—Honestamente, no lo sé. Pero no me podía enfrentar al regreso a la Tierra, a la vuelta al trabajo de oficina y la gira de conferencias. Tú has conocido astronautas que han pasado su mejor momento. Posiblemente yo conseguiría un puesto en el cuadro directivo de alguna gran corporación —Cirocco se echó a reír, Bill la acompañó con una ligera sonrisa.
—Eso es lo que yo haré —dijo Bill—. Pero confío en que sea el departamento de investigación. Dejar el espacio no me asusta. Ya sabes que voy a regresar, ¿verdad?
—Lo supe cuando vi tu bonito uniforme nuevo.
Bill rió entre dientes, aunque con cierto regocijo. Los dos se estuvieron mirando un rato, hasta que Cirocco buscó y cogió la mano de Bill. El hombre sonrió con una comisura de los labios, se inclinó y besó suavemente la mejilla de Cirocco.
—Buena suerte —dijo.
—A ti también, Bill.
Al otro lado de la sala, Strelkov carraspeó.
—Capitana Jones, el capitán Svensen desea hablar con usted ahora.
—¿Sí, Wally?
—Rocky, hemos enviado su informe a la Tierra. Requerirá de cierto análisis, de manera que no habrá decisión concreta hasta dentro de unos días. Pero aquí arriba hemos añadido nuestra recomendación a la suya, y no creo que haya problema alguno. Espero convertir el campamento en misión cultural y embajada de las Naciones Unidas. Le ofrecería el cargo de embajadora, pero hemos venido con un experto para el caso de que nuestras negociaciones alcanzaran éxito. Además, supongo que estará ansiosa por volver…
Gaby y Cirocco se echaron a reír y Bill no tardó en imitarlas.
—Lo siento, Wally. No estoy ansiosa por volver. No voy a volver. Y no aceptaría el cargo aunque me lo ofreciera.
—¿Por qué no?
—Conflicto de intereses.
Sabía que la cosa no iba a ser tan sencilla. Y no lo fue.
Cirocco dimitió formalmente de su cometido, explicó sus razones al capitán Svensen, después escuchó pacientemente mientras Wally le decía, en términos cada vez más perentorios, por qué debía regresar y, por conveniencia, por qué Calvin debía regresar igualmente.
—La doctora opina que Calvin puede ser tratado. Es posible restaurar la memoria de Bill e igualmente probable curar la fobia de Gaby.
—Estoy segura de que es posible curar a Calvin, pero él es feliz tal como está. Gaby ya ha sido curada. Pero ¿qué planea hacer respecto a April?
—Confiaba en que usted la convenciera para que vuelva con nosotros antes de subir a bordo. Estoy convencido…
—No sabe de qué está hablando. No vuelvo y eso es todo lo que hay que decir. Ha sido un placer conversar con usted —dio media vuelta y salió de la habitación con grandes zancadas. Nadie trató de detenerla.
Ella y Gaby hicieron sus preparativos en un campo a poca distancia del campamento base, luego se quedaron juntas, aguardando. El tiempo se hacía más largo de lo que Cirocco había esperado. Empezó a ponerse nerviosa y de vez en cuando consultaba el destartalado reloj de Calvin.
Strelkov salió corriendo por la puerta, gritando órdenes a un grupo de hombres ocupados en levantar un cobertizo para las orugas. El teniente se detuvo bruscamente, sorprendido al advertir que Cirocco le aguardaba, no muy lejos. Hizo un gesto para que los hombres no se movieran y avanzó hacia las dos mujeres.
—Lo siento, capitana, pero el comandante Svensen dice que debo ponerla bajo arresto —Strelkov parecía lamentarlo, pero su mano estaba cerca del arma portátil—. ¿Querrá usted acompañarme, por favor?
—Mire allá, Sergei —Cirocco señaló por encima del hombro del teniente.
Strelkov empezó a volverse pero luego, con una repentina sospecha, sacó su pistola. Retrocedió y se puso de lado hasta que pudo lanzar una rápida mirada al oeste.
—¡Gea, escúchame! —gritó Cirocco.
Strelkov observó nerviosamente. Cirocco no hizo gestos amenazantes, sólo levantó los brazos en dirección a Rea, hacia el lugar de los vientos y el cable que había escalado con Gaby.
Hubo exclamaciones a espaldas del grupo.
Una ola descendía por el cable, casi imperceptiblemente, aunque produciendo un definido ensortijamiento como la ola que recorre una manguera de jardín cuando se le da un movimiento rápido con la muñeca. El efecto sobre el cable fue explosivo. Una nube de polvo se expandió por las cercanías. En el polvo había árboles arrancados de raíz.
La ola llegó al suelo, el lugar de los vientos se hinchó, se destrozó, lanzó rocas al aire.
—¡Hay que taparse los oídos! —gritó Cirocco.
El sonido atacó instantáneamente, tirando al suelo a Gaby. Cirocco se tambaleó, pero permaneció en pie mientras todo el estruendo de los dioses giraba a su alrededor, los harapos de la ropa tremolando cuando la estremecedora oleada los alcanzó y los vientos empezaron a soplar.
—¡Atención! —gritó de nuevo, extendiendo las manos y alzándolas lentamente hacia el cielo. Nadie podía escuchar a Cirocco, pero en cambio pudieron ver que un centenar de surtidores taladraba la seca tierra y convertía Hiperión en una fuente envuelta en vapor. Los relámpagos estallaron en la densa neblina y su sonido devoró el rugido más potente que aún seguía arrancando ecos de las distantes paredes.
Fue preciso largo tiempo para que el panorama se aclarara, y en todo ese tiempo nadie se movió. Cuando todo hubo vuelto a la calma, mucho después de que la última fuente se convirtiera en un chorro delgado de agua, Strelkov estaba sentado donde había caído. Todavía observaba el cable y el polvo que se asentaba.
Cirocco se dirigió hacia él y le ayudó a levantarse.
—Dígale a Wally que me deje en paz —dijo Cirocco, y se marchó.
—Algo muy fino —dijo Gaby, más tarde—. Francamente, muy fino.
—Todo logrado con espejos, querida.
—¿Qué te hizo sentir?
—Casi me mojo los pantalones. ¿Sabes una cosa? Es posible aprender a no tener miedo de eso. Fue tremendamente excitante.
—Espero que no tengas que hacerlo con frecuencia.
Cirocco asintió en silencio. Todo había sido muy justo. La demostración, terrible por haberse producido bajo responsabilidad de Cirocco, habría sido inexplicable de haber empezado antes de que Strelkov saliera de la cúpula para amenazarla.
El caso es que Cirocco no se sentía capaz de mantener el acto durante cinco o seis horas, aunque tuviera que pedirlo en aquel mismo momento.
Podía comunicarse con Gea con bastante rapidez. Había una semilla de radio en su bolsillo. Pero Gea no podía reaccionar al instante. Para hacer algo tan terrible como lo que acababa de lograr precisaba horas de preparativos.
Cirocco había enviado el mensaje de solicitud del truco mientras aún se hallaba a bordo de Apeadero, tras considerar cuidadosamente la secuencia probable de los acontecimientos. A partir de entonces, había seguido un nervioso baile con el reloj, alargando su relato aquí, recortando la respuesta a una pregunta allá, siempre con la noción de que las fuerzas se estaban acumulando en el cubo y bajo sus pies. La ventaja de Cirocco había consistido en la libertad que tuvo para cronometrar su dimisión, pero la dificultad estaba en estimar el tiempo que tardaría Wally Svensen en ordenar su arresto.
Cirocco estaba comprobando que hacer de hechicera no iba a resultar fácil.