—No recuerdo nada de eso —dijo Cirocco.
—Tú lo anulaste. Tu amigo Bill fue más lejos, y borró la mayoría de sus recuerdos.
“Entreviéndoos a través de Hiperión, decidí lo que se debía hacer. April estaba demasiado imbuida de la cultura y hábitos de los ángeles. Intentar devolverla a lo que había sido la habría destruido. La transporté al radio y dejé que emergiera para encontrar su destino.
“Gene estaba mentalmente enfermo. Lo llevé a Rea, confiando en que permanecería separado del resto de vosotros. Debí haberlo destruido.
Cirocco suspiró.
—No. Yo fui quien lo dejó vivir cuando pude haberlo matado, como tú.
—Me haces sentir mejor —dijo Gea—. En cuanto a lo demás, era imperativo que volvierais al instante de la plena conciencia. Ni siquiera había tiempo para reuniros. Esperaba que os abrierais paso hasta aquí y en su momento, lo hicisteis. Y ahora podéis volver al hogar.
Cirocco alzó la vista rápidamente.
—Sí —continuó Gea—, la nave de rescate está aquí. A las órdenes del capitán Wally Svensen, y…
—¡Wally! —Gaby y Cirocco lo dijeron simultáneamente.
—¿Un amigo? Pronto lo veréis. Vuestro amigo Bill ha estado hablando con él desde hace dos semanas —Gea se sintió incómoda, y cuando habló de nuevo hubo una huella de malhumor en su voz—. Es algo más que una misión de rescate, a decir verdad.
—Pensaba que podía serlo.
—Sí. El capitán Svensen está equipado para librar una guerra conmigo. Tiene un gran número de bombas nucleares, y su presencia allá afuera me pone nerviosa. Esa era una de las cosas que deseaba preguntarte. ¿No podrías intervenir con una buena explicación? Es imposible que yo constituya una amenaza para la Tierra, ya lo sabéis.
Cirocco dudó un instante, y Gea volvió a sentirse incómoda.
—Sí, creo que podría arreglarlo.
—Muchas gracias. En realidad él no dijo que pensara bombardearme, y cuando descubrió que había sobrevivientes de la Ringmaster esa posibilidad se hizo más remota. He escuchado algunas de sus naves exploradoras, y están en el proceso de construir un campamento base cerca de Ciudad Titán. Tú puedes explicarle lo sucedido, ya que no estoy segura de que me crea.
Cirocco asintió, y no dijo nada durante un largo rato, aguardando que Gea continuara. No lo hizo, y finalmente Cirocco tuvo que intervenir.
—¿Cómo saber que podemos creer en todo esto?
—No os puedo ofrecer seguridades. Sólo puedo pediros que creáis la historia tal como la he contado.
Cirocco asintió otra vez, y se levantó. Trató de que el gesto pareciera casual, pero nadie lo esperaba. Gaby estaba confundida, pero se puso de pie.
—Ha sido interesante —dijo Cirocco—. Gracias por la coca.
—No nos apresuremos —dijo Gea, tras una pausa de sorpresa—. En cuanto volváis al borde no podré hablar con vosotras directamente.
—Puedes enviarme una postal.
—¿Detecto una pizca de enojo?
—No lo sé. ¿Y tú? —de repente Cirocco estaba enojada, y sin saber por qué—. Estás en condición de saberlo. Soy tu cautiva, no importa cómo lo denomines tú.
—Eso no es del todo cierto.
—Sólo tengo tu palabra. Sólo tu palabra para diversas cuestiones. Me traes a una habitación de una vieja película, te muestras ante mí como una vieja regordeta, me ofreces mi único vicio para que lo goce. Apagas las luces y me cuentas una larga e incierta historia. ¿Qué se supone que debo creer?
—Lamento que opines así.
Cirocco agitó la cabeza con aire de cansancio.
—Olvídalo —dijo—. Me siento un poco deprimida, eso es todo.
Gaby la miró, pero no dijo nada. El gesto irritó a Cirocco, y no ayudó en nada que también Gea pareciera interesada por sus últimas palabras.
