—Pero yo…
—¡Cántame! —atronó Gea.
Cirocco cantó. El relato le llevó varias horas porque, pese a que quiso resumirlo, Gea insistió en los detalles. Rocky fue entusiasmándose con la tarea. El lenguaje titanio se ajustaba bien; mientras mantuviera un modo declamatorio era imposible cantar una frase torpe. Al terminar, Cirocco se sintió orgullosa, y con algo más de confianza.
Gea dio la impresión de estar sopesando el relato. Cirocco se removió nerviosamente. Le dolían los pies, lo cual le probaba que es posible aburrirse de todo, pensó.
Por fin Gea habló de nuevo.
—Ha sido una buena narración —dijo—. Mejor que las que he escuchado en muchas eras. Eres verdaderamente heroica. Hablaré con vosotras dos en mis aposentos.
Con la última palabra, Gea desapareció. Sólo quedó una llama que fluctuó algunos minutos antes de extinguirse.
Gaby y Cirocco miraron a su alrededor. Se hallaban en una gran sala cubierta con una cúpula. Detrás, las escaleras, oscuras ahora, descendían hacia el sombrío interior del cubo de la rueda. Boquillas corroídas se alineaban junto a la escalera, humeando a intervalos, despidiendo los agudos sonidos de metal que se enfría.
El olor a goma quemada flotaba en el ambiente.
El suelo de mármol estaba agrietado y descolorido, cubierto con una película de polvo que mostraba claramente las huellas de las dos mujeres. El lugar parecía un destartalado teatro de la ópera cuando las luces se encienden y disipan la ilusión.
—He visto cosas absurdas desde que llegamos aquí —dijo Gaby—, pero esto se lleva la palma. ¿Dónde vamos ahora?
Cirocco señaló en silencio una puertecilla dispuesta en la pared izquierda. Estaba entreabierta y la luz brillaba a través de la rendija.
Cirocco abrió la puerta de un empujón, miró a su alrededor con una creciente sensación de reconocer el lugar, y entró.
Se adentraron en una enorme habitación con el techo a cuatro metros. El suelo estaba formado por rectángulos de vidrio blanco opaco. La luz penetraba desde abajo. Las paredes estaban adornadas con paneles de madera pintada de color beige y de ellas colgaban pinturas al óleo con marcos dorados. Los muebles eran estilo Luis XVI.
—Déjá vu, ¿eh? —dijo una voz desde el otro extremo de la sala. Se trataba de una mujer bajita, regordeta. que llevaba un vestido saco sin formas. Se parecía a Gea del mismo modo que una pastilla de jabón tallada puede parecerse a la Pietá de Miguel Ángel.
—Sentaos, sentaos —dijo Gea, jovialmente—. Aquí no hay cumplidos. Habéis visto el gran espectáculo. Aquí está la amarga realidad. ¿Puedo ofreceros algo de beber?
CAPITULO 24
Cirocco había desistido de tener opiniones.
—¿Sabes una cosa? —preguntó, sintiéndose algo más que aturdida—. Si alguien dijera ahora mismo que la Ringmaster jamás abandonó la órbita de la Tierra, que todo esto ha sido escenificado en un solar de Hollywood, no creo que yo me inmutara.
—Una reacción perfectamente natural —la tranquilizó Gea, que andaba como un pato por la habitación, sirviendo un vaso de vino para Gaby, un whisky doble con hielo para Cirocco, enderezando cuadros, limpiando el polvo de las mesas con el raído doblez de su vestido.
Gea era bajita y rechoncha, como un tonel. Su piel estaba curtida y morena. Tenía la nariz como una patata. Pero había arrugas en las comisuras de los ojos y en sus sensuales labios.
Cirocco trató de situar el rostro, ofreciendo algo que hacer a su mente mientras evitaba formular teorías de un modo deliberado. ¿W. C. Fields? No, sólo la nariz servía para ese papel. Luego lo encontró. Gea se parecía mucho a Charles Laughton en La vida privada de Enrique VIII.
Gaby y Cirocco se encontraban sentadas en los extremos de un sofá ligeramente desgastado. Gea dejó los vasos en la mesa junto a cada una de ellas, después cruzó la estancia, resoplando, para alzar su mole en un sillón de respaldo alto. Jadeó y entrelazó los dedos en su regazo.
