Con todo, había servido de algo.
La nave Unity, por su mismo nombre, testificaba que las naciones de la Tierra estaban cooperando más estrechamente. Su tripulación multinacional demostraba que el experimento de la Ringmaster había provocado la unión de las naciones para un fin común.
Pero los uniformes revelaron a Cirocco cuál era ese fin.
—Entonces usted aconseja una continuación de nuestra política pacífica —dijo el capitán Svensen; hablaba a través de un aparato de televisión dispuesto sobre el cerrado escritorio, en el centro de la sala. Aparte de las sillas, la mesa era el único mueble.
—Lo máximo que pueden perder es el grupo de exploración. Enfréntese a los hechos, Wally. Gea sabe que eso sería un acto bélico, y que la próxima nave ni siquiera estaría tripulada. Sería una enorme bomba H.
El rostro de la pantalla se puso muy serio, luego hizo un gesto afirmativo.
—Perdóneme por un momento —dijo Svensen—. Quiero hablar de esto con mis oficiales —el hombre hizo un ademán de volverse, pero invirtió el movimiento.
—¿Y usted, Rocky? No ha dicho si cree o no a Gea. ¿Dice la verdad?
Cirocco no vaciló.
—Sí, dice la verdad. Puede confiar en ello.
El teniente Strelkov, comandante de tierra, aguardó hasta estar seguro de que el capitán no tenía nada más que decir, después se levantó. Era un hombre joven y apuesto con un desafortunado mentón y, aunque a Cirocco le costaba creerlo, servía en el ejército soviético. El hombre parecía poco más que un niño.
—¿Puedo ofrecerles algo? —preguntó, en un inglés excelente—. Quizá tengan hambre después del viaje hasta aquí…
—Comimos justo antes de saltar —dijo Cirocco, en ruso—. Pero si hubiera un poco de café…
—En realidad no terminaste tu relato —estaba diciendo Bill—. Quedaba el problema de regresar abajo tras vuestra conversación con Dios.
—Saltamos —dijo Cirocco, dando un sorbo a su café.
—¿Vosotras…?
Cirocco, Bill y Gaby se encontraban en una ‘esquina’ de la habitación circular, las sillas juntas, en tanto que los oficiales de la Unity cuchicheaban ante el aparato de televisión. Bill tenía un excelente aspecto. Caminaba con una muleta y al parecer la pierna le dolía cuando se apoyaba en ella, pero estaba de buen humor. La doctora de la Unity había dicho que podría operarlo cuando estuviera a bordo, y creía que Bill iba a volver a tener casi tanta movilidad como antes.
—¿Por qué no? —preguntó Cirocco, con una suave sonrisa—. Llevábamos esos paracaídas todo el viaje como medida de seguridad, ¿por qué no los íbamos a usar? —la boca de Bill seguía abierta. Cirocco se echó a reír, más serena, y puso una mano en el hombro de él—. De acuerdo, lo pensamos mucho tiempo antes de saltar. Pero en realidad no era peligroso. Gea mantuvo abiertas las válvulas inferior y superior y llamó a Apeadero. Descendimos en caída libre los primeros cuatrocientos kilómetros, después aterrizamos en el dorso del dirigible —Cirocco alzó el vaso mientras un oficial servía más café y luego se volvió hacia Bill—. He hablado bastante. ¿Qué me cuentas de ti? ¿Cómo han ido las cosas?
—Nada muy interesante, me temo. Pasé el tiempo en terapia con Calvin, y me relacioné con las titánidas.
—¿Ah, sí? ¿Mucho?
—¿Mucho? ¡Me refiero a que aprendí algunos cantos, tonta! —Bill se echó a reír—. Aprendí a cantar ven aquí, dame esto, Bill hambriento… Lo pasé bien. Luego decidí mover el culo y hacer algo, ya que tú no habías querido que te acompañara. Comencé a explicar a las titánidas algo que yo sabía un poco: electrónica. Y me enteré de la existencia de enredaderas conductoras, gusanos-batería y nueces rectificadoras de corriente. En poco tiempo tuve un receptor-transmisor.
