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Cirocco recuperó el sentido agazapada junto a la pata, muy por debajo del tablero de mandos. Sacudió la cabeza, incapaz de recordar cómo había llegado allí. Pero la fuerza de la aceleración ya no era tan grande. Temis había logrado acomodar la Ringmaster —o lo que quedara de ella— a su velocidad de rotación.

Nadie hablaba. Por el auricular del casco de Cirocco llegaba un huracán de respiraciones, pero ni una sola palabra. No había nada que decir; los gritos y maldiciones se habían agotado. Se puso en pie, agarró el borde de la escotilla que estaba por encima de ella, y se introdujo en el caos.

No funcionaba luz alguna, aunque la luz del sol se vertía desagradablemente sobre el equipo destrozado a través de una gran grieta de la pared. Cirocco avanzó entre los fragmentos y una figura provista de traje se apartó a su paso. Su cabeza temblaba. Uno de sus ojos estaba cerrado por la hinchazón. El destrozo era inmenso. Les llevaría tiempo arreglar todo como para volver a ponerse en marcha.

—Quiero un informe completo de daños de todos los departamentos —dijo Cirocco, sin dirigirse a nadie en particular—, Nunca se había pensado en un trato así para esta nave.

Había apenas tres personas de pie. Una silueta yacía arrodillada en un rincón, sostenía la mano de otra que estaba enterrada bajo restos de material.

—No puedo mover las piernas. No puedo moverlas.

—¿Quién ha dicho eso? —gritó Cirocco, sacudiendo la cabeza en el intento de vencer el aturdimiento pero sin conseguir más que empeorarlo—. Calvin, ocúpate de las heridas mientras veo qué se puede hacer por la nave.

—Sí, capitana.

Nadie se movió, y Cirocco se preguntó por qué. Todos la miraban. ¿Por qué lo harían?

—Estaré en mi camarote si me necesitáis. No… No me siento muy bien.

Uno de los trajes dio un paso hacia ella. Cirocco trató de apartarse de la figura, pero su pie penetró en la cubierta. El dolor estalló en su pierna.”

—Está entrando, por allí. ¿Veis? Ahora nos busca a nosotros.

—¿Dónde?

—No veo nada. ¡Oh, Dios! Lo veo.

—¿Quién ha dicho eso? ¡Quiero silencio en este canal!

—¡Cuidado! ¡Está detrás de ti!

—¿Quién ha dicho eso?

La angustia se apoderó de Cirocco. Algo estaba trepando a su espalda, lo sentía. Se trataba de una de esas cosas que sólo se aparecen en el dormitorio de uno después de haber apagado la luz. No una rata, sino algo peor que no tenía rostro, únicamente un trozo de fango y manos frías, muertas, viscosas. Atisbó en la roja oscuridad y vio pasar como una flecha una contorsiva serpiente por una mancha de luz solar frente a ella.

Todo estaba tan silencioso… ¿Por qué no hacían algún ruido?

Su mano se cerró sobre algo duro. Lo levantó y empezó a darle golpes, de arriba abajo, una y otra vez cuando la cosa se mostró repentinamente a la vista.

No moriría. Algo se arrolló alrededor de la cintura de Cirocco y empezó a tirar.

Las trajeadas figuras saltaron y corrieron en el reducido espacio, pero los tentáculos lanzaban cordones que se adherían como alquitrán. La sala quedó así sujeta, y algo cogió a Cirocco por las piernas y trató de partirla como una espoleta de pollo. Tuvo un dolor como jamás había experimentado antes, pero continuó golpeando el tentáculo hasta que la conciencia se le escabulló.

CAPITULO 4

No había luz.

Incluso ese fragmento de conocimiento negativo era algo de que agarrarse. La comprensión de que la oscuridad envolvente era resultado de la ausencia de algo llamado luz le había costado mucho más de lo que ella habría creído posible antes, cuando el tiempo había consistido en momentos consecutivos, como cuentas de un collar. Ahora, las cuentas se desparramaban a través de sus dedos. Y se reordenaban en una parodia de causalidad.

