—Tienes razón —admitió Gea—. Podía haberos traído aquí directamente. Está claro, puesto que acerqué a April más de la mitad del camino. Habría habido cierto riesgo con el tiempo adicional de aislamiento, pero el remedio era devolveros al sueño.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —quiso saber Cirocco.
Gea extendió las manos.
—Dejemos de engañarnos mutuamente, ¿de acuerdo? Primero, no sé si yo os lo debía. Segundo, yo estaba, y aún lo estoy, un poco asustada de vosotros. No de vuestras personas, sino de los humanos. Tenéis inclinación a ser impacientes.
—No lo discutiré.
—De todas maneras, habéis llegado aquí arriba. ¿no es cierto? Eso es lo que deseaba comprobar: si erais capaces de lograrlo. Y deberíais darme las gracias por ello, porque habéis disfrutado mucho.
—Me es imposible imaginar que puedas pensar en una cosa…
—Ahora somos honestas, ¿recuerdas? En realidad estás más que contenta por estar a punto de volver a casa ahora, ¿verdad?
—Bueno, naturalmente yo…
—Todo tu comportamiento demuestra que no estás satisfecha. Tenías una meta que alcanzar: subir aquí. Ahora lo has logrado. La mejor época de tu vida. Niégalo, si es que puedes.
Cirocco se quedó casi muda.
—¿Cómo puedes decir eso? Vi a mi amante a punto de morir…, y por poco muero yo misma. Yo y Gaby fuimos violadas, yo sufrí un aborto, April se ha convertido en un monstruo, August está…
—Podían haberte violado en la Tierra. En cuanto a lo demás… ¿Esperabas que fuera fácil? Lamento el aborto; no volveré a hacerlo. ¿Me culpas por lo demás?
—Bueno, no, creo que tú…
—Deseas culparme. Sería más fácil irse de aquí. Te es duro admitir que incluso con todas esas cosas que sucedieron a tus amigos, ninguna por tu culpa, has disfrutado de una gran aventura.
—Eso es lo más…
—Capitana Jones, pongo en tu consideración el hecho de que jamás tuviste dotes para ser capitán. ¡Oh, lo has hecho bien, de la misma forma que haces bien la mayoría de las cosas que abordas! Pero no eres un capitán. No disfrutas dando órdenes a los que te rodean. Te gusta la independencia, te gusta ir a lugares extraños y hacer cosas excitantes. En una época anterior habrías sido una aventurera, un soldado de la fortuna.
—Si hubiera nacido hombre —corrigió Cirocco.
—Porque sólo recientemente las mujeres han tenido oportunidad de correr aventuras independientemente. El espacio era la única frontera a tu disposición, pero una frontera mecánica, muy civilizada. En el fondo, no te satisface.
Cirocco había desistido de esforzarse en detener a Gea. Todo era tan forzado que decidió dejar divagar a la diosa.
—No, para lo que tienes dotes es precisamente para lo que has estado haciendo. Escalar la montaña imposible de escalar. Comunicarte con seres extraños. Agitar tu puño ante lo desconocido, escupir al ojo de Dios. Has hecho todo eso. Resultaste herida en el camino; si hubieras seguido esa ruta habrías recibido más golpes. Te habrías helado, habrías pasado hambre, te habrías desangrado, te habrías agotado de cansancio. ¿Qué es lo que deseas, pues? ¿Pasar el resto de tu vida tras un escritorio? Ve a casa. El escritorio te aguarda.
Muy por debajo del abismo curvado que era el cubo de Gea, el viento bramó tenuemente. En alguna parte, masas de aire estaban siendo absorbidas por una cámara vertical de trescientos kilómetros de altura, y esa cámara estaba poblada de ángeles. Cirocco miró a su alrededor, y se estremeció. A su derecha. Gaby sonreía. ¿Qué sabe ella que yo no sepa?, se preguntó.
—¿Qué me estás ofreciendo?
—Una oportunidad de vivir mucho, con la posibilidad de que tu vida pueda ser bastante corta. Te ofrezco buenos amigos y diabólicos enemigos, día eterno y noche interminable, espléndidas canciones y vino de calidad, penurias, victorias. desesperanza y gloria. Te ofrezco la posibilidad de una vida que no encontrarás en la Tierra, el tipo de existencia que sabías no encontrarías en el espacio pero que sin embargo esperabas de todos modos.
