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Gaby palidecía.

—Basta con que mires a tu alrededor —prosiguió April—. ¿Has visto algo que parezca una máquina? ¿Algo…? Fuimos apresados por una bestia viviente, tú postulas una criatura bajo el borde. El radio está lleno de un enorme ser viviente; tú afirmas que es un revestimiento de la estructura interna.

—Lo que dices es intrigante.

—Más que eso. Es verdad.

—Si lo acepto, no encontraré una sala de mando en el cubo.

—Pero estarás en el lugar que habita. Ella se acomoda como una araña y tira de cuerdas como una titiritera. Gea vigila a todas sus criaturas y os posee a vosotras dos como seguramente me posee a mí. Nos ha manipulado para sus fines personales.

—¿Y cuáles son esos fines?

April encogió los hombros, un gesto humano cuya observación hirió a Cirocco.

—Ella no me los explicó. Fui al cubo, pero Gea se negó a verme. Mi gente dice que hay que participar en una gran misión para ganar la atención de Gea. Al parecer mi misión no era demasiado grande…

—¿Y qué le habrías preguntado?

April guardó silencio mucho rato. Cirocco advirtió que estaba llorando. El ángel volvió a mirarlas.

—Me hacéis sufrir. Creo que ya no hablaré más con vosotras.

—Por favor, April. Por favor, por la amistad que tuvimos.

—¿Ah, sí? ¿De verdad hemos sido amigas? No lo recuerdo. Sólo recuerdo a August, y hace mucho tiempo, mis otras hermanas. Siempre hemos estado a solas todas juntas. Ahora estoy sola, sola.

—¿Echas de menos a tus hermanas?

—Lo hice —dijo, de un modo hueco—. Eso fue hace mucho tiempo. Yo vuelo, vuelo para estar sola. La soledad es el mundo del clan del águila. Sé que es correcto, aunque antes… antes, cuando todavía añoraba a mis hermanas…

Cirocco se quedó muy quieta, temerosa de asustar a April.

—Nos agrupamos sólo en un momento dado —dijo April, con un silencioso suspiro—. Cuando Gea respira, después del invierno, nos arroja hacia las tierras…

“Volé con el viento aquel día. Fue un día espléndido. Matamos mucho porque mi gente me escuchó y subimos al gran flotador. Los cuatropatas se sorprendieron porque la respiración había terminado. Unos cuantos ángeles nos quedamos en el flotador, cansados y hambrientos, pero con la avidez aún en nuestra sangre, todavía capaces de actuar juntos.

“Fue un día para cantar grandes canciones. Mi gente me siguió, ¡a mí!, hizo lo que yo dije, y supe en mi corazón que los cuatropatas pronto serán eliminados de Gea. Esto no fue más que la primera escaramuza de la nueva guerra.

“Luego vi a August y perdí la cabeza. Quise matarla, quise huir de ella, quise abrazarla y llorar juntas.

“Huí.

“Ahora temo la respiración de Gea, porque un día me llevará abajo a matar despiadadamente a mi hermana, y entonces moriré. Soy Ariel la Veloz, pero queda tanta April Polo en mí que no podría vivir con una cosa así.

Cirocco se conmovió, pero no pudo evitar excitarse. April hablaba como si ella fuera importante en la comunidad angélica. Sin duda alguna los ángeles le prestarían atención.

—Ocurre que estoy aquí arriba para lograr la paz —dijo.— ¡No te vayas! ¡Por favor, no te vayas!

April se estremeció, pero resistió.

—La paz es imposible.

—No puedo creerlo. Muchas titánidas están hartas en e! fondo, igual que tú.

April meneó la cabeza.

—¿Es que un cordero negocia con un león? ¿Un murciélago con un insecto, un pájaro con un gusano?

—Estás hablando de predadores y presas.

