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Se trataba de una toma que iba ampliando el contorno de Temis, y que mostraba una protuberancia que parecía aumentar de tamaño conforme se acercaban.

—Eso no estaba ahí antes —la frente de Cirocco se llenó de arrugas mientras la mujer trataba de quitarse de encima el cansancio.

Un zumbador sonó tenuemente y por un momento Cirocco no pudo identificarlo. Luego las cosas se hicieron distintas, claras, al mismo tiempo que la adrenalina consumíalas telarañas. Era la alarma del radar del CONMOD.

—Capitana —dijo Bill, al otro lado del altavoz—, tengo aquí una extraña lectura. No nos estamos acercando a Temis, pero sí, algo se está acercando a nosotros.

—Me ocuparé de eso —las manos de Cirocco parecieron hielo cuando se asió a una baranda para levantarse. Observó la pantalla. El objeto estalló con una explosión semejante a la de las estrellas, y la explosión creció.

—Ya puedo verlo —dijo Gaby—. Sigue unido a Temis. Es como un brazo muy largo…, el brazo de una grúa. Y se está desplegando. Creo que…

—¡Las instalaciones de acoplamiento! —gritó Cirocco—. ¡Nos van a coger! Bill, inicia la secuencia motriz, detén el carrusel, prepárate para mover la nave.

—Pero eso nos llevará treinta minutos…

—Lo sé. ¡Muévete! —Cirocco se apartó de un brinco de la portilla de observación, cayó en su asiento y asió el micrófono.

—A todos los tripulantes. Situación de emergencia. Alerta de depresurización. Evacuad el carrusel. Estaciones de aceleración. Sujetaos —accionó bruscamente el botón de alarma con su mano izquierda y escuchó el pavoroso alarido que empezaba a sonar en la sala, detrás de ella. Lanzó una mirada a su izquierda.

—Tú también, Bill. Vístete.

—Pero…

—¡Obedece!

Bill saltó de su asiento y flotó hacia la compuerta de acceso. Cirocco se volvió y gritó por encima del hombro:

—¡Trae mi traje cuando vuelvas!

El objeto era ya visible por la portilla, y se acercaba deprisa. Cirocco nunca se había sentido tan desesperada. Anulando la programación del sistema de control de altitud logró disparar la totalidad de cohetes impulsores del lado de la nave encarado con Temis, pero el objeto no estaba lo bastante cerca. La gran masa de la Ringmaster apenas se movió. Cirocco no tuvo más remedio que permanecer sentada, controlar la secuencia motriz automática y contar los segundos mientras iban pasando. Enseguida comprendió que no podían escapar. Aquella cosa era grande, y se movía más deprisa.

Apareció Bill, con el traje puesto, y Cirocco se dirigió trabajosamente hacia el SCIMOD para ponerse su ropa. Cinco figuras anónimas estaban atadas a literas de aceleración, inmóviles, mirando fijamente la pantalla. Cirocco aseguró su casco y oyó un caos.

—Silencio —la charla se acalló—. Quiero silencio en el canal del traje a menos que os pida que habléis.

—¿Pero qué ocurre, comandante? —era la voz de Calvin.

—He dicho que nada de hablar. Parece que es un dispositivo automático que viene a capturarnos. Tal vez las instalaciones de acoplamiento que buscábamos.

—A mí me parece más bien un ataque —murmuró August.

—Tienen que haber hecho esto antes, alguna vez. Deben saber cómo hacerlo con seguridad —deseó convencerse ella misma de eso. No ayudaba mucho a su credibilidad el hecho de que toda la nave temblara.

—Contacto —dijo Bill—. Nos han cogido.

Cirocco se apresuró a volver a su estación, justo a tiempo para no ver el arpeo que se cernía sobre la nave. La Ringmaster traqueteó de nuevo, y horribles sonidos llegaron desde la parte trasera.

—¿Qué aspecto tenía eso?

—Enormes tentáculos de pulpo sin ventosas —Bill parecía turbado—. A centenares, agitándose por todas partes.

La nave dio un bandazo aún mayor, y empezaron a sonar más alarmas. Un frenesí de luces rojas se esparció a lo largo de los controles de Cirocco.