“Necesito un representante en el borde. Ha pasado mucho tiempo desde que tuve uno, porque exijo mucho. Puedo otorgarte ciertos poderes. Tú definirás tu trabajo, elegirás horarios y compañías, verás el mundo. Recibirás alguna ayuda por mi parte, pero pocas interferencias.
“¿Te gustaría ser una hechicera?
CAPITULO 26
Visto desde el aire, el campamento base de la expedición era una horrible flor color castaño. Una llaga irregular se había abierto en la tierra justo al este de Ciudad Titán y había empezado a secretar terráqueos.
Daba la impresión de que aquello no terminaría nunca. Mientras Cirocco observaba desde la góndola de Apeadero, una azulada gota de gelatina con forma de píldora manó de la tierra y cayó de lado. El material contenido por la cápsula se convirtió rápidamente en agua y se alejó de un tractor oruga de color plateado. El vehículo se revolvió en el mar de fango y se abrió paso hasta una hilera de seis máquinas similares aparcadas junto a varias cúpulas inflables, antes de descargar a sus cinco pasajeros.
—Esos tipos se presentan muy elegantes —observó Gaby.
—Así parece. Y sólo se trata de la expedición de aterrizaje. Wally no nos acercará su nave demasiado para no acabar atrapado.
—¿Estás segura de que quieres ir allá abajo? —preguntó Gaby.
—Tengo que hacerlo. Lo sabes muy bien.
Calvin observó el panorama y olfateó.
—Si os da igual —dijo—, me quedaré aquí. Podría ser molesto que yo bajara.
—Puedo protegerte, Calvin.
—Eso está por verse.
Cirocco se encogió de hombros.
—Quizá tú también prefieres quedarte aquí, Gaby.
—Voy adonde tú vas —fue la simple respuesta—. Seguro que ya lo sabes. ¿Crees que Bill seguirá allá abajo? Tal vez lo han evacuado ya.
—Creo que Bill esperará. Y además, tengo que bajar para echar un vistazo a eso —Cirocco señaló una brillante pila de metal un kilómetro al oeste del campamento, posada en su propia flor de tierra revuelta. No había modelo para comparar aquella pila de metal, ningún indicio de que alguna vez hubiera sido más que un montón de desechos.
Eran los restos de la Ringmaster.
—Pongamos cara de consejeras —dijo Cirocco.
—…y afirma que en realidad actuó en nuestro interés durante todo el supuesto incidente de agresión. No puedo ofrecerles pruebas concretas de la mayor parte de estas declaraciones. No puede existir prueba alguna, como no sea la evidencia pragmática de la conducta de Gea en un momento adecuado. Pero no veo claro que ella constituya una amenaza para la humanidad, ni ahora ni en el futuro.
Cirocco se recostó en la silla y cogió el vaso de agua con el deseo de que fuera vino. Había hablado durante dos horas, interrumpida únicamente por los añadidos o correcciones que Gaby había formulado a su relato.
Se hallaban en una cúpula redonda que servía como cuartel de mando de la misión para la expedición de aterrizaje. La sala era suficiente para los siete oficiales reunidos, Cirocco y Gaby y Bill. Las dos mujeres habían sido conducidas allí nada más aterrizar, presentadas a todo el mundo y, por último, se les había rogado que iniciaran su informe.
Cirocco se sentía fuera de lugar. Los tripulantes de la Unity y Bill iban vestidos con uniformes inmaculados de color rojo y oro, sin una arruga. Olían muy bien.
Y parecían demasiado militares para el gusto de Cirocco. La expedición de la Ringmaster había evitado eso, incluso eliminando todos los rangos militares (con la excepción de capitán). Cuando la Ringmaster fue lanzada, la NASA había tenido problemas para borrar sus orígenes militares. Había buscado el favor de las Naciones Unidas para el viaje, aunque la noción de que la expedición era cualquier cosa menos estadounidense era una ficción transparente.