—Cómodo, ¿eh? —dijo Gaby, apartando de su cuello el codo de Cirocco.
—Lo siento. Oh, también siento esto. ¡Gaby, mi pie!
—Perdóname. Si te apretaras… Así está mejor, pero ojalá no te pongas de pie.
—¿Cómo? ¡Oh, caramba! —se echó a reír de repente. Estaba agachada con la espalda contra el techo y las rodillas dobladas mientras Gaby se apartaba hacia adentro y trataba de no molestar.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Me acordaba de una película antigua. Laurel y Hardy con bata de noche, intentando acostarse en una litera superior.
Gaby sonreía, aunque era obvio que no sabía de qué hablaba Rocky.
—Una litera superior… ¿Te imaginas? En un tren de largo recorrido… Olvídalo. Acabo de pensar que tendrían que haber probado con ropas árticas y un par de maletas en el interior. ¿Cómo quieres arreglar esto?
Echaron el resto de la nieve fuera de la diminuta cueva y apilaron las mochilas frente a la abertura para taparla. Al hacerlo, desapareció la poca luz que había pero el viento dejó de colarse y eso las conformó. Tras pugnar durante veinte minutos lograron tenderse una junto a otra. Cirocco apenas podía moverse, pero detalles como ése ya no le preocupaban con aquel bendito calorcillo.
—¿Crees que podremos dormir un poco ahora? —preguntó Gaby.
—Pues yo tengo muchas ganas. ¿Cómo van tus pies?
—Bien. Me pican, pero se están calentando.
—Los míos también. Buenas noches, Gaby —Cirocco vaciló sólo un momento, luego se inclinó y besó a su amiga.
—Te quiero, Rocky.
—Duérmete —le respondió Cirocco, sonriendo.
La siguiente vez que Cirocco despertó, el sudor formaba gotas en su frente. Su ropa estaba empapada. Alzó la cabeza, atontada, y advirtió que podía ver. Mientras se preguntaba si el tiempo habría cambiado apartó su mochila ligeramente, luego con más apremio, y entonces descubrió que la entrada de la cueva estaba cerrada.
Estuvo a punto de despertar a Gaby, pero se contuvo; antes, trata de salir, se dijo.
Era absurdo decir a Gaby que las habían comido vivas de nuevo, a menos que fuera realmente cierto. Gaby no acogería bien la noticia; la idea de estar confinada en un espacio tan reducido —algo malo por sí mismo— fue aterrador cuando Cirocco pensó en Gaby y en su pánico contagioso.
Resultó que no había motivo de alarma. Mientras Cirocco exploraba la pared donde había estado el agujero, el muro empezó a moverse, irisándose hasta volverse tan amplio como antes. Había una clara ventana de hielo con luz tenue detrás. Rocky la golpeó con el puño enguantado y el hielo se rompió. Aire glacial entró al instante, y Cirocco se apresuró a bloquear el boquete con la mochila.
Al cabo de unos minutos apartó la mochila. El agujero se había cerrado algunos centímetros.
Observó pensativamente el pequeño agujero en el intento de aclarar los hechos en su mente. Sólo cuando creyó entenderlo sacudió el hombro de Gaby.
—Despierta, chica. Es hora de que volvamos a hacer ajustes.
—¿Hmmm? —Gaby se despertó enseguida—. Caramba, esto es un horno.
—A eso me refiero. Tendremos que quitarnos algo de ropa. ¿Quieres ser la primera?
—Adelante. Procuraré no estorbarte.
—Bien. ¿Por qué hará tanto calor aquí dentro? ¿Has pensado en eso?
—Acabo de despertar, Rocky. Ten corazón.
—Bueno… Te lo explicaré. Toca las paredes —Cirocco realizó la complicada tarea de quitarse el abrigo mientras Gaby hacía el mismo descubrimiento que ella había hecho antes.
—Están calientes.
