—Precisamente correcto.
—Y ya que tú los diseñaste, debes haber tenido un motivo para…
Gea adoptó un aire de sorpresa.
—Bien, claro que sí. Quería tener una guerra. Nunca supe de guerras hasta que empecé a ver vuestros programas de televisión. Parece que os gustan mucho las guerras, tenéis una cada pocos años, así que pensé intentarlo.
Cirocco no encontró nada que decir durante largo rato. Notó que su boca estaba abierta.
—Hablas en serio, ¿no?
—Totalmente.
—No sé cómo explicarme.
Gea suspiró.
—Ojalá no me tuvierais miedo. Os aseguro que no tenéis nada que temer por mi parte.
Gaby se inclinó hacia adelante.
—¿Cómo podemos saberlo? Tú… —se detuvo y miró a Cirocco.
—Yo destruí vuestra nave. Ese es el segundo punto de la orden del día, estoy convencida. Hay muchas cosas que desconocéis en cuanto a eso. ¿Querríais un poco más de café?
—Ahora no, gracias —se apresuró a decir Cirocco—. Gea, o santidad, o como deba llamarte…
—Gea está bien.
—…no nos gusta la guerra. No me gusta a mí, y no creo que a ninguna persona cuerda le guste. Seguramente también habrás visto películas antibélicas…
Gea se puso seria y se mordisqueó un nudillo.
—Naturalmente que sí. Pero eran las menos, y aun así, eran populares. Contenían más derramamiento de sangre que la mayoría de las películas proguerra. Dices que no te gusta la guerra, pero ¿por qué estás tan fascinada por ella?
—Desconozco la respuesta. Lo único que sé es que odio la guerra, y que las titánidas también la odian. Les gustaría verla acabada. Vine aquí para pedirte eso.
—¿Nada de guerra? —fijó la vista en Cirocco, con aire suspicaz.
—Nada.
—¿Ni siquiera una escaramuza de vez en cuando?
—Ni siquiera eso.
Los hombros de Gea se hundieron de repente, después se alzaron con un gran suspiro.
—Muy bien —dijo—. Considéralo hecho.
—Espero que no cree demasiados problemas —prosiguió Cirocco—. No sé cómo te las arreglas para…
—¡Está hecho!
La habitación se iluminó con un relámpago que formó una corona en torno a la cabeza de Gea. El trueno hizo que Gaby y Cirocco se pusieran de pie. Gaby, con la espada a medio sacar de la funda, se puso entre Cirocco y Gea.
Pasaron varios desagradables segundos.
—No quería hacer eso —dijo Gea, las manos agitándose nerviosamente—. Yo sólo… bueno —suspiró—, estaba como desilusionada —hizo un gesto para que las dos mujeres se sentaran.
“Tendría que haber dicho se está haciendo —explicó cuando las cosas se calmaron—. Estoy retirando a la totalidad de ángeles y titánidas. La reprogramación llevará un tiempo.
—¿Reprogramación? —preguntó Cirocco, de modo suspicaz.
—Nadie resultará dañado, querida. La tierra se los tragará. Surgirán al cabo de un tiempo, liberados de la compulsión. ¿Satisfecha?
Cirocco se preguntó cuál sería la alternativa, pero movió la cabeza afirmativamente.
—Perfecto. Ahora viene el otro problema. Vuestra nave.
“Yo no lo hice.
Gea alzó la mano, aguardó hasta estar segura de que Cirocco no le interrumpiría, luego prosiguió.
—Sé que os dije que soy todo el mundo, que soy Gea. Eso fue del todo cierto en una época. Ahora no lo es tanto. Recordad que tengo tres millones mil doscientos sesenta y seis años —hizo una pausa y alzó una ceja.
—Tres millones… —Cirocco entornó los ojos—. Dijiste que esa era la envergadura de tu vida.
—Correcto. Soy vieja hasta según mis cómputos, no sólo según los vuestros. Lo habéis visto en el borde y en el cubo. Mis desiertos están más resecos y mis páramos más llenos de hielo que nunca antes, y no puedo hacer nada para remediarlo. Dudo de que viva otros cien mil años más.
Cirocco se echó a reír de repente. Gaby se sorprendió y Gea se limitó a quedarse cortésmente inmóvil, la cabeza ladeada, hasta que Cirocco pudo dominarse.