Todo precisa un contexto. Para que la oscuridad signifique algo debe existir el recuerdo de la luz. Ese recuerdo se estaba desvaneciendo.

Había sucedido antes, y volvería a suceder. A veces existía un nombre para identificar el conocimiento incorpóreo. Más a menudo, sólo había conciencia.

Se encontraba en la panza de la bestia.

(¿Qué bestia?)

No podía recordar. Aquello volvería a su mente. Las cosas solían hacerlo, si se esperaba lo bastante. Y esperar era fácil, Los milenios no valían aquí más que milisegundos. El edificio estratificado del tiempo era una ruina.

Su nombre era Cirocco.

(¿Qué es un Cirocco?)

“Si-ro-co. Es un viento cálido del desierto, o un viejo modelo de Volkswagen. Mamá nunca me explicó cuál de las dos cosas tenía en mente.”

Aquella había sido su respuesta estándar. Recordaba haberlo dicho, casi podía sentir labios intangibles que daban forma a las vacías palabras.

“Llámame capitana Jones.”

(¿Capitana de qué?)

De la NI Ringmaster, NI significaba Nave Interplanetaria, en ruta a Saturno con siete personas a bordo. Una de ellas era Gaby Plauget…

(Que es…)

…y…y otra era… Bill.

(¿Qué era ese nombre?)

Lo tenía en la punta de la lengua. Una lengua era una cosa blanda, carnosa… Se la podía encontrar en la boca, que era…

Ella había tenido la suya hasta hacía un momento, pero ¿qué era un momento?

Algo sobre luz. Cualquier cosa que eso fuera.

* * *

No había luz. ¿No había estado aquí antes? Sí, seguramente, pero no importa, persiste, no dejes que la idea se vaya. No había luz, y tampoco había nada más, pero ¿qué era algo más?

Ningún olor. Ningún sabor. Ningún sentido de tacto. Ninguna conciencia sinestésica de un cuerpo. Ni siquiera una sensación de parálisis.

¡Cirocco! Su nombre era Cirocco.

Ringmaster. Saturno. Temis. Bill.

Todo volvió al momento, como si ella estuviera viviéndolo de nuevo en una fracción de segundo. Pensó que se volvería loca con el torrente de impresiones, y con ese pensamiento llegó otro, memoria tardía. Esto había sucedido antes. Había recordado, sólo para ver que todo se escabullía. Había estado loca, muchas veces.

Sabía que su comprensión era tenue, pero era todo lo que tenía. Sabía dónde estaba, y sabía la naturaleza de su problema.

El fenómeno había sido explorado durante el último siglo. Se pone a un hombre en un traje de neopreno, se cubren sus ojos y se inmovilizan sus brazos y piernas de modo que no pueda tocarse, se eliminan todos los sonidos del ambiente, y se le deja flotando en agua templada. Caída libre es todavía mejor. Existen refinamientos como alimentación intravenosa y eliminación de olores, pero no son realmente necesarios.

Los resultados son sorprendentes. Muchos de los primeros sujetos habían sido pilotos de pruebas: hombres bien equilibrados, confiados en ellos mismos, sensibles. Veinticuatro horas de privación sensorial los convirtió en dóciles niños. Períodos más largos eran bastante peligrosos. La mente eliminaba gradualmente las escasas distracciones: el latido del corazón, el olor de neopreno, la presión del agua.

Cirocco estaba familiarizada con las pruebas. Doce horas de privación sensorial habían formado parte de su entrenamiento. Sabía que sería capaz de encontrar su respiración, si la buscaba con suficiente empeño. Era algo que podía controlar; una cosa arrítmica en caso de que ella prefiriera hacerlo así. Intentó respirar con rapidez, obligarse a toser. No sintió nada.

Presión, pues. Si algo la estaba inmovilizando sería posible oponer sus músculos contra eso, hasta sentir al menos que alguna cosa la estaba sujetando, por suave que fuera. Considerando músculo por músculo, aislándolos, visualizando las uniones y localizaciones de cada uno, Cirocco trató de hacer que se movieran. Un crispamiento del labio bastaría. Demostraría que ella no estaba muerta, tal como estaba comenzando a temer.