—Preguntadme cualquier cosa —dijo, y se inclinó hacia adelante a la expectativa.
Cirocco y Gaby se miraron, la una a la otra, y después volvieron su observación a Gea. Se produjo un breve silencio.
—Hablas inglés —dijo Cirocco.
—Eso no es una pregunta.
—¿Cómo es que hablas inglés? ¿Dónde lo aprendiste?
—Veo televisión.
Cirocco sabía qué deseaba preguntar a continuación, pero ignoraba si debía hacerlo. ¿Y si esta criatura era el último sobreviviente de los constructores de Gea? Cirocco no había visto prueba alguna de que Gea fuera en realidad un solo organismo, como April había afirmado, pero era posible que esta persona creyera que era una diosa.
—¿Qué me dices de todo ese… espectáculo ahí fuera? —preguntó Gaby.
Gea le quitó importancia con un gesto.
—Todo hecho con espejos, querida. Puro truco —Gea miró su regazo y después pareció avergonzada—. Quería espantaros en caso de que no hubierais sido auténticos héroes. Dediqué a eso mis mejores artes. Pensé que a estas alturas sería más fácil que nos relacionáramos aquí. Ambiente confortable, comida y bebida… ¿Os gustaría comer algo? ¿Café? ¿Cocaína?
—No, yo… ¿Has dicho…?
—¿Has dicho café?
—¿…cocaína?
Cirocco recelaba, aunque se sentía más alerta y menos temerosa que desde que habían entrado en el cubo de la rueda. Se acomodó en el sofá y escudriñó los ojos de la criatura que se autodenominaba Gea.
—Espejos, has dicho. Entonces, ¿qué eres tú?
La sonrisa de Gea se agrandó.
—Al grano, ¿eh? Bien, me gusta la claridad —frunció los labios y dio la impresión de que consideraba la pregunta—. ¿Preguntas qué es esto, o qué soy yo? —colocó las manos justo encima de sus enormes senos y no aguardó una respuesta—. Soy tres tipos de vida. Existe mi cuerpo, que es el ambiente por el que habéis estado viajando. Existen mis criaturas, tales como las titánidas, que provienen de mí pero que no están controladas por mí. Y existen mis herramientas, separadas de mí, pero parte de mí. Tengo ciertas facultades mentales, que fueron muy útiles en las ilusiones que acabáis de ver, dicho sea de paso. Llamadle hipnotismo y telepatía, aunque no es nada por el estilo.
“Soy capaz de construir criaturas que sean extensiones de mi voluntad. Esta tiene ochenta años de edad, la única en su tipo. También tengo otras clases, que construyeron esta sala y la escalera exterior, sobre todo partiendo de planes que robé de películas. Soy gran aficionada a las películas, y comprendo que tú…
—Sí, pero…
—Lo sé, lo sé —la calmó Gea—. Estoy divagando. Es todo un fastidio, ¿comprendéis? Tengo que hablaros así. Antes, cuando dije “Te oigo”…, bueno, usé la válvula superior de Océano como laringe, forzando el aire desde el radio. Es algo que hace estragos con el tiempo: esas dos palabras lanzaron nieve a todo Hiperión.
“Pero permitir que veáis este cuerpo os hace querer creer en otra cosa. A saber, que soy una vieja chiflada, solitaria aquí arriba —miró fijamente a Cirocco—. Todavía lo sospechas, ¿no es cierto?
—Yo… No sé qué pensar. Aunque te creyera, seguiría sin saber qué eres.
—Soy un titán. Queréis saber qué es un titán —se recostó en el sillón y su mirada se hizo distante.
—Lo que soy realmente es un ser perdido en el pasado.
“Somos criaturas viejas, eso está claro. Fuimos construidas, no evolucionamos. Vivimos tres millones de años y hemos existido más de mil de nuestras generaciones, aunque no mediante procesos evolutivos tal como vosotros los entendéis… La mayor parte de nuestra historia se ha perdido. Desconocemos qué raza nos construyó o con qué fin. Baste con decir que nuestros constructores construían bien. Han desaparecido, pero nosotros seguimos aquí. Quizá sus descendientes continúan viviendo en mi interior, pero en ese caso, han olvidado su anterior grandeza. Escucho mensajes de mis hermanas diseminadas por esta galaxia, y ninguna habla de los constructores.