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Habían pasado seis días desde el tercer invierno cuando vieron al primer ángel. Dejaron de subir y observaron que el ángel las contemplaba.

La criatura se hallaba cerca de la copa del árbol, confundida entre las ramas. Habían escuchado ángeles gimiendo con anterioridad, a veces precediendo el sonido del batir de alas gigantescas. Con todo, hasta aquel momento, el conocimiento que tenía Cirocco de los ángeles se limitaba a un instante petrificado cuando había visto uno atravesado por una lanza titánida.

El ángel era más pequeño que Gaby, con un pecho inmenso y brazos y piernas larguiruchos. Tenía garras en lugar de pies. Sus alas brotaban justo por encima de las caderas, de manera que volando estaría horizontal con la misma cantidad de peso a cada lado. Plegadas, llegaban por arriba de la cabeza con las puntas arrastrándose por debajo de las ramas donde se había posado. Las superficies de vuelo de sus piernas, brazos y trasero estaban casi recogidas.

Tras notar todas estas diferencias, Cirocco tuvo que admitir que el rasgo más sorprendente era su aspecto humano. Parecía un niño desnutrido, pero indudablemente un niño humano.

Gaby miró a Cirocco, que se encogió de hombros e hizo un gesto para que su compañera estuviera lista para todo. Cirocco dio un paso al frente.

El ángel chilló y brincó hacia atrás. Sus alas se desplegaron hasta alcanzar su máxima envergadura —unos nueve metros—, y el ángel se mantuvo en equilibrio, batiéndolas perezosamente lo suficiente para mantenerse sobre ramas que eran demasiado delgadas como para soportar su peso.

—Nos gustaría hablar contigo —Cirocco extendió las manos.

El ángel chilló de nuevo y desapareció. Escucharon el estruendo de las alas mientras el fugitivo ganaba altura.

Gaby miró a Cirocco, que alzó una ceja e hizo un gesto interrogativo con una mano.

—Bueno. Arriba.

* * *

—Capitana.

Cirocco se quedó inmóvil al instante. Delante, Gaby se detuvo al ponerse tensa la cuerda que la unía con Rocky.

—¿Qué?

—Silencio. Escucha.

Aguardaron, y al cabo de poco rato sonó de nuevo la llamada. Esta vez Gaby también la escuchó.

—No puede ser Gene —murmuró Gaby.

—¿Calvin?

En cuanto vieron la figura, reconocieron la voz. Estaba curiosamente cambiada, pero Cirocco la conocía.

—April.

—Justo —sonó la réplica, aunque Cirocco no había hablado muy fuerte—. ¿Hablamos?

—Claro que quiero hablar. ¿Dónde diablos estás?

—Abajo. Os veo. No retrocedáis.

—¿Por qué no? Caramba, April, llevamos meses esperando que aparecieras. August ha estado enloqueciendo —Cirocco estaba muy seria. Algo iba mal, y ella quería saber qué era.

—Yo me acercaré, o nada. Si os acercáis a mí. me iré volando.

* * *

April se posó en las ramas más pequeñas, a veinte metros de las otras mujeres. Aun a esa distancia Cirocco distinguió el rostro, exactamente igual que el de August. Ella era un ángel, y Cirocco se quedó pálida.

Daba la impresión de que April tenía problemas con el habla. Hacía largas pausas entre las frases.

—Por favor, no os acerquéis. No os mováis hacia mí. Podremos hablar así sólo un rato.

—No creerás que vamos a hacerte daño, ¿verdad?

—¿Y por qué no? —se interrumpió, retrocediendo—. Yo… No, supongo que no. Pero me es tan imposible dejar que os acerquéis como aguantar la mano en el fuego. Oléis muy mal.

—¿Tiene algo que ver con las titánidas?

—¿Conque?

—Los centauros. El pueblo con el que peleáis.

April emitió un silbido y se echó hacia atrás.

—No habléis de esa gente.

—No creo que pueda evitarlo.

—Entonces tengo que marcharme. Trataré de volver.

Con un grito agudo, April se zambulló entre las hojas. Escucharon sus alas un rato, y a continuación fue como si ella no hubiera estado nunca allí.

Cirocco miró a Gaby, sentada con los pies colgando. El semblante de la mujer era sombrío.