—Tenemos una ruptura de casco —dijo Cirocco, con una calma que no sentía—. Perdemos aire por el tronco central. Cierro compuertas 14 y 15.

Las manos de la capitana se movieron sobre los controles sin dirección consciente. Las luces y botones estaban muy lejos, vistos a través del extremo incorrecto de un telescopio. El disco del acelerómetro empezó a girar al mismo tiempo que Cirocco era despedida violentamente hacia adelante y después hacia un lado.

Quedó encima de Bill. Se esforzó por volver a su asiento, lo logró y se puso las correas. Cuando la hebilla se cerró en torno a su cintura, la nave volvió a brincar hacia atrás, peor que antes. Algo penetró por la compuerta que estaba detrás de Cirocco y golpeó la portilla, formando una red de grietas.

Cirocco quedó colgando de su asiento, con el cuerpo hacia adelante y tirando de la correa. Un cilindro de oxígeno salió despedido hacia la compuerta. El vidrio se hizo añicos y el sonido del impacto se desvaneció con el estallido del cristal en fríos y duros cuchillos que giraron y se consumieron ante los ojos de la comandante. Todo objeto de la cabina que no estaba asegurado saltó y se precipitó hacia la boca de dientes mellados que antes había sido una portilla.

La sangre latió en la cara de Cirocco cuando quedó suspendida sobre un agujero negro y sin fondo. Grandes objetos daban vueltas lentamente a la luz del sol. Uno de ellos era el módulo de motricidad de la Ringmaster, afuera, frente a ella, donde no había razón de que estuviera. Vio el roto fragmento de la varilla de conexión. Su nave se deshacía.

—Oh, mierda —dijo.

Inmediatamente tuvo una vieja evocación de una cinta del registro de vuelo de un avión de línea que había oído en cierta ocasión. Aquella había sido la última palabra que el piloto había pronunciado, segundos antes del impacto, cuando supo que iba a morir. Ella también lo sabía, y el pensamiento la llenó de un enorme disgusto.

Contempló con nebuloso horror cómo la cosa que tenía los motores arrollaba más tentáculos en torno de ellos. Esto le recordó a una medusa con un pez atrapado en su venenosa garra. Un tanque de combustible se quebró… sin ruido, con una extraña belleza. El mundo de Cirocco se estaba deshaciendo sin un solo ruido que señalara su muerte. Una nube de gas comprimido se dispersó con rapidez. La cosa pareció no preocuparse.

Otros tentáculos se llevaban distintas partes de la nave. La antena de alta ganancia casi parecía alejarse nadando, pero también se movió lentamente cuando se derrumbó en la cavidad que tenía debajo.

—Viva —murmuró Cirocco—. Está viva.

—¿Qué dices?

Bill estaba tratando de mantenerse firme con ambas manos asidas al tablero de instrumentos. Estaba fuertemente atado a su asiento, pero los tornillos que lo agarraban al suelo se habían roto.

La nave se estremeció de nuevo, y el asiento de Cirocco se soltó. El borde del tablero le alcanzó en los muslos y gritó mientras pugnaba por liberarse.

—Rocky, aquí hay cosas que se están desprendiendo.

No supo con exactitud a quién pertenecía la voz, pero el miedo se apoderó de ella. Cirocco se echó hacia atrás y se esforzó en abrir la correa del asiento con una mano mientras se mantenía apartada del tablero con la otra. Resbaló hacia un costado y vio que su silla rebotaba en la destrozada serie de cuadrantes, se pegaba brevemente en el marco de la portilla rota y se lanzaba al espacio.

Pensó que sus piernas estaban rotas, pero descubrió que podía moverlas. El dolor disminuyó cuando recurrió a sus reservas de fuerza para ayudar a Bill a salir del asiento. Demasiado tarde: los ojos de Bill estaban cerrados, su frente y el interior de su casco manchados de sangre. El cuerpo del hombre fue resbalando libremente sobre el tablero de control y entonces Cirocco vio la abolladura que el casco de Bill había hecho en el metal. Pugnó por agarrar el muslo del hombre, luego su pantorrilla, su pie calzado, y Bill estaba cayendo, cayendo en medio de una rutilante lluvia de vidrio.