—¿Deprimida? Imagino el porqué. Has acabado lo que deseabas hacer, contra fuerzas tremendamente superiores. Has detenido una guerra. Y ahora te vas a casa…
—La guerra me preocupa —dijo Cirocco, lentamente.
—¿De qué manera?
—No me he tragado tu historia. O al menos, no me la he tragado completa. Si de verdad quieres que discuta por ti, dime el auténtico motivo por el que las titánidas se enfrentaron a los ángeles durante tanto tiempo, con un fin tan insignificante.
—Práctica —dijo Gea, sin dudar un instante.
—¿Cómo?
—Práctica. No tengo enemigos, y en mi conducta instintiva no hay nada que me ayude a enfrentarme a la guerra. Sabía que pronto conocería humanos, y todo lo que aprendí de vosotros subrayaba vuestra agresividad. Vuestras noticias, películas, libros: guerra, asesinato, conducta predatoria, hostilidad…
—Te estabas preparando para guerrear con nosotros.
—Estaba explorando las técnicas, en caso de que tuviera que hacer eso.
—¿Qué has aprendido?
—Que yo era terrible en ese aspecto. Puedo destruir vuestras naves si se acercan mucho, pero eso es todo. Vosotros me destruiríais en un abrir y cerrar de ojos. No tengo dotes para la estrategia. Mi victoria sobre Océano mostró toda la sutilidad de la lucha a brazo partido. En cuanto llegasteis, April revolucionó el ataque de los ángeles y Gene estuvo a punto de ofrecer nuevas armas a las titánidas. Naturalmente, yo misma pude haberles ofrecido esas armas. He visto bastantes películas de cowboys para saber cómo funcionan un arco y una flecha.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Confiaba en que las titánidas las inventaran.
—¿Y por qué ellas no lo hicieron?
—Son una especie nueva. Carecen de creatividad. Es por mi culpa; nunca me destaqué en originalidad. Copié el gusano de la arena de Mnemósine de una película. Hay un antropoide gigante en Febe del que estoy muy orgullosa, pero se trata de otra imitación. Las titánidas son plagiadas de la mitología…, aunque sus constituciones sexuales son mi invención —Gea adoptó un aire de satisfacción y Cirocco estuvo a punto de reírse—. Soy capaz de hacer los cuerpos, ¿comprendes? Pero dotar a una especie manufacturada de un sentido de… bueno, la simple terquedad que tenéis los humanos… Eso está más allá de mis posibilidades.
—Por eso te apropiaste de un poco de esa terquedad.
—¿Cómo has dicho?
—No te hagas la inocente. Hay un detalle, de cierta importancia para mí, y para Gaby y August, que has olvidado mencionar. Te he creído hasta ahora, más o menos, pero aquí tienes tu oportunidad de convencerme de que has dicho la verdad. ¿Por qué quedamos embarazadas?
Gea no dijo nada durante lo que pareció un lapso muy prolongado. Cirocco estaba preparada para salir corriendo. Al fin y al cabo, Gea era todavía una diosa, no servía de nada encolerizarla.
—Yo lo hice —dijo Gea.
—¿Creías que nosotras lo aprobaríamos?
—Ño, estaba convencida de lo contrarío. Ahora lo lamento, pero ya está hecho.
—Y deshecho.
—Lo sé —Gea suspiró—. La tentación fue demasiado grande. Era una posibilidad de obtener un nuevo híbrido…, uno que reuniera lo mejor de ambas especies. Confiaba en revitalizar… No importa. Lo hice, no trato de excusarme. No me enorgullezco de ello.
—De todas formas, me alegra oírlo. No hagas esas cosas, Gea. Somos seres inteligentes, como tú, y merecemos un trato más digno.
—Ahora lo comprendo —dijo Gea, contrita—. Es un concepto muy difícil para acostumbrarse a él.
Cirocco admitió, a regañadientes, que probablemente lo fuera, tras tres millones de años de ser diosa.
—Tengo una pregunta —dijo repentinamente Gaby. Llevaba mucho rato callada, al parecer satisfecha de que Cirocco se encargara de la negociación—. ¿Fue realmente necesario este viaje?
Cirocco aguardó, pues ella misma había tenido dudas en cuanto a esa parte de la narración.