—Exacto. No pude explicarme esta pared desde el principio. Pensé que los árboles no estaban planeados, como los brotes del cable, pero esos árboles no podían crecer aquí, tal como yo lo veo, sin que la pared los nutriera. Intenté imaginar qué tipo de máquina sería capaz de hacerlo mejor y recurrí a un mecanismo bioquímico natural. Un animal, o vegetal, probablemente ajustado de un modo genético. Me resultaba difícil que algo así pudiera haber evolucionado en ningún momento razonable. Tiene trescientos kilómetros de altura, es hueco en el medio, y se adhiere a la pared auténtica.
—¿Y los árboles son parásitos? —Gaby se lo estaba tomando mejor de lo que Cirocco esperaba.
—Sólo en el sentido de que extraen alimento de otro animal. Pero no son parásitos genuinos, porque así fue planeado. Los constructores idearon este animal inmenso como hábitat de los árboles, y los árboles, a su vez, ofrecieron hábitats para animales más pequeños, y tal vez para los ángeles.
Gaby meditó en ello y miró fijamente a Cirocco.
—Muy parecidos a los grandiosos animales que suponemos viven bajo el borde —dijo en voz baja.
—Sí, algo así —Cirocco vigilaba a Gaby en busca de indicios de pánico, pero ni siquiera detectó que respirara con dificultad—. ¿Te… eh, te preocupa eso?
—¿Te refieres a mi famosa fobia?
Cirocco extendió el brazo por detrás de la mochila e hizo que la entrada se abriera de nuevo, luego apartó la mochila y dejó que Gaby contemplara la acción. El agujero empezó a cerrarse lentamente.
—Descubrí esto antes de despertarte. Mira, se está cerrando, pero se abrirá otra vez si le haces cosquillas. No estamos atrapadas, y esto no es un estómago o algo…
Gaby le tocó la mano, sonriendo débilmente.
—Aprecio tu preocupación.
—Bueno, no pretendía confundirte, yo sólo…
—Has hecho lo correcto. Si yo lo hubiera visto antes, tal vez todavía estaría chillando. Pero no soy claustrofóbica en esencia. Tengo una nueva fobia que quizá sea muy personal; miedo a que me coman viva. Pero, por favor, dime qué es esto si no es un estómago… Necesito una explicación muy convincente.
—No existe paralelo con ninguna criatura que conozca —se había quedado con la última capa de ropa, y decidió detenerse en ese punto—. Esto es un refugio —añadió, esforzándose por encogerse al ver que Gaby empezaba a desnudarse—. Precisamente lo estamos usando como taclass="underline" un lugar para guarecernos del frío. Juraría que los ángeles habitan en cuevas como ésta. Y quizás otros animales. Es posible que la criatura obtenga algo de ello. Tal vez los excrementos la fertilizan.
—Hablando de excrementos…
—Sí, tengo el mismo problema. Tendremos que usar un tarro de comida vacío o algo así.
—¡Dios! Ya huelo como un camello. Este lugar será muy agradable si el tiempo no mejora pronto.
—No es tan malo. Yo huelo peor.
—Muy diplomático de tu parte —Gaby había llegado a su ropa interior, tan llamativamente confeccionada—. Querida mía, vamos a estar viviendo juntas durante un tiempo, maldición. Así que el recato no sirve de nada. Si te has dejado esa ropa debido a…
—No, de verdad que no —dijo Cirocco, con excesiva prontitud.
—…debido a que temes excitarme, piénsalo mejor. De todas formas, es como si no estuviera. Espero que no te importe que me saque esto y le dé una oportunidad de secarse —así lo hizo, sin esperar permiso, y después se tendió junto a Cirocco.
—Puede que eso fuera una parte —admitió Cirocco—. La otra razón, la mayor, casi me sonroja. Tengo la regla.
—Así lo pensaba. No te dije nada por cortesía.
—Qué diplomática eres.
Las dos se echaron a reír, aunque Cirocco sintió que la sangre subía a sus mejillas. Algo infinitamente embarazoso. Estaba acostumbrada a la melindrosa rutina a bordo de la nave. Estar desarreglada y no ser capaz de hacer nada al respecto la consternaba. Gaby sugirió que Cirocco usara una venda del botiquín, aunque sólo fuera por comodidad personal. Cirocco se dejó convencer, feliz porque la idea hubiera partido de Gaby. Ella no habría usado material médico con un fin así sin la aprobación de Gaby.