En pocos días, el Ofión dejó de fluir.
—Supe todo esto por medio de Rea —dio Gea—. Sabia que estaba perdiendo el control sobre mis cerebros periféricos, pero nadie había mencionado quejas. No imaginé que pudieran existir.
Poco a poco se había hecho más oscuro, mientras Gea narraba la rebelión de Océano. La mayoría de los paneles luminiscentes del suelo se habían apagado. Los que quedaban despedían un fluctuante resplandor anaranjado. Las paredes de la sala retrocedían en las tinieblas.
—Sabía que tenía que hacer algo. Océano estaba a punto de acabar con ecosistemas enteros. Podían pasar mil años antes de que yo pudiera recomponerlos.
—¿Qué hiciste? —musitó Gaby.
Cirocco respingó, la silenciosa voz de Gea casi la había hipnotizado. Gea levantó la mano y lentamente formó un puño que parecía una masa de piedra.
— Me contraje.
El vasto músculo circular había estado inactivo tres millones de años. Sólo había tenido una función: contraer el centro de la rueda y despedir los radios, justo después de que naciera el titán. La red de cables de Gea dependía de ese músculo. Era el centro del cordaje, el ancla poderosa que mantenía unida a Gea.
El músculo se contrajo bruscamente.
Megatoneladas de hielo y rocas saltaron en el aire.
Diez mil kilómetros cuadrados de la superficie de Océano se levantaron como un ascensor superrápido. El mar helado se convirtió en fango, incrustado de cubos de hielo del tamaño de una manzana urbana. En toda Gea, los ramales de los cables chasquearon como cuerda podrida, deshaciendo, enmarañando, azotando la tierra bajo ellos.
El músculo se relajó.
En un instante vertiginoso reinó la ingravidez en Océano. Témpanos de un kilómetro cuadrado flotaron como copos de nieve, girando en el huracán que había empezado a soplar desde el cubo.
Cuando Océano abandonó el fondo, quince cables produjeron un sonido vibrante, la música fatal de la venganza de Gea. Sólo la energía sónica despojó diez metros de superficie del terreno de regiones vecinas y precipitó tormentas de polvo opuestas una docena de veces en torno al borde antes de que su furia se abatiera.
Como una mano que comprime una bola, el músculo del cubo se contrajo y aflojó a un ritmo de dos veces diarias que hizo vibrar Gea como una banda de goma estirada.
Gea tenía otro truco más, pero aguardó hasta que el cataclismo hubiera despellejado a Océano hasta convertirlo en roca desnuda. Gea sólo tenía otros seis músculos. En aquel momento dobló uno de ellos.
El radio que descollaba sobre Océano se contrajo, se redujo a la mitad de su diámetro normal. Privados de agua por una semana, los árboles quedaron secos como yesca. Se desprendieron, fracturados de su tenaz asimiento a la carne de Gea. y empezaron a caer.
En el descenso, se pusieron a arder.
Océano fue un infierno.
—Quería quemar al bastardo —dijo Gea—. Quería cauterizarlo para siempre.
Cirocco tosió, y buscó su olvidada bebida. Los cubitos de hielo resonaron de modo alarmante en el silencio y oscuridad casi total.
—Océano estaba muy hondo, pero introduje el temor a Dios en él —se rió calladamente—. Yo misma me quemé en el proceso… El fuego dañó mi válvula inferior, y desde entonces he atacado a Océano con huracanes y ruidos cada diecisiete días. El ruido no es mi Lamento; es mi advertencia. Pero valió la pena. Océano fue un chico muy bueno durante miles de años. No cometáis un error, es imposible que una docena de dioses gobiernen un mundo. Los griegos sabían de qué hablaban.
“Pero la dificultad en esto, ¿comprendéis?, se deriva del hecho de que el destino de Océano no es ajeno al mío. El es otra parte de mi mente, de modo que, en vuestros términos, yo estoy loca. Esto nos destruirá a todos, finalmente, a los buenos y a los malos.
“Pero Océano se estaba portando muy bien hasta que os presentasteis vosotros.
“Yo había planeado ponerme en contacto con vosotros unos días antes de que llegarais aquí. Era mi intención cogeros con las grapas externas de Hiperión. Os aseguro que lo habría hecho con delicadeza, sin romper un solo vaso.
“Océano explotó mi debilidad. Mis órganos transmisores radiofónicos se hallaban en el borde. Había tres, pero uno se rompió hace eras. Los otros están en Océano y Crios. Crios es mi aliado, pero Rea y Tetis lograron destruir su transmisor. Repentinamente todas mis comunicaciones pasaron a manos de Océano.
“Decidí no hacer la recogida. No habiendo estado en contacto conmigo, vosotros me habríais malinterpretado, seguramente.
“Pero Océano os quería para él.
La batalla rugió bajo las superficies de Océano e Hiperión. Se disputó en los grandes conductos que suministran el fluido nutritivo conocido como leche de Gea.
Cada uno de los cautivos humanos fue encerrado en una cápsula de gelatina protectora mientras se decidía su suerte. Los ritmos metabólicos fueron reducidos. Médicamente, se hallaban en estado comatoso, inconscientes de sus contornos.
Las armas de la guerra fueron las bombas que impulsaban nutrientes y refrigerantes a través del mundo subterráneo. Grandes desequilibrios de presión fueron creados por ambos combatientes, de modo que en un momento dado un geiser de leche se abrió paso en la superficie de Mnemósine y salió en chorro hasta alcanzar cien metros en el aire, para caer en la arena y abastecer una breve primavera.
Estuvieron batallando casi todo un año. Luego, por fin, Océano supo que estaba perdiendo. Las recompensas empezaron a fluir hacia Hiperión bajo la asombrosa presión que Gea aplicó a Japeto, Cronos y Mnemósine.
Océano cambió de táctica. Se introdujo en las mentes de los cautivos y los despertó.
—Siempre temí que él lo hiciera —dijo Gea, mientras las luces de la habitación amenazaban con extinguirse en el olvido—. Océano tenía un vínculo con vuestros cerebros. Se hizo imperativo que yo cortara ese vínculo. Usé tácticas que no creo comprendierais. En el proceso, perdí a uno de vosotros, una mujer. Cuando la recuperé, había sido cambiada.
“Océano trataba de destruiros a todos antes de que yo os tuviera… Antes de que yo tuviera vuestras mentes, no vuestros cuerpos. Eso habría sido muy fácil. El os colmó de información. Implantó el lenguaje de silbidos en uno de vosotros, las canciones de las titánidas en dos más. Que algunos de vosotros hayan sobrevivido cuerdos es algo que no termina de asombrarme.
—No todos nosotros hemos sobrevivido —dijo Cirocco.
—No, y lo lamento. Intentaré compensaros, de algún modo.
Mientras Cirocco se preguntaba qué se podría hacer para arreglar las cosas, Gaby intervino.
—Recuerdo haber trepado una escalera inmensa —dijo—. Atravesé puertas doradas y estuve a los pies de Dios. Hace pocas horas me pareció como si volviera a encontrarme en el mismo lugar. ¿Puedes explicar esto?
—Hablé con todos vosotros —dijo Gea—. En vuestro estado, mentalmente dócil después de días de privación sensorial, cada cual adoptó su interpretación personal.