—Es espantoso —musitó Cirocco—. ¿Qué nos ha sucedido a todos?

—Confiaba en que ella nos diera algunas respuestas. No sé la causa, pero April ha sido la que recibió la peor parte. Peor que Gene.

* * *

April regresó algunas horas después, pero no respondió las preguntas más importantes. Al parecer ni siquiera había pensado en ellas.

—¿Cómo iba a saberlo? —dijo—. Me encontraba en la oscuridad, desperté y ya era como me veis. No importaba, y no importa ahora.

—¿Puedes explicarte?

—Soy feliz. Nadie me quería, ni a mí ni a mis hermanas. Nadie nos amaba. Bueno, ahora no me hace falta. Pertenezco al clan del águila, orgullosa y solitaria.

Un precavido interrogatorio puso en descubierto lo que significaba pertenecer al clan del águila. No se trataba de una tribu o asociación, tal como pareció desprenderse de las palabras de April; era más bien el sentimiento de pertenecer a la especie ángel.

Las Águilas eran insociables, solitarias desde el nacimiento a la muerte. No se reunían ni para aparearse, sólo toleraban verse unas a otras algunos minutos seguidos, y además sólo volando a una cómoda distancia. April se había enterado de la presencia de humanos en el radio gracias a una de esas conversaciones esporádicas.

—Hay dos cosas que no entiendo —dijo Cirocco, con mucho tacto—. ¿Puedo preguntar?

—No prometo responder.

—Muy bien. ¿Cómo es que hay más ángeles, si no os juntáis?

—Existe una criatura no sensible que nace en la parte inferior del mundo. Pasa su vida subiendo hasta aquí. Una vez al año yo encuentro una e implanto un huevo en su dorso. Los ángeles varones depositan esperma ahí, o no, depende de la suerte. Un huevo fecundado llega a la parte superior con la criatura. El infante nace y el huésped muere. Nacemos en el aire y debemos aprender a volar en el descenso. Algunos no aprenden. Es a voluntad de Gea. Esta es nuestra…

—Un momento. Has dicho Gea. ¿Por qué has elegido ese nombre?

Hubo una pausa.

—No comprendo la pregunta.

—No sé explicarlo mejor. Calvin llamó Gea a este lugar. Lo creyó adecuado. ¿También tú estás por la mitología griega?

—Nunca antes había oído el nombre. Gea es el nombre que la gente da a esta criatura. Es una especie de dios, aunque no exactamente. Estás haciendo que me duela la cabeza. Soy feliz tal como soy, y ahora debo marcharme.

—Espera, espera sólo un momento.

April estaba retrocediendo hacia la copa del árbol.

—Has dicho ‘criatura’. ¿Te refieres a la que está en el radio?

April se sorprendió.

—Oh, no. El radio es sólo una parte de Gea. Todo el mundo es Gea. Creí que lo sabías…

—No, yo… Espera, por favor, no te vayas.

Demasiado tarde. Escucharon el batir de las alas.

—¿Volverás más tarde? —gritó Cirocco.

—Una vez más —llegó la distante réplica.

* * *

—Un ser, dices. Todo es una criatura. ¿Cómo lo sabes?

Esta vez April volvió apenas una hora después. Cirocco esperaba que ella volviera a acostumbrarse a la compañía, pese a que April nunca se acercaba a menos de veinte metros.

—Créelo. Algunos de mi raza han hablado con ella.

—¿Es inteligente, entonces?

—¿Por qué no? Escucha… capitana —April se apretó las sienes un instante. Cirocco imaginaba el conflicto. April había sido uno de los mejores físicos del sistema. Ahora vivía como un feroz animal salvaje, de acuerdo con un código apenas comprensible para Cirocco. Rocky pensó que la antigua April estaba pugnando por salir de la criatura en que se había transformado—. Cirocco, afirmas que hablas con… con esos del borde —era lo máximo que podía aproximarse al concepto de titánidas sin echarse a volar—. Ellos te entienden. Calvin habla con los flotadores. Los cambios que Gea produjo en mí son más completos. Yo soy un miembro de mi raza. Me desperté sabiendo cómo comportarme entre los ángeles. Tengo los mismos sentimientos y tendencias que cualquier otro ángel. Esto es algo que sé. Gea es única. Gea vive. Nosotros vivimos dentro de ella.