieran—. Uno de los mejores cirujanos que existe. ¿Alguien se aprovecha de ello? No mucho. Una operación de nariz te cuesta ahora, siete, ocho mil dólares en casa. Aquí la conseguís con el seguro médico.

Cirocco se irguió dignamente y le dedicó una gélida mirada.

—¿No estarás hablando de mi, verdad?

Calvin extendió un pulgar y miró desde detrás la cara de Cirocco, bizqueando.

—Claro que hay otros tipos de cirugía opcional. Soy bastante bueno en todos ellos. Era mi hobby.

Calvin movió hacia abajo el pulgar. Cirocco le lanzó una patada y el médico la esquivó agachándose y saliendo por la puerta.

Cirocco estaba sonriendo cuando se sentó. Gaby seguía allí, la fotografía apretada bajo un brazo. Se acomodó en la banqueta plegable junto a la litera.

Cirocco alzó una ceja.

—¿Había alguna otra cosa?

Gaby apartó la mirada. Abrió la boca para decir algo, no logró pronunciar un solo sonido y a continuación palmeó su muslo desnudo.

—No, creo que no hay nada —empezó a levantarse, pero no lo hizo.

Cirocco la miró pensativamente, luego se puso en pie y desconectó el sonido de la televisión.

—¿Sirve esto de alguna ayuda?

—Quizá —Gaby se encogió de hombros—. Yo misma te habría pedido que la desconectaras, si es que hubiera podido empezar a hablar. Creo que no tiene nada que ver con mi trabajo.

—Pero pensaste que debías decir algo —Cirocco aguardó.

—Sí, está bien. Cómo llevar esta nave es tu trabajo. Quiero que sepas que lo comprendo.

—Adelante. Puedo aceptar críticas.

—Has estado durmiendo con Bill.

Cirocco rió suavemente.

—Nunca duermo con él. La cama es demasiado pequeña. Pero… vamos, capto la idea.

Cirocco había confiado en que la otra se sintiera cómoda, pero obviamente la cosa no había dado resultado. Gaby se puso en pie y caminó lentamente, aun cuando sólo podía dar cuatro pasos antes de llegar a la pared.

—Capitana, el sexo no es nada importante para mí —hizo un gesto de indiferencia—. No odio la sexualidad, pero tampoco estoy tan loca por ella. Si no tengo relaciones por un día o un año, ni siquiera lo noto. Pero la mayoría de la gente no es así. Especialmente los hombres.

—Tampoco yo soy así.

—Lo sé. Por eso me preguntaba cómo tú… Simplemente cuáles son tus sentimientos hacia Bill.

Fue el turno de Cirocco para ponerse a andar. Una cosa todavía menos satisfactoria para ella, puesto que era más grande que Gaby y sólo podía dar tres pasos.

—Gaby, la interacción humana en ambientes confinados es un campo bien investigado. Han probado naves con sólo varones. Incluso una vez con sólo hembras. Han probado con tripulantes que estuvieran todos casados o todos solteros. Han tenido reglas de restricción absoluta y también de absoluta liberalidad. Ninguna de las pruebas salió bien. Los tripulantes se irritan unos a otros y acaban teniendo relaciones sexuales. Por eso no digo a nadie qué debe hacer en privado.

—No intento decir que tú…

—Un momento. He dicho todo eso para que sepas que no soy inconsciente de los problemas potenciales. Estoy dispuesta a escuchar problemas específicos.

Aguardó.

—Es Gene —Hijo Gaby—. Lo he estado haciendo con Gene y con Calvin. Como ya he dicho, no es nada importante para mí. Sé que Calvin está loco por mí. Estoy acostumbrada a eso. En casa me limitaría a calmarle. Aquí, le hago un favor para mantenerle contento. En cualquier caso me importa muy poco.

“Pero follo con Gene porque él… tiene esta… Esta presión, ¿sabes? —sus manos se habían contraído en puños, que luego abrió. Miró a Cirocco en busca de comprensión.

—He tenido cierta experiencia con eso, sí —Cirocco mantuvo tranquila su voz.

—Bien, él no te satisface. Gene me lo ha dicho. Es algo que le incomoda. Ese tipo de intensidad me asusta, quizá porque no lo comprendo. He estado viéndole para tratar de aliviar su tensión.

Cirocco frunció los labios.

—A ver si te entiendo. ¿Me pides que te lo quite de encima?

—No, no. No te estoy pidiendo nada. Ya te lo dije, sólo te pongo en conocimiento del problema si es que no lo conocías ya. Lo que hagas al respecto es cosa tuya.

—Perfecto —Cirocco asintió—. Me alegra que me lo hayas dicho. Pero Gene tendrá que vivir así. Es estable, bien adaptado, una personalidad algo dominante, pero se controla bien, o de lo contrario no estaría aquí.

—Lo que tú digas.

—Una cosa más. No es parte de tus obligaciones mantener sexualmente satisfecha a ninguna persona. Toda preocupación que sientas al respecto es por tu culpa.

—Lo comprendo.

—Así debe ser. Me disgustaría pensar que tú creías que lo esperaba de ti. O que tú lo esperabas de mí —escudriñó los ojos de la otra mujer hasta que Gaby apartó la vista, después extendió un brazo y le dio una palmadita en la rodilla—. Además, el asunto se resolverá por sí solo. Todos vamos a estar demasiado atareados para pensar mucho en follar.

CAPITULO 3

Desde un punto de vista balístico, Temis era una pesadilla.

Nadie había intentado jamás orbitar un cuerpo toroide. Temis tenía mil trescientos kilómetros de largo y sólo doscientos cincuenta kilómetros de ancho. El toro era plano por fuera y tenía ciento setenta y cinco kilómetros de la parte superior a la inferior. La densidad variaba de manera radical, apoyando la idea de que estaba formado por un espeso suelo a lo largo de la parte exterior, una atmósfera en torno al suelo de referencia y una diminuta bóveda que se arqueaba por encima, que mantenía el aire en el interior.

A continuación se hallaban los seis radios, cuatrocientos veinte kilómetros de altura. Su corte transversal era elíptico, con ejes mayores y menores de cien y cincuenta kilómetros respectivamente, excepto cerca de la base, donde se ensanchaban para unirse al toro. En el centro se encontraba el cubo, más grueso que los radios: ciento sesenta kilómetros de diámetro, con un agujero de cien kilómetros en medio.

Intentar arreglárselas con un cuerpo así era equivalente a un colapso nervioso para el computador de la nave, y para Bill, que debía hacer un modelo creíble para el computador.

La órbita más fácil habría sido en el plano ecuatorial de Saturno, permitiéndoles usar la velocidad que ya tenían. Pero eso no era posible. Temis estaba orientado con su eje de rotación paralelo al plano ecuatorial. Puesto que el eje pasaba por el agujero del centro de Temis, cualquier órbita ecuatorial respecto a Saturno que Cirocco pudiera imaginar, haría que la Ringmaster cruzara zonas de atracción gravitatoria alocadamente fluctuante. La única posibilidad viable era una órbita en el plano ecuatorial de Temis, y una órbita tal sería costosa en términos de momento angular. Tenía la sola ventaja de ser estable, una vez lograda.