Estuvieron en silencio algún rato, con Cirocco desagradablemente consciente de la cercanía de Gaby, aunque convencida de que tenía que acostumbrarse. Tal vez tuvieran que pasar días en el refugio.
Gaby no parecía molesta en absoluto, y Cirocco no tardó en abandonar la aguda percepción del cuerpo de la otra mujer. Tras una hora de intentar dormir, empezó a sentirse aburrida por todo.
—¿Estás despierta?
—Siempre ronco cuando estoy despierta —Gaby suspiró y se sentó—. Caramba, tendré que estar mucho más dormida antes de meterme en el saco contigo tan cerca. Eres tan cálida, tan blanda…
Cirocco hizo caso omiso.
—¿Sabes algún juego para pasar el rato?
Gaby se puso de costado, encarada a Cirocco.
—Soy capaz de pensar cosas muy buenas.
—¿Sabes jugar al ajedrez?
—Temía que dijeras eso. ¿Quieres blancas o negras?
El hielo se formaba en la entrada con la misma rapidez con que lo rompían.
Al principio estuvieron preocupadas por el oxígeno, pero unos cuantos experimentos demostraron que siempre habría el aire adecuado aun con la abertura completamente cerrada. La única explicación era que la cápsula de supervivencia funcionaba como un vegetal, absorbiendo dióxido de carbono por las paredes internas.
Descubrieron un pezón en la parte trasera de la cueva. Cuando lo apretaron, exudó la misma sustancia lechosa que habían visto antes. La probaron, pero decidieron ceñirse a sus provisiones mientras les bastaran. Se trataba de la leche de Gea que Maestra Cantora había mencionado a Cirocco. Sin duda alguna alimentaba a los ángeles.
Lentamente las horas se volvieron días, las partidas de ajedrez en torneos. Gaby ganó la mayor parte. Intentaron nuevos juegos con palabras y números y también Gaby ganó la mayoría. Con todo lo que habían pasado juntas, con todas las cosas que las unían y todas las cosas que las separaban las reservas de Cirocco y el orgullo de Gaby, no hicieron el amor hasta el tercer día.
Sucedió durante una de las veces que ambas se limitaban a contemplar el techo apenas luminiscente, a escuchar el bramido del viento en el exterior. Estaban aburridas, demasiado llenas de energía y ligeramente afectadas por el prolongado encierro. Cirocco estaba devanando una interminable madeja de racionalizaciones en su cabeza: Razones Por Las Que Yo No Debo Relacionarme Íntimamente Con Gaby. Primera)…
No podía recordar Primera).
Había sido lógico durante dos días. ¿Por qué no ahora?
Estaba la situación; sin duda era eso lo que había afectado su raciocinio. No había llegado nunca a un contacto tan íntimo con otro ser humano. Durante tres días habían permanecido en constante contacto físico. Cirocco se despertaba en brazos de Gaby, húmeda y excitada. Y, peor aún, era inevitable que Gaby lo percibiera. Eran capaces de husmear los menores cambios en el talante de cada una.
Pero Gaby había dicho que no la deseaba, a menos que Cirocco correspondiera su amor.
¿No era cierto?
No. Cirocco lo pensó de nuevo y comprendió que lo único que había dicho Gaby que necesitaba era un entusiasmo sincero por parte de Cirocco; ella no aceptaría un acto sexual como terapia para mitigar su dolor.
Muy bien. Cirocco tenía el entusiasmo. Jamás lo había sentido con tanta fuerza. Se estaba conteniendo más que nada porque no era homosexual, era bisexual con una fuerte preferencia por el sexo masculino, y creía que no debía relacionarse con una mujer que la amaba a menos que sintiera que podía pasar más allá del primer contacto.
…cosa que debía ser calificada como la mayor tontería que Cirocco hubiera escuchado en toda su vida. Palabras, palabras, sólo palabras estúpidas. Escucha tu cuerpo, y escucha tu corazón.
