Gea cerró los ojos por un instante, luego los abrió de nuevo. a la espera.
—Muy bien —dijo Cirocco—. Te dejas un montón de detalles. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué eres la única? Escuchas la radio, ¿hablas por ella también? Y si es así, ¿por qué no te has puesto en contacto con la Tierra antes de esto? Sí…
Gea levantó una mano y soltó una risita.
—Una pregunta cada vez, por favor. Estás haciendo muchísimas suposiciones. ¿Qué te hace pensar que soy un visitante? Nací en este sistema, igual que vosotras. Mi hogar es Rea. En Japeto mi hija se aproxima a la madurez en este momento. Hay una familia de titanes circundando Urano. Forman los anillos invisibles. Son todos más pequeños que yo: soy el mayor titán de la vecindad.
—¿Japeto? —dijo Gaby—. Una de las razones…
—Tranquila. Lo explicaré, y te ahorraré un viaje. No podemos viajar entre estrellas. No podemos movernos como no sea para ajustes orbitales secundarios.
“Libero huevos desde mi borde, donde ya tienen una velocidad respetable debido a mi rotación. Los apunto lo mejor que puedo, pero con estas distancias dar en el blanco es problemático, ya que los huevos no tienen control una vez lanzados.
“Cuando caen en un mundo adecuado (Japeto es perfecto: sin oxígeno, rocoso, lleno de luz solar, ni demasiado grande ni demasiado pequeño), echan raíces. En cincuenta mil años el bebé titán está listo para nacer. En ese momento, ha cubierto todo un hemisferio con el cuerpo natal. Así es como Japeto se veía hace setenta y cinco años: un lado era significativamente más brillante que el otro.
“El bebé titán se contrae a continuación hasta formar una espesa banda que circunda el planeta de polo a polo. En eso se ha convertido Japeto. Mi hija ha cavado muy profundo. Ha llegado hasta el núcleo para buscar elementos que precisa para su viabilidad. Temo que Japeto ya ha sido demasiado saqueado; mi abuela, y mi bisabuela antes que ella, usaron esta luna.
“Mi hija está ocupada en sintetizar los combustibles que necesitará para liberarse de Japeto. Eso tendría que suceder dentro de cinco o seis años. Cuando ella esté lista, y no puede ser un solo día antes, porque en cuanto nazca tendrá toda la masa de que dispondrá para siempre, se lanzará al espacio. Es probable que Japeto se resquebraje en el proceso, como el mundo que finalmente se convirtió en los anillos de asteroides. Después…
—¿Estás afirmando que los titanes son responsables de los asteroides? —preguntó Gaby.
—¿Es que no acabo de explicarlo? —Gea pareció algo molesta, aunque estaba muy concentrada en su relato.
“Eso fue hace mucho tiempo, y no puedes hacerme responsable. En cualquier caso, en cuanto mi hija esté libre, acabará con la rotación que tenga y se pondrá a girar como yo. La parte de mi hija que se transformará en su centro está tocando actualmente la superficie de Japeto. En el espacio, esta parte se contraerá, sacando los radios al hacerlo. Girará más aprisa, estabilizándose, llenándose de aire, empezará a mover montañas en su interior como preparación para las criaturas que… bueno, ya tenéis una imagen. Divago cuando hablo de mi hija, como cualquier madre, supongo.
—No, no, estoy fascinada —dijo Cirocco—. ¿Tendrá tu hija titánidas, ángeles y dirigibles en su interior?
Gea ahogó su risa.
—Ninguna titánida, sospecho. Si tiene ese capricho, habrá de inventarlas como yo hice.
Cirocco meneó la cabeza.
—Me he perdido.
—Es muy sencillo. La mayoría de mis especies son descendientes de criaturas que los titanes protegieron cuando fuimos creados. Cada huevo que lanzo contiene el germen de un millón de especies, como por ejemplo las plantas electrónicas. No creo que mis constructores se hubieran preocupado mucho por las máquinas. Cultivaban todo lo que precisaban, desde vestimenta a casas y circuitos. Titánidas y ángeles son otra cosa. Os habéis preguntado, antes de que os acostumbrarais a estos seres, cómo era posible que tuvieran un aspecto tan humano… La respuesta es simple. Usé humanos como modelo. Las titánidas fueron fáciles, pero los ángeles… ¡Cuántos dolores de cabeza! Vuestros narradores eran mucho más caprichosos que prácticos. El ancho de las alas tenía que ser tremendo para levantar del suelo a las criaturas, incluso con mi baja gravedad y elevada presión atmosférica. Admito que no se parecen al modelo bíblico, ¡pero funcionan! El problema básico, ¿sabéis?, fue…
—Tú los creaste —dijo Cirocco—. Lo hiciste todo, desde el principio.
—Acabo de decirlo, ¿no? Ideé el ADN. No es más difícil para mí que elaborar un modelo en arcilla lo es para vosotras.
—Todos los detalles de los ángeles son de tu invención. Y lograste las ideas básicas en la radio, lo que significa que no podían ser muy viejos como civilización. No llevamos mucho tiempo, según tu cómputo, emitiendo por radio.
—Menos de un siglo, por lo que respecta a las titánidas. Los ángeles son aún más jóvenes.
—Entonces…, eres un dios. No quiero entrar ahora en teología, pero creo que sabes a qué me refiero.
—Para todo fin práctico, aquí, en mi pequeño rincón del universo, sí…, lo soy.
Gea entrelazó las manos y pareció estar muy complacida de sí.
Cirocco observó la puerta con añoranza. Sería tan agradable cruzarla y tratar de olvidar que todo aquello había sucedido… ¿Qué importaba que esta persona fuera una loca sobreviviente de los constructores?, se preguntó Cirocco. Controlaba el mundo que ellos llamaban Gea. Era indiferente que la mujer fuera de hecho el mismo mundo; en cualquier caso, el poder era primario.
Y curiosamente, Cirocco se encontró con que Gea le gustaba en sus momentos desprevenidos. Hasta que recordó qué la había traído al cubo.
—Hay dos cosas que desearía preguntarte —dijo Cirocco, con toda la firmeza de que fue capaz.
Gea se irguió vivamente.
—Sigue, por favor. Sucede que también yo desearía preguntarte dos cosas.
—Yo… ¿Tú? ¿Preguntarme? ¿A mi? —la idea era totalmente insospechada. Cirocco estaba muy nerviosa con el pensamiento de sacar a discusión la Ringmaster. Sabía que ella y su tripulación habían sido agraviados, pero ¿cómo decir eso a una diosa? Cirocco ansió tener al menos una milésima del valor que le había permitido estar en el cubo y lanzar maldiciones al aire vacío—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Tal vez te sorprendas —dijo Gea, sonriendo.
Cirocco miró un instante a Gaby, que abrió los ojos ligeramente y cruzó los dedos a escondidas.
—La primera pregunta… eh, la primera pregunta se refiere a las titánidas —maldición, se supone que esa pregunta debía de ser la segunda. Pero no iría mal sondear el agua—. Una titánida llamada Maestra Cantora —Cirocco cantó el nombre, luego prosiguió—, me pidió que…, si alguna vez llegaba a verte, te preguntara por qué ellas deben estar guerreando.
Gea frunció el ceño, pero por confusión más que por ira.
—Seguramente, eres tú quien ha deducido eso.
—Bueno, sí, es cierto. La agresión a los ángeles está arraigada en sus mentes. Es un instinto, y lo mismo pero al contrario sirve para los ángeles.