—Perdóname —dijo Cirocco, todavía respirando con dificultad—, pero, no sé, me resulta difícil mostrarme compadecida del modo correcto. ¡Sólo cien mil años! —volvió a reírse, y en esta ocasión la acompañó Gea.
—Tienes razón —dijo la diosa—. Aún queda mucho tiempo para enviar flores. Puedo sobrevivir a toda vuestra raza —se aclaró la garganta—. Pero volviendo a lo que os explicaba, agonizo. No funciono bien en mil aspectos… que todavía aguantan, sí, pero no soy la que fui en otro tiempo.
“Pensad en un dinosaurio. Un cerebro en la cabeza, otro en su grupa. Control descentralizado en un cuerpo voluminoso.
“Yo funciono de la misma forma. Cuando era joven mis cerebros auxiliares actuaban conmigo, igual que vuestros dedos os obedecen. En el último medio millón de años la situación ha cambiado. He perdido buena parte del control sobre mis zonas externas. Existen doce inteligencias distintas en el borde, y yo me estoy fragmentando en dos personalidades incluso en mi nexo nervioso central, el cubo.
“En cierto modo, es como la teogonía griega a la que tan aficionada soy. Mis hijos tienden a ser díscolos, tercos, hostiles. Peleo con ellos constantemente. Allá abajo hay tierras buenas y tierras malas. Hiperión es una de las buenas. Ella y yo nos las arreglamos bien.
“Rea es temperamental y bastante insensata, pero al menos puedo inducirla con frecuencia a que haga lo correcto.
“Pero Océano es el peor. El y yo hemos dejado de hablarnos. Lo que hago en Océano es mediante instrucciones erróneas, engaños, ardides.
“Fue Océano quien tendió la trampa a vuestra nave.
CAPITULO 25
Océano rumió diez mil años al sentir que el puño de Gea se debilitaba. Todavía había la posibilidad de que ella destruyera la floreciente independencia que él ocultaba con tanto cuidado. Los resentimientos de Océano se emponzoñaron.
¿Por qué él debía estar en la oscuridad? Él, el más poderoso de los océanos, eternamente cubierto de hielo. La vida que pugnaba en la desolada tierra por encima de él no podía desarrollarse. Muchos de sus hijos morirían a plena luz del día. ¿Cuál era la excelencia de Hiperión para que estuviera tan lujuriante y hermoso?
En silencio, unos cuantos metros cada día, Océano extendió un nervio por debajo de la tierra hasta que pudo hablar directamente con Rea. Reconoció el germen de la locura en ella y empezó a lanzar miradas al oeste en busca de un aliado.
Mnemósine no estaba bien. Se sentía desolada, física y emotivamente, por la muerte de sus frondosos bosques. Por mucho que pudiera arder en resentimiento hacia Gea, Océano no podía penetrar en las profundidades de la depresión de Mnemósine. Océano perforó un túnel.
Más allá de Mnemósine se hallaba la región nocturna de Cronos. El dominio de Gea era poderoso; el cerebro secundario que señoreaba en el territorio era una herramienta de la mente primaria y todavía no había desarrollado una personalidad independiente.
Océano siguió moviéndose hacia el oeste. Sin comprenderlo, estaba tendiendo una red de comunicaciones que uniría las seis tierras rebeldes.
Océano encontró en Japeto su aliado más fuerte. Con sólo que hubiera estado más cerca, los dos podrían haber derrocado a Gea. Pero las tácticas que imaginaron se basaban en una estrecha cooperación física, por lo que él y Japeto se vieron reducidos a la mera conspiración. Océano no tuvo más remedio que recurrir a su alianza con Rea.
Dio el paso en la época que en la Tierra se construían las pirámides. Sin aviso, detuvo los flujos refrigerantes que atravesaban su inmenso cuerpo y los cables de sustentación controlados por él. En el lejano extremo oriental del mar que dominaba el helado panorama de Océano, gobernaba dos bombas fluviales: enormes músculos de tres cámaras que alzaban las aguas del Ofión hasta Hiperión occidental. Océano detuvo la inmensa pulsación de los músculos. En el este. Rea hizo lo mismo con las cinco bombas que elevaban el agua sobre sus cordilleras orientales, al mismo tiempo que aceleraba el funcionamiento de sus bombas cercanas a Hiperión. Aislado por el oeste y desecado por el este, Hiperión empezó a marchitarse.