—Enemigos naturales. Está impreso en nuestros genes: matar a los cuatropatas. Yo…, como April, comprendo lo que piensas. La paz debería ser posible. Debemos volar distancias increíbles sólo para entrar en batalla. Muchos de nosotros no hacen el viaje de vuelta. La ascensión es muy dura y caemos al mar.

Cirocco sacudió la cabeza.

—Lo único que pienso es que si pudiera reunir algunos representantes…

—Te lo aseguro, es imposible. Somos águilas. Ni tan sólo podrías conseguir que actuáramos como grupo, mucho menos que nos reunamos con los cuatropatas. Hay otros clanes, algunos sociables, pero no habitan este radio. Quizá tengas suerte allí, pero lo dudo.

Las tres guardaron silencio un rato. Cirocco sintió el peso de la derrota y Gaby puso la mano en su hombro.

—¿Qué piensas? ¿Está diciendo la verdad?

—Sospecho que sí. Es parecido a lo que me explicó Maestra Cantora. No tienen control de eso —miró hacia arriba y se dirigió a April—. Has dicho que intentaste ver a Gea. ¿Por qué?

—Paz. Quería preguntar a Gea el porqué de la guerra. Soy bastante feliz, excepto por eso. Ella no escuchó mi llamada.

O ella no existe, pensó Cirocco.

—¿Irás a verla, a pesar de todo? —preguntó April.

—No lo sé. ¿Con qué fin? ¿Es que este ser sobrehumano detendría una guerra sólo porque yo lo pido?

—En la vida hay cosas peores que tener una búsqueda pendiente. Si te volvieras atrás ahora, ¿qué harías?

—Tampoco lo sé.

—Has recorrido un largo camino. Debes haber superado grandes dificultades. Mi gente opina que a Gea le gusta una buena narración, y que le complacen los grandes héroes. ¿Eres un héroe?

Cirocco pensó en Gene girando y cayendo en la oscuridad, en Flauta de Pan corriendo hacia su destino, en la locha abatiéndose sobre ella. Seguramente un héroe lo habría hecho mejor.

—Lo es —dijo Gaby de repente—. De todos nosotros, sólo Rocky se ha aferrado a su objetivo. Todavía estaríamos sentados en chozas de barro si ella no nos hubiera empujado. Siempre nos ha hecho ir hacia una meta. Tal vez no la alcancemos, pero cuando esa nave de rescate llegue, apuesto a que nos encontrarán intentándolo todavía.

Cirocco se sentía incómoda, aunque también extrañamente conmovida. Había estado debatiéndose contra una sensación de fracaso desde la captura; no hacía daño saber que alguien creyera que ella estaba obrando bien. Pero…, ¿una heroína? No. Sólo había cumplido con su deber. A duras penas.

—Creo que Gea se impresionará —dijo April—. Ve a verla. Quédate en su cubo y grita. No te humilles o supliques. Dile que tienes derecho a ciertas respuestas, por todos nosotros. Ella escuchará.

—Ven con nosotras, April.

La mujer-ángel retrocedió.

—Me llamo Ariel la Veloz. No voy con nadie y nadie me acompaña. Nunca volveremos a vernos.

Saltó una vez más y Cirocco supo que cumpliría su palabra.

Miró a Gaby, que volvió la vista hacia arriba con un leve crispamiento en los labios.

—¿Arriba?

—¿Por qué no, diantres? Hay algunas cosas que me gustaría preguntar.

CAPITULO 23

—No soy un héroe, ¿sabes?

—Claro que no, heroína.

Cirocco soltó una risita. Estaban acostadas en el último día de su decimocuarto invierno juntas, su octavo mes en el radio. Ahora sólo diez kilómetros las separaban del cubo de la rueda. Podrían hacerlo en un abrir y cerrar de ojos, en cuanto el deshielo empezara.

—Ni siquiera eso. Si hay una heroína aquí, tú has de serlo.

Gaby sacudió la cabeza.

—He ayudado. Es probable que esto te habría resultado mucho más duro si yo no hubiese estado aquí.