Bill sonrió ante la expresión del rostro de Cirocco.
—Entonces no fue…
Bill hizo un gesto de indiferencia.
—Depende de cómo lo mires. Tú pensabas en términos de una radio que alcanzara la Tierra. Yo no podía construirla. Lo que tengo no es muy potente… Sólo hablo con la Unity cuando está en mi vertical, y la señal únicamente debe atravesar el techo. Pero aunque hubiera montado un aparato así antes de que te fueras, lo más probable es que te hubieras ido, ¿me equivoco? La Unity aún no estaba aquí, de manera que la radio habría sido inútil.
—Supongo que me habría ido. Tenía otras cosas que hacer.
—Lo he oído —Bill hizo una mueca—. Esos han sido los peores momentos del viaje para mí —confesó—. Me habían empezado a gustar las titánidas y entonces, como por arte de magia, todas pusieron una cara somnolienta y se precipitaron hacia los prados. Pensé que se trataba de otro ataque de los ángeles, pero ni una sola titánida regresó. Lo único que encontré fue un enorme agujero en la tierra.
—Vi algunas titánidas al venir aquí —dijo Gaby.
—Han retrocedido con el tiempo… No nos recuerdan.
La mente de Cirocco había estado errando. No le preocupaban las titánidas. Sabía que todas estarían perfectamente bien, y que ahora no tendrían que sufrir la guerra. Pero era triste saber que Hornpipe ya no se acordaría de ella.
Había estado observando a los de la Unity, y se extrañaba de que nadie viniera a conversar con ella. Sabía que no olía muy bien, pero no creía que fuera ése el motivo. Con cierta sorpresa, comprendió que tenían miedo de ella. El pensamiento le hizo sonreír.
Cirocco advirtió que Bill le había estado hablando.
—Lo siento, ¿qué decías?
—Gaby decía que no has contado todo aún. Dice que hay algo más, y que yo debería saberlo.
—¡Oh, eso! —dijo Cirocco, mirando furiosamente a Gaby. Pero en cualquier caso el tema tenía que surgir pronto.— Gea… eh, me ofreció un trabajo, Bill.
—¿Un ‘trabajo’? —Bill alzó las cejas, sonrió inciertamente.
—’Hechicera’, así lo llamó. Gea tiende a lo romántico. Probablemente Gea te complacería; a ella también le gusta la ciencia ficción.
—¿A qué obliga ese trabajo?
Cirocco abrió los brazos.
—Resolución de problemas generales, de índole no específica. Siempre que ella tenga un problema, iré allá y veré qué puedo hacer. Aquí abajo hay, literalmente, ciertas tierras revoltosas. Gea me promete inmunidad ilimitada, una especie de pasaporte condicional basado en el hecho de que los cerebros regionales recuerden lo que ella hizo a Océano y no osen dañarme mientras viajo por ellos.
—¿Eso es todo? Suena a proposición de fortuna.
—Lo es. Gea ofreció educarme, llenarme la cabeza de una tremenda cantidad de erudición del mismo modo que fui enseñada a cantar titanio. Tendré su apoyo y ayuda. Nada mágico, pero seré capaz de hacer que la tierra se abra y trague a mis enemigos.
—Eso me lo creo.
—Acepté el trabajo, Bill.
—Así lo creía —Bill se miró las manos y pareció muy cansado cuando alzó los ojos de nuevo—. Realmente eres otra cosa, ¿sabes? —lo dijo con un tono de amargura, aunque estaba tomando las noticias mejor de lo que Cirocco había esperado—. Parece el tipo de trabajo que te atraería. La mano izquierda de Dios —Bill meneó la cabeza—. Demonios, este lugar es un infierno. A uno puede no gustarle, ¿comprendes? A mí estaba empezando a gustarme, cuando las titánidas desaparecieron… Eso me hizo temblar, Rocky. Daba toda la impresión de que alguien hubiese guardado sus juguetes porque estaba cansado del juego. ¿Cómo sabes tú que no serás uno de sus juguetes? Has sido tu propia dueña, ¿piensas que lo seguirás siendo?