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—Un poco más adentro —gritó Cirocco a Gaby, que tenía la misión de explorar la ruta al final de una atadura de cinco metros—. Yo diría que dos tercios del trecho hasta arriba del árbol es lo perfecto.

—Adentro, arriba —dijo Gaby—. Creo que estás confundiendo tus instrucciones.

—Las bases de los árboles están adentro, junto a la pared. Las copas están fuera, en el aire. Es muy sencillo.

—De acuerdo.

Tras trepar entre diez árboles las dos se abrieron paso hasta la copa del último.

Cuando las ramas que pisaban empezaron a doblarse, ataron una cuerda a otra más fuerte. La flexión actuó entonces a favor de ellas, pues abrió una ventana en un muro de follaje que de otro modo hubiera sido impenetrable. Habían elegido un árbol que, en un bosque horizontal, habría descollado entre sus vecinos. Pero allí, en el radio, tenía que contentarse con una más amplia extensión sobre la pared.

—Tenías razón. Ha desaparecido.

—No, no tenía razón. Pero habrá desaparecido en un momento.

Cirocco vio lo que quedaba del agujero. Era un diminuto óvalo negro en el suelo gris, y se contraía como el iris de un ojo. Desde abajo, la única ocasión que pudieron verlo bien, aquel boquete les había parecido casi tan ancho como el mismo radio. Pero en ese momento tenía menos de diez kilómetros de diámetro y seguía cerrándose. Pronto habría de cerrarse totalmente en torno a los cables verticales que emergían de su centro.

—¿Alguna idea? —preguntó Gaby—. ¿De qué le servirá cerrarse para separar el radio del borde?

—No tengo la menor idea. Supongo que alguna vez volverá a abrirse… Los ángeles salen por ahí, lo atraviesan con regularidad, de modo que… —hizo una pausa y después sonrió—. Es la respiración de Gea.

—¿Cómo?

—Es lo que las titánidas llaman viento del este. Océano aporta tiempo frío y el Lamento, y Rea aporta aire caliente y ángeles. Así pues, tenemos un tubo de trescientos kilómetros de altura, con una válvula en cada extremo. Podría ser usado como bomba. Se podrían crear zonas de alta y baja presión y emplearlas para mover el aire.

—¿Cómo se haría…? —preguntó Gaby.

—Pienso en dos formas. Cierto tipo de pistón móvil para comprimir o enrarecer el aire. No veo ninguno, y confío en que no exista, válgame Dios, pues de lo contrario nos haría papilla.

—Si existiera, no habría hecho ningún bien a estos árboles.

—Exacto. Queda el otro método. Las paredes pueden expandirse o contraerse. Se cierra la válvula inferior y se abre la superior, el radio de expande y se atrae aire por arriba. Se cierra la válvula superior y se abre la inferior, entra en juego una gran contracción y se fuerza la salida del aire por el borde.

—¿De dónde procede el aire que entra por arriba?

—O es absorbido mediante los cables, cosa que no es muy descabellada, como ya hemos visto, o procede de los otros radios. Todos se conectan con la parte superior. Con alguna válvula más, es posible usar los radios uno en contra de otro. Al abrir y cerrar unas cuantas válvulas, consigues aire de Océano, mediante succión, a través del cubo de la rueda y hacia este radio. Luego abres y cierras otras válvulas y lo fuerzas a salir hacia Rea. Lo único que me queda por saber es para qué necesitaban los constructores todo esto.

Gaby estaba pensativa.

—Creo que puedo darte la respuesta. Es algo que me preocupaba. ¿Por qué todo el aire no se estanca en la base, abajo en el borde? El aire es menos denso aquí arriba, pero sigue siendo adecuado porque la presión en el borde es superior que la normal terráquea. Y en baja gravedad, la presión decrece con menos rapidez. La atmósfera de Marte no es nada, por ejemplo, pero se extiende muchísimo. Entonces, si mantienes el aire en circulación, no tiene tiempo para fijarse. Se puede mantener una adecuada presión atmosférica en toda Gea.

Cirocco asintió, después suspiró.

—Muy bien. Acabas de quitarte de encima la última objeción a la escalada. Tenemos comida y agua, o al menos da la impresión de que no faltará. Ahora parece como si también tuviéramos oxígeno. ¿Qué te parece si continuamos?

—¿Por qué no explorar el resto de la pared?

—¿Para qué? A lo mejor ya hemos pasado por lo que buscamos. No hay forma de comprobarlo.

—Supongo que tienes razón. Bueno, adelante.

* * *

La escalada fue un duro trabajo: tedioso, aunque les requería plena atención. Fueron mejorando conforme avanzaban. aunque Cirocco sabía que nunca les resultaría tan fácil como la subida del cable.

El único consuelo al final de las primeras diez horas de escalar fue el buen estado en que ambas se encontraron. Cirocco estaba cansada y tenía una ampolla en la palma izquierda, pero aparte de un ligero dolor de cabeza se sentía muy bien. Dormir vendría de perlas. Salieron a la copa de un árbol para mirar abajo antes de acampar.

—¿Será capaz tu sistema de medir una altura así?

Gaby frunció la frente y meneó la cabeza.

—No muy bien —extendió las manos, hizo un cuadrado con ellas y entornó los ojos—. Yo diría que… ¡Eeeep!

Cirocco la agarró por el brazo al tiempo que asió una rama que tenía encima de la cabeza para sostenerse.

—Gracias. Vaya caída que habría sido…

—Tenías la cuerda —observó Cirocco.

—Sí, pero de verdad que no deseo quedar colgada del extremo —recobró la respiración y después miró al suelo de nuevo—. ¿Qué puedo decir? Está muchísimo más lejos que antes, y el techo no está ni un metro más cerca. Así será por bastante tiempo.

—¿Tres kilómetros, digamos?

—Sí, si te parece…

Eso significaba cien días de escalada, suponiendo que no hubiera problemas. Cirocco gimió suavemente y miró otra vez, tratando de creer que había cinco kilómetros pero sospechando que la distancia real estaba más cerca de dos.

Dieron la vuelta y encontraron dos ramas casi paralelas a dos metros y medio una de otra. Colgaron las hamacas entre ellas, se sentaron en otra rama y comieron una cena fría de vegetales crudos y fruta antes de meterse en las hamacas y atarse a ellas.

Dos horas después empezó a llover.

Cirocco despertó con un goteo constante en su cara, movió la cabeza y dio una ojeada al reloj. Había más oscuridad que cuando se acostaron. Gaby roncaba con suavidad, a su lado, con el rostro apretado contra la red. Al despertar tendría tortícolis. Cirocco pensó en despertarla pero lo reconsideró; si podía dormir con la lluvia, tal vez estaría mejor así.

Antes de mover la hamaca, Cirocco se alejó hacia la copa del árbol. No vio nada más que una nebulosa pared de vapor y un aguacero invariable. Llovía mucho más fuerte hacia el centro. Lo único que les caía en el lugar del campamento era el agua que se amontonaba en las hojas externas y descendía por las ramas.

Cuando regresó, Gaby estaba despierta y el goteo había empeorado. Convinieron en que trasladar las hamacas no serviría de mucho. Sacaron una tienda y, después de arrancar varias costuras con los cuchillos, la convirtieron en un pabellón que ligaron sobre el campamento. Se secaron lo mejor que pudieron y volvieron a meterse en las húmedas hamacas. El calor y la humedad eran terribles, pero Cirocco estaba tan fatigada que no tardó en dormirse con el sonido del agua que golpeaba la lona.

* * *

Dos horas más tarde volvieron a despertar. Estaban temblando.