Su cuerpo no tenía reservas ocultas, y su corazón sólo tenía una. Se volvió y se puso encima de Gaby. Se besaron, y Cirocco empezó a acariciarla.
—No puedo afirmar que te amo y ser honesta, porque no estoy segura de saber cómo es el amor a una mujer. Moriría defendiéndote, y tu bienestar es más importante para mí que el de cualquier otro ser humano. Nunca he tenido una amiga tan buena como tú. Si eso no basta, me pararé.
—No te pares.
—Cuando amé a un hombre, en cierta ocasión, quise tener un hijo suyo. Lo que siento por ti se acerca mucho a lo que sentí entonces, pero sin ese detalle. Te deseo… ¡Oh, te deseo tanto que ni siquiera puedo expresarlo! Pero no puedo asegurar que te ame.
Gaby sonrió.
—La vida está llena de desengaños —rodeó con los brazos a Cirocco y la atrajo hacia sí.
Durante cinco días el viento bramó en el exterior. El sexto, empezó el deshielo, y duró hasta el séptimo día.
Durante el deshielo era peligroso salir. Trozos de hielo caían desde arriba, formando un terrible alboroto. Cuando acabó el derretimiento, Cirocco y Gaby surgieron, parpadeando, a un mundo frío y radiante de agua que les cuchicheaba.
Se abrieron paso hasta la copa del árbol más cercano, oyendo que el cuchicheo se hacía más fuerte. Cuando las ramas más pequeñas empezaron a doblarse bajo el peso de las mujeres. éstas se introdujeron en una suave lluvia: grandes gotas que caían de hoja en hoja en un lento movimiento.
El aire del centro de la columna era claro, pero alrededor de las mujeres, tan lejos como les alcanzaba la visión, las paredes estaban envueltas en arco iris en tanto que el cielo fundido descendía entre el follaje hasta el nuevo lago del suelo del radio.
—¿Ahora, qué…? —preguntó Gaby.
—Adentro. Adentro y arriba. Hemos perdido mucho tiempo.
Gaby asintió.
—No me importa, ya lo sabes, mientras tú vayas. Pero…, ¿querrías decirme una vez más, por qué…?
Cirocco estuvo a punto de contestar que era una pregunta estúpida, pero comprendió que no lo era. Había admitido ante Gaby, durante el largo encarcelamiento, que había dejado de creer que encontrarían a alguien al mando en el cubo de la rueda. Ni ella misma sabía cuándo había dejado de creerlo.
—Hice una promesa a Maestra Cantora —dijo—. Y ahora ya no tengo más secretos para ti. Ninguno.
—Promesa…, ¿de qué? —Gaby arqueó las cejas.
—Comprobar si puedo hacer algo para detener la guerra entre titánidas y ángeles. No he dicho nada a nadie. No estoy segura del porqué.
—Comprendo. ¿Piensas que puedes hacer algo?
—No —Cirocco reparó en que Gaby, sin responderle, no le quitaba la mirada—. Tengo que hacer el intento. ¿Por qué me miras así?
—Por nada —Gaby se encogió de hombros—. Sentiré curiosidad por saber tus motivos después que encontremos a los ángeles. Seguiremos adelante, ¿no?
—Así lo creo. No sé por qué, pero me parece que es lo correcto.
CAPITULO 22
El mundo era una serie interminable de árboles que subir. Cada árbol era una variación del mismo problema; tan diferentes como copos de nieve, empero con una aturdidora identidad. La comunicación precisa para cruzarlos se ejecutaba con gestos de manos y gruñidos. Las dos mujeres se convirtieron en una perfecta máquina trepadora de árboles, un cuerpo moviéndose siempre hacia arriba. Escalaban doce horas seguidas. Cuando acampaban, dormían como un muerto.
Debajo de ellas, el suelo se abrió y un mar de agua cayó sobre Rea. El hueco siguió abierto algunas semanas, luego se cerró al abrirse el techo y los gélidos vientos soplaron una vez más y forzaron a las mujeres a refugiarse. Cinco días de oscuridad, y de nuevo estuvieron fuera, trepando.